Ídolo

Ídolo
Morrissey

jueves, noviembre 30, 2006

La extraviada

Bebamos alegremente de este vaso
resplandeciente de belleza
y que la hora efímera
se embriague de deleite.
Bebamos con el dulce estremecimiento
que el amor despierta
puesto que estos bellos ojos
nos atraviesan el corazón.
Bebamos porque el vino
avivará los besos del amor.


Señorita, usted está perdida. Sí, ahora hay que buscarla. Buscarla en una sala de teatro, con las mejillas mojadas y el estómago hirviendo. Con el sudor que podría haberse congelado a su salida, formando cristales en su frente. En el receso con té de naranja y canela y dulces de coco acaramelados. Coma diabético. Orejas y cachetes rojos, ojos insultantemente lacrimosos. El conductor de radio mirándote sin cesar, buscando algo en tu mirada violácea. ¿Ojeras?
Usted está más perdida que nadie, es impresionante su extravío. Violetta, Violetta baila en su salón dorado. Violetta ríe y canta. Violetta, cortesana decimonónica, bella, admirada. Ella, tú, aire insuficiente, espasmos bronquiales. Ay Violetta, no sientes nada, embriagada de música y caricias. Violetta líquida, desparramándose entre las manos que sostienen las copas. Embebida en la delectación y siendo bebida por los otros. Galantes acompañantes de noches prolongadas, amaneceres rotos en la madrugada. Tardes estancadas e inactivas. Sólo la noche.


Yo quiero compartir
mi alegría con todos vosotros;
todo en la vida es locura
salvo el placer.
Alegrémonos el amor es rápido y fugitivo.
Es una flor que nace y muere
y del cual no siempre se puede disfrutar.
Alegrémonos pues una voz encantadora,
ferviente, nos invita.
Violetta que huye del dolor como soldado malherido al estruendo de las bombas. Violeta marcial dando vueltas al amor que no quiere recoger, que no debe recoger. Ella, tú. Señorita extraviada. ¿En dónde encontrarse? En finas esencias, en champagne fino, en joyas vistosas, en hombres bellos y elegantes. En risas malheridas. Escupiendo sangre sobre el sillón de terciopelo. Y que siga la fiesta, que el baile debe continuar. Ay usted Violetta Valery, no le teme a nada. Usted es bella y joven y no debe tener ningún motivo para sufrir. Lo suyo es el placer infinito, el incuestionable olor de la lavanda. Violeta como tus ojeras. Como la luz de neón, fría, inerte. Último respiro. Efervescencia que anuncia la tragedia. Carcajadas que son el trepidar de caballos negros. Trac trac trac. No entres Alfredo, no lo hagas. Que Violeta no quiere quererte, que Violetta tiene miedo de quererte, que Violeta va a caer, que está en el borde, que se sostiene de una copa de vino y del brazo del Barón. Que Violetta está con el hacha sobre su cabeza.
Ay Alfredo, qué has hecho. Luego de regresar de su receso entre señores elegantes y mujeres de mediana edad, todas rubias, Violetta se ha enamorado de tí. ¿Tú, ella, yo? Alfredo ingenuo, enamorado y entregado. No perfectible, sino terminal y absoluto. Usted señorita lo ha entregado todo, todo. Ahora, en su retiro, la felicidad sin substituto la envuelve hasta depositarla dulce sobre su lecho. Ya no tose. Usted está curada por la omnipotencia del amor. No, ella no lo cree. Violetta duda, pero aún así está completa. Y se despoja de todo, se desprende de sus adornos y vestidos, de sus joyas. Se desnuda, se baña. Se limpia. Es Voletta por fin.
Y entonces, el anuncio de la tragedia, el corifeo llega con abrigo color vino. Habrá sangre salida de sus entrañas. Habrá adiós, habrá todo eso que ella ya lo sabía. Sí, de antemano. Y entonces, el acto de amor: El sacrificio, el misterio de la cruz, la sangre salvadora y redimidora. El amor puro y purista. Violeta crucificada. Arrojada y malinterpretada, regresando a las lides voluptuosas, ya sin alma. Vaciada. Esperando que la tuberculosis cumpla su trabajo. Y Alfredo desahuciando su amor en un último acto/escupitajo: Toma tu sacrificio, toma tu sangre, te la pago, te la devuelvo. Violetta regándose de la copa, sobre el piso.
Ay las miradas señorita extraviada. Ya nadie te ve Violetta, esa gente que ríe detrás de tu ventana ya no está. Alfredo te sonríe. Él vendrá. Él sabrá por fin que eres real. Pero será demasiado tarde. Febril te mueves por la habitación, sosteniendo la misma nota en un beso de 40 grados. Lágrimas vertiente de río. Oh señor ten piedad de esta extraviada. Y por toda la habitación regando sus camelias sin aroma, cree estar sana y fervorosa. La efervescencia postrimera. Ahora se desliza blanca y violácea entre la última gran verdad...
Los espasmos del dolor
han pasado.
Siento renacer en mí
un vigor extraño.
¡Ah!. Vuelvo otra vez a la vida
.
La extraviada, la extraviata, la traviata...

martes, noviembre 28, 2006

La sinceridad de un chicle viejo

No sé si en realidad necesite estar constituida en algo. Si tengo que estar atenta o no. Si debo guardar información imprescindible o no. ¿Es imprescindible en verdad esa información que guardo? No lo sé. Hoy es uno de esos días partidos por la mitad. Día de sábana enredada. Día de lluvia incipiente y mediocre. Hoy no quise pasar por el filtro de la contextualización, y estuve huyendo hacia mis mundos de letras. Auto referente todo el tiempo, meta sujeto sentado en la vereda, leyendo la única parte de la revista que le interesa: la que escribí yo. Y aún sé que esas líneas son un remiendo de lo que soy, unos zapatos de cuero falso. Lo malo que los demás creen que es cuero y lo utilizan como tal. No, ni siquiera estoy segura de esto último. Ok, no me ha pasado nada que no navegue dentro de mí misma, Amaru, aún puedo decirte que la proyección de tu doble vida nocturna, en la que soy un personaje inquietante e inquieto, estará acercándose a la puerta. Tocar la puerta. Toc Toc. No, sé que perderme en laberintos bien estructurados y definidos no es la solución a la inconsistencia de la realidad. ¿Quién quiere verme chateando en una reunión social? Yo, despreciando la carne y el contingente humano a mi alrededor, por vivir la meta palabra. Con tantas “metas”, ya casi parece que voy a tener tesón alguna vez. Por eso el convertirme en fantasma urbano que pasa entre la gente sin ser vista, con un libro, papel, revista, periódico bajo el brazo, es la postura más decente que encuentro el día de hoy. En un impensado acto de fuga, salto hacia las palabras que me esperan estáticas, con su estética pelotón, y reemplazo el acto fisiológico de la comida, por un periódico que no dice nada. Nada salvo tratar de devolver lo amorfo de la vida en un acto/arte geométrico. Y tratar de entender al arte como un compendio de actos citadinos, de agendas y crónicas de eventos, de obras, de presentaciones, de exposiciones, de conciertos, de eso que es una necesidad de colectivo. De eso que es querer dar forma a una sociedad informe. De eso que es mostrar el frénetico paso del tiempo. Y la angustia producida por él. Por esa animosidad de querer abarcarlo todo, de no perderse de la vida. Y a la vez, esconderse detrás de las macetas, con una hoja de periódico, mientras pienso ¿Por qué no traje el diario completo?

Así, la angustia de la “desinformación” se contrapuso a la de la acción. Me encierro en sobre-realidades hipertextuales, o me desbarato en posar la carne sobre el asfalto, agarrarme de un automóvil en marcha, y dejarme arrastrar por toda la ciudad. Por la ciudad y sus construcciones. Por la ciudad y sus hijos, que, como lo dije en un post anterior, son mis hermanastros malvados. Sí, a lo Cindyrella. Mis desvaríos de personaje de fábula, con mis psicosis colectivas y todo. Con mis traspasos y transfusiones de sangre, sudor, lágrimas y demás humores. Con la capacidad de alteridad alterada. Eso y nada más.

Dudo, dudo mucho, no del resto, sino de mí. Y de ti también, de lo que somos, de quiénes nos ven, de cómo nos reconstruyen y de todo eso que llevamos cargando en esas falsas áureas de metrópoli pueblerina en decadencia. Disfrazada de Europa. Voy al teatro, compro entrada para El Pipa, y digo amo el flamenco, y me convierto en una espectadora snob más. Sí, eso. Allá los que me creen, si ni yo misma sé de dónde vengo. Probablemente conozco menos de la vida que un albañil, y sin embargo estoy haciendo alharaca en este blog, que quién sabe para qué coño lo abrí. Por otro lado, creo en la palabra y en su omnipotencia. Y en lo impenetrable e invulnerable del lenguaje. Pero, lastimosamente no todos lo hacen (y yo tampoco a veces) y entonces se comenten ligerezas. Casi como escribir baca o vurro. Y por si esto fuera poco, las premisas se convierten en realidades, y ahí si pasan cosas como que existe el apellido Baca, y en este caso, ya no se puede hacer nada más que sentarse a reir. De mí, de ti, de ellos y de todo. Y de todas las patrañas que leo, que escucho, que miro, que digo y que me dicen. Sí, eso. No tengo nada más que decir salvo que convertiré todo esto en una fábula sin moraleja, para poder sobrevivir. Todo es ficción señores, no traten de buscarle el escondrijo a mis palabras. Son lo que son y nada se parece a nada, ni menos aún es verosímil.

Yo soy todo menos verosímil, es decir, no me parezco a la verdad de nadie. A la que cada cual sostiene de mí, por eso, seré personaje maleable, pero sepan que abandono ese personaje, le despojo de alma, y que quede como globo desinflado y que cada cual le rellene con lo que quiera. ¡Que vivan las autonomías! Y los títeres separatistas. Que viva el manoseo, el maniqueísmo y la manipulación consciente. Que viva todo eso, pero lejos de mí.

viernes, noviembre 24, 2006

Tan simple como una granadilla

¿Cuál es el remedio al temor de la descontextualización? Empezando por la nuestra y luego, la de los otros. "Es incómodo ver a la gente fuera de su contexto" dice Ariel acerca de aquella secretaria a quién no sabe cómo tratar fuera de la oficina de su padre. Ariel es una especie de narrador omnisciente de su propia vida, es una extra conciencia de sí mismo. La última película de Daniel Burman (Derecho de Familia) forma parte de la "sin querer queriendo" trilogía sobre Buenos Aires, y lo que es ser judío apropiado de un contexto urbano. En este caso, el guión es propio, pero sigue mucho la línea del Abrazo partido, basado en un guión del escritor argentino Marcelo Birmajer, un muy buen narrador del cual sólo he leído “Historias de Hombres Casados”. Esperando al Mesías junto con El Abrazo Partido son los anteriores filmes que, en un mismo estilo y lenguaje, retratan esos personajes sin esfuerzo, aquellos que salen del imaginario urbano y son tan fluyentes que parecerían haber sido creados espontáneamente. Como si su génesis fuera el film mismo, como si asistiéramos a un parto celuloide. No hay background que no veamos en estos seres, lo que son es lo que vemos y lo que nos cuentan de sí mismos.

Ariel Perelman lleva la batuta de la narración a la vez que es la voz narradora, cuyo inicio me pareció una genialidad. Empieza a describir el día a día de su padre, un abogado de juzgados a quién no imitó. Ariel prefirió la asepsia de un cargo público, con sueldo fijo, casos concretos y cero litigios. Su padre por el contrario, es el viajante citadino, el pies calientes, hiperkinético, de una sutil viveza criolla que le permite saltar reglas sociales y jamás hacer fila en ningún lado. Ariel, por el contrario respeta, es adusto y austero en sus maneras. Podría decirse que son tesis y antítesis, y así parecería que se resolvió de la manera más simplona la siempre polarizada relación entre padres e hijos. Pero no, no es así. Ni el viejo Perelman, ni su hijo son el perfecto contrario del otro, son simples derivaciones de lo que el otro no es. Tienen una relación afable, y aunque Ariel en su narración da signos de querer tomar distancia de lo que es su padre, al final estudió lo mismo y tiene un nivel de complicidad notorio con él. Su padre tampoco es el descomplicado y anarco que debería ser la antítesis de un hombre que cree en las reglas y las instituciones, simplemente es, como diría su hijo: Un Zelig de las ocasiones. Alguien que se mimetiza con el entorno y el sujeto que le toque tratar. “Adopta los modos, la sintaxis, la concordancia y la semántica de sus clientes. Pero no lo hace de adrede. Simplemente le sale así” dice Ariel, en una genial descripción de lo que realmente es el proceso social de la alteridad.

Es cierto que no puede hablarse de un cine sin pretensiones. Todas las películas pretenden algo. Sin embargo, el cine de Burman adopta esta estética de lo no pretencioso, para no hablar de guiones y fondo. Su cine es visualmente austero, lo cual claro está, no tiene nada que ver con una falta de presupuesto sino con una decisión ideológica. Sí, ideológica, como lo leyó bien. El desprender al cine de sus maquillajes y artificios, es una postura ideal (me refiero al sustantivo, no al adjetivo) frente al arte y la vida. Por otro lado tenemos que sus personajes son una proyección sutil del espejo que se halla al otro lado de la pantalla. Sutil por ser un compendio elíptico de lo humano. En Derecho de Familia no asistimos al quiebre interior de ningún personaje, ni somos testigos de sus monólogos interiores ni de su fluir de conciencia. Como dije anteriormente, el narrador/personaje sabe lo suficiente de sí mismo en un acto de escritor de su propia novela. Llega a ser omnisciente más por una clara separación y una conciencia entre espectador-película, que por ser -per se- él mismo un personaje narrador dentro de la historia. Por ello que importe tan poco cierta información que ha sido condensada u omitida gracias a elipsis narrativas orales directas, amparadas claro, en la imagen que le sigue a la par. Así tenemos que, ya que no había nada de extraordinario (para Ariel) en enamorarse, casarse y tener un hijo, pues se pasa por alto la efusividad del enamoramiento y se detiene más en detalles que demuestran la personalidad categórica de Ariel. La consecución de un objetivo (tener a Sandra en su vida), no es muestra de un tipo luchador y tenaz, sino de alguien que cree en la consecución de los actos, y en la definitiva ley de la vida y sus reglas sociales. Sin embargo, pese a que esto suena a un hombre encerrado en camisas de fuerza sociales, Burman no cae en posturas fundamentales y hace de aquel personaje, un tipo perfilado dentro sus cánones pero a la vez apologiza esas estructuras mostrando que pueden funcionar si se llega a reducirlo todo a su mínima expresión. No sé si me explico. Y por supuesto que son necesarios los puntos de fuga, ya que nada puede tener tantas esquinas angulosas. Sin embargo hasta aquellas licencias de vida, son menos rimbombantes de lo que nos imaginaríamos. La muerte. Ahí está la desontextualización. La muerte desmitificada no tiene nada de rimbombancia, simplemente pasa. Y sí, el hueco afectivo que produce es una ruptura dentro de las estructuras sociales/efectivas, pero no tiene por qué ser nada más. Por ello la muerte de Perelman padre, es sí, un sacudón, pero no termina por romper nada. La vida sigue su curso. Y eso es lo que me encanta del cine de Burman, que nos muestra el libre y espontáneo fluir de esa vida que también puede ser infinitamente menos complicada de lo que a veces pensamos. Siempre va haber un mañana. Porque aunque muramos, el día siguiente quedará para los otros…

miércoles, noviembre 22, 2006

Recuento del desaparecido

En estos precisos momentos debería estar trabajando y no tratando de escribir cualquier cosa sólo por deshacerme del post anterior que ya me cayó mal. Ahora debería ser consecuente con mis promesas y tranquilizar telepáticamente al editor aquel que no deja de llamarme, preocupado, por las notas para mañana. Un especial de ocho carillas para un periódico de la ciudad. ¿No confías en mí? Le dije hoy en la reunión, y no me respondió nada. No le culpo, luzco irresponsable con mi pelo sucio y alborotado en un peinado que pretende ser dirty look, y más bien es un frontal desapego estético. Mentí, no soy vanidosa, muchas mañanas salgo sin siquiera mirarme al espejo y con lo primero que tengo a la mano. El editor acaba de llamarme hace un rato, y en un entrecortado español producto de la porquería que tengo como celular, al parecer me estaba alabando por un reportaje anterior que hice para otra revista. Un trabajo mentiroso y mediocre. Me siento responsable de la patraña que son los medios de comunicación. En fin, hay que desprenderse de toda psicosis de responsabilidad.


Hoy no será posible hacer mis conocidos breaks, deberé atarme a la silla hasta acabar, y todo ello por pasarme divagando y conjeturando vaciedades en vez de trabajar. Ayer sí logré hacer una pausita, la más linda de todas. Me fui al concierto de mis amados Sal y Mileto. Plaza del teatro. Helada. Lluvia. Paraguas y yo gritando, cantando hasta perder la voz. Todas las canciones que me extasiaron alguna vez, la fuerza, el ángel, ese no se qué. El corazón puesto allí. A nadie le importó estilarse, todos saltaban y coreaban las canciones en un éxtasis colectivo. Fue maravilloso. Me salvó de los habitantes malignos. Se fueron espantados con la potencia de los parlantes. Ayer, pero hoy no tengo salvación, están entrando por las ventanas y llegaron reforzados, vestidos de palabras ajenas. No se quieren ir y no tengo más que aceptarlos. Dicen que hoy dormirán aquí y que mañana no saben...


Tuve una tregua desde el domingo. Pude abandonar mi sillón y sus historias, y me largué a la ciudad tropical maquillaje. Trabajo de dos días, daba igual si tenía que cumplir con el tal editor ese que se pasó angustiado por mi repentina huída. ¡Qué haces en Guayaquil por Dios! Nada, trabajando. Creo que hoy no es un buen momento para hacer un post descriptivo/emotivo de la ciudad fascista, un día y medio no fueron suficientes para entenderla (y sé que nunca lo haré) pero sí para comprobar mis tesis para mí misma, sobre la regeneración urbana, demagogia urbana. Luego de más de diez años sin pisar tierras guayacas, vine a darme cuenta de que ese calor que detesté toda mi vida, hoy curiosamente me gusta, y mi relación agradable con Guayaquil fue, más que nada, climática. Hallé una libertad en medio de tanta prohibición. Claro que esta libertad es tan subjetiva que no le serviría a nadie más que a mí. Vestirme con poca ropa, sentirme ligera y estar cobijada por un aire cálido que me hizo odiar un poco más éstos últimos días en mi urbe refrigeradora. Sin embargo, día y medio no es suficiente para amar definitivamente el calor total.


Ahora bien, la parte laboral del viaje fue bastante cómica. Asistente y productora del rodaje para un documental institucional. Empresa-secta que hace cantar a sus empleados todas las mañanas un himno en ritmo de merengue pop o algo así. Y no sólo cantan, sino que están obligados a bailar efusivamente, aplaudir y sobretodo a divertirse. Porque en la empresa todos se divierten, ojo. Increíble. Gringos de mierda y sus pendejos conceptos de "cultura empresarial" que crean engendros vestidos igual, que piensan igual y cuyos parámetros de vida son los que la empresa ha decidido. Y lo más escalofriante de todo es que estas nuevas técnicas de administración de personal funcionan. Imagínese tener como jefe a un motivador personal que le hace gritar porras todo el día. "Los gritos de guerra" que esos pobres vendedores tienen que desgarrar de su garganta todas las mañanas. Y nosotros grabando eso. Qué cuadro. Yo, escondí el cinismo donde mejor pude, y me abstuve de burlarme de esta gente que en realidad no sé bien si está manipulada con lavado de cerebro total, o manipulada con la vieja técnica de la zanahoria y el burro. Sólo que la zanahoria es la plata y la palabra esa que me da urticaria "éxito". Por eso creo que se aguantan el ser tratados como retrasados mentales y dejan que les introduzcan supositorios identitarios de orgullo empresarial y mierdas de ese estilo.


¿Qué significa trabajar aquí?
Este es mi hogar... aquí paso la mayor parte del día...


Esto respondían todos. El hogar/empresa, qué friqueante. Srrrrr..... Se me pone la carne de gallina. En fin, ya me dirán que son felices, o que están obligados a serlo. El fascismo de la felicidad. Como cuando por agradar a alguien escondemos que somos seres dolientes, y solo mostramos mil dientes y sonidos viajantes. Bueno, ese es otro caso. Quizás no es uno el que decide mostrarse payaso, sino el cuerpo de uno, en una decisión vegetativa. Creo pensar que ese es mi caso. En todo caso, y para ya decir por última vez la palabra caso, aprendí que vender, vender y vender es el resumen de la vida. No solo de aquellos que deben salir día a día y cumplir con 400 dólares en ventas, si no están fuera. La venta de ideas es la peor, pues para convencer a alguien de algo, hay que ofrecerle un producto que equivalga el esfuerzo. Digo yo.


Yo por mi parte, me considero un almacén quebrado, que ya no tiene nada que vender. Suena patético, pero no lo es. En realidad es bueno, porque puedo cerrarlo e irme a mi casa, a comer pan duro con un agua aromática y hacerme la pobre diabla abandonada... ja ja ja. Porque el autoconsuelo de la víctima es el más sabroso y reconfortante. Llorar diciendo pobrecito yo, por qué me pasa esto, tiene un poder universal. Puedes mover constelaciones con eso. Solo el patetismo nos saca del círculo vicioso, porque el ciclo permite la amortiguación por repetición. Llegará un punto en que ya no sentiremos nada, y entonces seremos libres. Léanlo bien. Libres del dolor. Así que, no se sienta mal de autocompadescerse, nadie le está viendo. Siéntase más bien mal de buscar a los otros para que le compadezcan y le consuelen. Ese sí es un patetismo sin fines de lucro. Y si usted no lucra de su condición indigna, entonces está desperdiciando el poder que tiene la conmiseración. No moleste a nadie y vaya y llore solo, porque algún rato ese llanto será un disco rayado y lo querrá oír bien. Cuando lo logre, entonces querrá bailar y saldrá a algún bar, a una disco o a un concierto. Y gritará hasta ensordecer con sus propios berridos. Y ya. Sordera espiritual. Necesaria.


Terminaré diciendo que luego del manso me fui a Cuenca, en viaje flash, y de ahí si no puedo decir nada porque estuve una noche (la cual no hice nada) y medio día trabajando. Lo único que saqué de Cuenca, fueron las confesiones extremas de mi compañero de trabajo, sentados sobre una banca del Parque Calderón. Un ex compañero del colegio que saboreó en carne propia la maldad adrenalina tipo Naranja Mecánica. Hay videos que lo prueban. Y mientras me contaba sus actos idiotas, yo me estremecía pensando en aquella gente que masacraron, en todos lo perros y animales que torturaron y mataron. En las torturas a niños que inventaron, como aquella de coger con un gancho a un niño pequeño, y acelerar el auto con el niño enganchado para obligarle a correr. Y ellos, salvajes y corazón negro, deshaciéndose de risa. Él me contaba esto y se le notaba el arrepentimiento ya la vergüenza, pero aún algo de cinismo en sus ojos. Y yo, mórbida queriendo que me cuente más...


Extraño viaje.

jueves, noviembre 16, 2006

Una noche en la ópera o siendo Zelig otra vez.

Una noche en la ópera o siendo Zelig otra vez.


No, no. Este post nada tiene que ver con cine, ni con la película de los hermanos Marx, ni con la de Woody Allen. Aunque de ésta última tiene bastante sin querer. Simplemente ayer fui a UNA ópera. No a LA Ópera, puesto que aquí en esta ciudad no hay un teatro de ópera. Fui de lo más emocionada y helada, vestida para invierno europeo, abrigo, guantes y gorro. Qué me importa que me vean como bicho raro si el frío en esta ciudad últimamente es insufrible. De paso, noté que la gente no sabe vestirse par el frío y padecen de gana de escalofríos. Por qué insisten en ponerse ridículas chompas de fantasía que no calientan nada. O simplemente se ponen nada. El mismo saco de algodón de clima templado, o hasta la camisa o la camiseta tiritadora. Bueno, como sea, decidí que, luego de haberme congelado y entumecido frente a esta desabrida pantalla, sería infinitamente más productivo hacer lo mismo frente a Manuela y Bolívar, la pieza que fui a ver. El mismo acto (sentada frente a algo) de pronto dejó de ser una postura suspendida y se volvió una posibilidad cálida. Y a fin de cuentas podía ser un paliativo para mi déficit de calorías diarias.

Trole. Aplastada. No necesito decir más. Llegué. Ay bendito transporte urbano que le deja a uno en la puerta. No tengo entrada. Ya no hay entradas, se agotaron. ¡Wow! ¡Qué elegancia de la gente a mi alrededor! Burguesía rubia y blanca, de dónde salieron tantos. Y yo cabizbaja saliendo de la boletería, cuando llegan a mis ojos los infaltables revendedores y sí, muchas gracias, conseguí una ganga de lo más consecuente con mi estado de pobreza. Y en palco. Eso sí fue un golpe de suerte. Si es que la suerte tiene puños. Entonces me dispuse -yo y mi boleto que decía CORTESÍA $00- a hacer fila detrás de los pintones señores conspicuos y circunspectos, mientras la gente que no le teme al clima o simplemente ya compró los boletos y ni modo tenía que ir, iba llegando hasta formar una filota. Delante de mí iba una familia, clase media con leves pecas de media-alta, cuyos hijos se quejaban de tener que estar ahí. Pero era ineludible el compromiso familiar de desasnarse snobmente todos juntos. No pues, ninguno puede saber más que otro en una familia ejemplar. Así que nada de papá por tu culpa me voy a sacar cero en la prueba o en este instante estaría en el cumpleaños de la Pity, mierda… Je je. No puedo evitarlo… yo sólo escucho. Al llegar a la entrada, los pajes se mostraron molestos al ver la facha desarrapada del adolescente hijo, que llevaba un buzo con capucha y el pelo limpiamente largo. Yo atrás me preocupé pues no tenía conciencia de lo que llevaba puesto, y sentí que estaba vestida como cualquier gentecita. Pues no, no he estado ciertamente ataviada de esa manera. Señor, señor y yo estoy bien. Dije preocupada al rojo y enano paje. Indígena. No, no, señorita, usted está muy bien. Ahhh yaaaa… Y una larga y dentuda sonrisa se abrió paso en mi cara cortada. Cortada por el frío. Pero, siempre hay un pero. Quizás le caí mal o en realidad se tomaba muy en serio su trabajo, pero el otro paje, con un gesto déspota (este era más alto pero igual de indígena) me dijo: Sáquese el gorro, haga el favor. Y yo, con angustia vanidosa le respondí: No. No me haga esto ¿No ve que me despeino? Tras su mala cara que no vi para que no se me cortara la leche, entré airosa y soberbia creyéndome lo máximo por tener una entrada en palco, y estar sola y ser pobre y no parecerlo. Ja ja.



Ya adentro me miré en todo los espejos posibles para ver si en realidad tenía algún garbo camuflante. Y sí, me asomó una elegancia súbita que no sé de dónde me la saqué. Si yo tan solo había salido con mi abrigo de invierno. Adentro llevaba hasta un pantalón roto. Y no por moda sino por viejo.

Bueno, pasemos al condumio, ya que creo que me he detenido demasiado en nimiedades. Qué le voy a hacer si esas pequeñeces me atraen cual mi perro al chocolate. Como buena despistada, me equivoqué y estuve veinte minutos sentada en un puesto erróneo, en palco ajeno, con número y piso equivocado. Lo bueno fue que yo solita reparé en mi error y lo corregí antes de que empiece. No se si por honesta o porque nadie me venga ha decir: Oiga, quítese que éste es mi puesto. Tres campanadas y el escalofrío de la intemperie seguía conmigo. Y me duró casi todo la obra. Lo que me pasó a continuación es un extraño caso de patriotismo inusitado con romantiquería sublime, mezclado con unas insólitas gotas de mimesis del contiguo, y adoración absoluta al arte. A penas empezó la obra, en la primera nota sostenida de Manuela, me visitó el conocido y manoseado nudo en la garganta. No puede ser, me dije a mí misma, me voy a convertir en el cliché de la sensible que llora en la ópera. Y aunque me obligaba a tragar saliva y respirar hondo, el nudo necio no se iba. Y luego mis ojos empujados al parpadeo superlativo, decidieron revelarse y soltaron gotitas que se tragaron ellos mismos, gracias a mi sequedad ocular. Una lubricación incidental, no está mal, pensé. Pero a medida que Manuela y su sirvienta Jonatáaaaaas se respondían en mutuas argumentaciones contrarias, Sucre comandaba la gesta patriótica del 24 de mayo de 1822, y Manuela lanzaba una corona de flores al triunfante Bolívar, yo seguía sostenida de mi cuerpo rígido para no desparramarme en suspiros entrecortados por lágrimas cursis.

Mis pocas experiencias anteriores con la ópera y sus derivados, no se comparan a lo vivido esta vez. Para mí fue algo inexplicable, pero mientras lo sentía, el eco de mi alma me iba respondiendo algunas cosas. Uno: Yo amo el canto lírico y cuando lo escucho, soy generalmente una víscera aún caliente y sangrante. Un hígado sano listo para transplante. Gran razón para ese movimiento tan fragoso en mi interior, pero no la única. Dos: Es -y me atrevería a decirlo- la primera ópera contemporánea ecuatoriana estrenada en nuestras tierras. Primer, pero no único patriotismo. Tres: Debo confesarlo, la cívica y pasional historia de amor entre Manuela y Bolívar, siempre me ha conmovido. Sobretodo ese personaje universal y compendiador que es Bolívar. Universal por ser todos los hombres en uno. Nostalgia de tiempos pasados, cuando podían existir esos extraordinarios hombres megalómanos que siendo militares y grandes estrategas de guerra, eran seres altamente formados en letras, filosofía, historia, humanidades, ciencias, etc. Eruditos. Y como si fuera poco, no mantenían esa pose de estoicos héroes. Bolívar era jaranero, juerguista, le encantaba el baile y las mujeres por supuesto. Y era enano, negro y feo. Increíble. El caso de Manuela es otro, bueno, sí definitivamente era una tipa adelantada a su época y todo lo que quieran, pero sus motivaciones eran las de toda mujer: El amor, o mejor dicho, la pasión… por un hombre. Sí, sí, somos capaces de batirnos en batallas cual machos y mucho más. Lo somos. Aunque seamos mal pagadas y terminemos en una choza vendiendo cigarros y muriendo de peste. Incinerada.

Sin embargo hago una apología, la misma que hizo Manuela. Existe un tipo de Don Juan del que no hablé en mi post anterior. El Don Juan genial, ese hombre brillante e insigne, a quien se le podría perdonar todo. El ser aquel que es demasiado para una sola mujer. Pero no se adelanten chicos, que esos seres míticos ya no existen en nuestros días. Murieron poco después de la revolución industrial y el siglo XIX. Ay perfecto decimonónico Bolívar, enfermo de patria y tuberculosis. ¿Cómo más iba a morir el héroe sino de tos terminal? Ahora sí vuelvo a mi conteo. Tres: Al mirar con la piel eso que mis ojos volvían vidrio, me dije: Esto es lo que quiero en la vida. El arte. El arte, gracias Dios. No existe maravilla más inútil, sirve tan sólo para esto, para ponerme en este estado borderline de apetitos y afanes punzantes. Hondos. De felicidad absoluta. Y de repente tenía ganas de reír y gritar que amo el arte, y que eso es lo que quiero hacer por el resto de mi vida. Soy una dramática, drama que se salva de ser entonado, como lo es la ópera. Así soy. Cuatro: Lo épico me movió definitivamente, no sé si por la articulación de la puesta en escena, la composición musical en ritmo de marcha que trepida dentro del corazón o simplemente me salió el espíritu patriótico anti ejército realista. Disfruté infinidad de las escenas de luchas armadas, soldados rojo azul con mosquetes hiriendo a matar, muriendo en cargamontón. Gritos de victoria sobre charcos de sangre. A lo Wilde.

El punto cinco lo voy a poner en un nuevo párrafo para no hacer tediosa la lectura. Cinco: Pese a amar el canto lírico y la ópera, no soy una conocedora formalista de la misma, soy, simplemente una tripa estremeciéndose con las notas sostenidas y la tesitura soprano/ tenor, contralto/barítono. Mis óperas favoritas son la Traviatta y Aída de Verdi. En Roma pude ver la primera, basada en la obra de Dumas hijo, La dama de las Camelias. Drama trágico para llorar, pero en esa ocasión, pese a que tenía nudo, no fue suficiente para soltar el lagrimón. Con la Traviatta tengo una historia de tripas imberbes. Desde los dos años yo ponía discos en el tocadiscos Phillips de mis padres, y uno de los que más me llamaba la atención –y lo recuerdo como si fuera ayer, extrañamente en mí- era el álbum grueso de la Traviatta, pasta dura, con algo así como cuatro o cinco discos en su interior. Tenía fotografías de cantantes de ópera pintados cual payasos tenues. Recuerdo claramente la exigua cara payasesca de una mujer que con la boca abierta y los músculos carrizos tensos, juntaba el seño en un gesto de estertor mortuorio. Una dama agónica que me atraía hasta el cansancio. Estaba hipnotizada por estos discos y su gráfica. Haciendo un forward temporal, las siguientes aproximaciones a la ópera que tuve, fueron una adaptación contemporánea y localista de la ópera de Strauss, El Murciélago. De lo que recuerdo, estuvo divertida pero no me arrancó nada. Por esos mismos años, asistí, guardando las distancias, a la Ópera Rock Con tinta sangre del corazón del dramaturgo ecuatoriano Peky Andino. Fue bastante divertida y emotiva por la presencia de mis amados Sal y Mileto, quienes por cierto, se van a volver a juntar, sin el vocalista original claro (murió de sobredosis como todo buen rockstar). Luego aludiendo a mi espíritu nerd, durante algunos años vi ópera por tv, aunque confieso que ese formato no le favorecía mucho y a veces me aburría. Vi también Carmen de Bizet en el cine, una película formato ópera en escenarios naturales, con el Plácido Domingo. Es grande esa obra, pero quisiera verla en vivo. Luego he visto cosas menores como operetas y zarzuelas cuyos nombres ya he olvidado. Y por último he ido a varios conciertos de cámara o de orquesta, con cantantes líricos. Sin olvidar mis pocos CD’s de ópera y los especiales que han puesto en la Radio Visión, en el programa Momentos Musicales. Bueno, luego de hacer un compendio de mi experiencia operística simplona, debo decir que nunca jamás sentí lo que ésta vez.

Ahora, otro punto que merece punto a parte y nada de numeración es mi criterio personal, que a la final no creo que lo sea tanto. De artes escénicas sé muy poco, soy sólo un espectador, pero la puesta en escena de esta obra me pareció excelente y bastante acertada. Una escenografía que se batía exitosamente entre el neo expresionismo y el minimalismo geométrico y anguloso. Una dirección de arte que combinó esos elementos perfectamente con el aire rococó, romanticismo francés y neoclásico de la época. Sin duda, el elemento contemporáneo multimedial plausible y perfectamente acoplado, fue la inserción de una pantalla donde se proyectaba video con imágenes épicas o referenciales de algunos episodios. Fue muy acertado el manejo de este recurso y sobretodo la tramoya, que actualmente es electrónica. Creo igualmente que la dirección actoral estuvo por buen camino, sobretodo en las escenas con colectivos, las de las batallas por ejemplo tuvieron una sutileza coreográfica que me agradó. Por otro lado, la música a mi parecer, fue una exquisitez. Una grande mixtura de composición clásica orquestal con música contemporánea y música popular y tradicional de la región. Así, en medio del Vals de celebración de la victoria, Manuela y Bolívar bailan un valsecito peruano orquestal, una cueca, y hasta se siente por ahí el aire de pasillo. Las marchas épicas son de una fuerza dramática que difícilmente pasan desapercibidas. Lo marcial y patriótico, junto con el drama romántico de la obra se logran fusionar exitosamente gracias al talento y la precisión proporcionados por el director de la Sinfónica Nacional, Álvaro Manzano (director musical), Javier Andrade (Director puesta en escena), María Elena Mexía (Escenografía y vestuario) y un gigantesco equipo técnico y artístico que participa en esta obra original del músico ecuatoriano Diego Luzuriaga.

Sonó a lo que es. Para mí. Bueno, como siempre, volviendo al origen de este post. Como esta es una ópera de dos actos, en el receso me fui a pasear mi humanidad entre desconocidos, y me encontré con un único conocido. Precisamente el Peky Andino del que hablé más arriba, quien al verme me preguntó: ¿Con quién viniste? ¿Es que acaso uno no puede ser sólo uno? Sola. Ah… me imagino habrá dicho, pobrecita solita. En fin, luego de mi atrevida pregunta de pobre ¿Cuánto cuesta? Regresé a mi puesto sin haber podido comprar el epistolario de Manuela y Bolívar. Lo quería, sí, pero tuve que regresar a mi puesto con las manos vacías. Apenas me senté, aquel viejito solitario igual que yo, quiso iniciar conmigo una conversación con la irremediable primera pregunta: ¿Usted es de aquí? ¿De dónde es? De aquí, bla bla bla. Después de sortear mi cara de ajena venida de un país ficticio, no tuve más remedio que responder a su siguiente inquietud. Dígame usted, que la ha parecido la obra. Bueno yooooo….. Y zaz, en ese momento me sentí más extranjera que nunca, frente a ese hombre anciano, a quién no tenia la más mínima idea de cómo tratar. Será un tipo letrado y culto, será un simple ciudadano promedio, será un ignorantón, será, será…. Y así me sentí absurda soltando palabras que trataban de combinar todas las posibilidades y a la final me salió un discurso Frankenstein falseta e impostado. Discurso que fue desbaratado y sobrecogido con la reveladora contra respuesta: ¿Quiere que le diga qué sentí yo? Sí, dígame. Yo desde que inició la obra, no pude dejar de sentir un nudo en la garganta… Mis ojos se llenaron de lágrimas….



Y así Zelig me visitó, una vez más. Gracias señores.

miércoles, noviembre 15, 2006

La petición del mono

Ok ahí va. (Pero no te preocupes, que esto es un probando, probando)
No sólo porque esa tarde me sorprendió que me hayas llamado y en un intento de no quedar mal -por conseguir qué se yo qué- hayas insistido en cumplir tu promesa. Promesa la cual, fue en primera instancia un encame de mi parte, lo acepto. Y bueno, dado que si tanto sacamos a relucir algo que hacemos con nuestras maravillosas manos (jactarse, para mí, no está tan mal) pues no queda más que decir: A ver pues demuéstralo. No he querido ser tan dura. No. Sólo espero que luego de esto me pongas, en efecto algún comment. Puesto que yo de mis jactancias de seudo "seudo" artífice/marioneta de las palabras, te mostré lo que tenía. Toma la dirección de mi blog. Es todo. Fue casi un dando y dando. Para algo más hemos de servir que para hablar pendejadas como nuestra facha falsamente interpretada como aria. Despatriados caminando por las calles, siendo observados por ojos andinos que nos descontextualizan a cada paso. ¿De dónde eres? De aquí pues, de dónde mas. Así es. Compartimos eso, el ser el otro, el temible y dudoso extranjero en su propia tierra. Todos dudan de nosotros pero... PERO ya quedamos en que éramos normales. Sí. El resto es el que está mal. Son los ojos de los otros los que nos distorsionan y nos visten de alteridad. Aunque a veces tienen razón, yo me miro al espejo y soy otra. Yo me subo a un bus y soy otra. Y si andamos juntos somos esos otros que andan en pata, tratando de empatar acontecimientos urbanos, siendo causa y efecto de insólitos conjuros que devienen en anécdotas fantásticas. O en chapulinescos eventos inexplicables. Cuánta torpeza puede caber en nosotros y cuánta casualidad advenediza nos puede romper el coco. ¿Fatalidad sino cruel? Linda canción, pero no creo que sea nuestro caso. El contrapeso es el “excelente” humor con el que hemos enfrentado el absurdo, no queda de otra.

Fascismo urbano. El porcentaje bonito de la población. ¿Esa belleza infame y altiva que persiguen los desarraigados? Pues no. Tan solo un quiebre, una depresión geográfica en medio de tanta montaña. Un valle caluroso y plano. Por fin una planicie en esta ciudad. Más bien vendría a ser, sí, esa belleza. La de la discontinuidad. La ruptura estética que construye una cara/llanura en medio de la irregularidad montañosa de los andes. Redundancia. Jamás una cara/alpes suizos, aunque tal vez sí una cara/pinireos. Pues sí, en efecto, a los guapos de mi adolescencia los conozco todos, y me los sé con nombre y apellido. Eran esos y no había más. Es increíble el egoísmo de natura en estos parajes, al menos hasta la generación anterior. De ahí la arrogancia de pueblerino que nos ha visitado a todos los más o menos blancos (de color, me refiero). Esa es la arrogancia provinciana que es igual en todos los niveles de sus usos estético/sociales. Es arrogante el que se cree brillante en tierra de opacos. Es arrogante el tuerto en tierra de ciegos. “Las flores del fango” de las que hablaba hoy con mi padre, aunque más bien nos referíamos a esas inteligencias a lo Benito Juárez.

Como una necesidad de hallar armonía hasta en la mugre, creo que el refugio perfecto del desolado antiestético, es la construcción. Yo soy un simple albañil, ya lo he dicho, tengo mi jefe allá arriba, o donde esté. Ese que me ordena lo que debo hacer, y es tan sutil y perfecto que creo que no existe y juro que es mi propia voz tratando de imitar mi voz. Una especie de Patiño encerrado en la cabeza del Monstruo de los Andes. Creo que el talento proviene de una esquizofrenia paranoide, a veces alucinatoria, socialmente aceptada. En esa necesidad de construir lo bonito (lo bonito arrabalesco o lo bonito socialmente aceptado) hallábame yo cual alumno de tercer grado que copió todo el deber de matemáticas al de al lado. Y todavía más estaba ¡bien! Es así que me saqué veinte sobre veinte gracias a ti y tu comida excelsa, gourmet. Pasé el año comiendo esas exquisiteces que me sacaron exclamaciones sacadas de un globo de texto de cómic. Definitivamente mi barriga te busca ansiosa… y discúlpame por ser tan visceral.

Todavía no he calentado mis pies…

martes, noviembre 14, 2006

Donjuanismo (Todo coincide, ya no es culpa, ésta fue sin querer)





¿Será que el futuro del hedonista es volverse un ser inexpresivo? Digo, sé que esto es lanzar conjeturas pero recuerdo a Don Juan y sus últimos días, recreados por la fantasía de la literatura y el cine. Recuerdo a ese Don Juan Tenorio de José Zorrilla (1844), truhán arrepentido y convertido en héroe romántico gracias a los atributos cándidos de Doña Inés. Ese Don Juan enamorado que rompe el mito del ser desalmado y hasta diabólico que la literatura picaresca española dibujó hasta el cansancio. Ese mismo Don Juan de Marco, en el filme (Jeremy Leven, 1995) con el hermoso Jhonny Deep y el eterno (alguna vez el hombre más bello del cine) Marlon Brando, quien no sólo padece del desorden psiquiátrico llamado –valga la redundancia- donjuanismo, sino que sufre del síndrome de doble personalidad. Aunque en el filme realmente sólo vemos una sola personalidad: el mejor amante del mundo. ¿Ese amante perfecto, en realidad es un conocedor de las mujeres? Lo es a ciencia cierta. Tanto aquel vividor desalmado como el conquistador irresponsable pero romántico conocen las sutilezas del mundo femenino. Pero conocen algo más: el misterio de la vida. En serio lo digo, aunque sean seres casi míticos, personajes salidos del imaginario popular convertidos en anti héroes o héroes rotos del cine y la literatura. Tienen esa ventaja sobre el común de los mortales. No es suficiente conocer a la mujer, hay que conocer a la mujer en el mundo, por sólo citar uno de los intereses del Don Juan, pues éste no es sólo un conquistador, ya se sabe, es un timador, un embaucador y hasta a veces es un delincuente. No muy lejos tenemos al Chulla Romero y Flores, sin duda la obra maestra de Jorge Icaza, a mi parecer superior a Huasipungo. Y no es que Icaza sea un plagiador, simplemente lo que hizo fue tomar un personaje que ya existía en la sociedad quiteña (y de seguro existió en casi todas las sociedades) y tomar elementos de la novela picaresca y la estampa costumbrista, y llevarlo a otro nivel narrativo y estético. La naciente novela costumbrista ecuatoriana, salpicada de corrientes modernistas aún, vio su apogeo con esta novela retrato. No sólo retrato de una sociedad y sus modos, sino del hombre y sus motivaciones intrínsecas. No pretendo decir que sea una novela psicológica ni existencial, pero El Chulla Romero y Flores, en su sobriedad estilística, presenta un personaje con mucha más proyección interior que sus coetáneos (Honrosa excepción, los de Pablo Palacio).


Bueno, retomando el personaje de Don Juan, decía que en mayor o igual medida, hay un final caótico por así decirlo, en todas las variantes del cliché. ¿Pero en qué punto de la realidad verosímil ese caos debe ser extremo y fulminante? En ninguno. Veamos, el Don Juan en todas sus variantes termina mal en el mundo material. Termina vencido y/o muerto, pero el verdadero castigo viene con la perdición de su alma. Mucho se insistió sobre este tema en esa literatura picaresca, la corrupción del alma y el ser puramente malvado. Natural born bad. Y ya en la literatura romántica, el cantar es otro. Esa alma será redimida y purificada a través de la expiación que el amor produjo con el arrepentimiento acarreado. Así, Don Juan Tenorio, muere con su amada (fracasa en el mundo material) pero sus almas juntas se ven iluminadas y son elevadas al cielo, en un digno final cursi y lacrimógeno. Sin embargo, en la mimesis de la articulación de la vida, el ser hedonista y concupiscente que representa el Don Juan no resume su final en un caos tan evidente (es una teoría que lanzo al aire y trataré de comprobarla). Esa literalidad del castigo divino no parece tener una materialización tan precisa y estricta en el mundo real. Un ser execrable no siempre tendrá un final tan aparatoso como todos esperaríamos. Y aquí ahora sí voy a retomar el origen de este post: Broken Flowers, la última película de Jim Jarmusch (Strangers than Paradise, Coffee and Cigarrettes, Mistery Train, Dead Man) que acabo de ver hace un par de horas. Bill Murray para mí es casi suficiente para engancharme a un film. Hay algo en su rostro cráter que me hipnotiza. Sus rasgos son adictivos, y su actuación siempre impecable e impertérrita lo es aún más. Lo estoico del gesto murrayano calza perfecto en el personaje escombro del espíritu hedonista perdido, o dormido, o desgastado. Eso es. Don (Murray) es un ¿ex? Don Juan (las nada gratuitas literalidades de Jarmusch) que ha ¿perdido? las fuerzas de la carne. Mientras mira una película de los años treinta sobre Don Juan , su rictus es tan lacónico que parecería no descifrar nada de su ser. Pero por el contrario, dice mucho. Nos da cuenta de un tipo que, cansado de la fruición de las artes del ¿amor?, ahora paga su condena de desalme, a través de un único estado flemático y adusto. Un estado inerte, sin emociones. Metáfora de la pérdida de consistencia espiritual. Jarmusch es muy claro en ello y quiere mostrar de una manera obvia la construcción de su personaje. Nada de digresiones existenciales enmarañadas. Don es un Don Juan en decadencia -al parecer- y por eso encierro en signos de interrogación varias palabras, pues son parte de las conjeturas poco aventuradas que el espectador hará al ver el bosquejo que nos presenta el director. Él no ha dicho nada del pasado de Don, salvo los referentes axiomáticos y textuales dados en recursos dramáticos como la partida de su novia, debida a sus ínfulas de conquistador empedernido; ciertas miradas sutiles, como cuando observa las piernas de la mujer en el aeropuerto o las de la secretaria de una de sus ex. Pero sin duda lo más evidente son las palabras juguetonas de su vecino y amigo negro. (Jarmush y el juego de colores) Eres un Don Juan. Él lo dice claramente: Tú entiendes a las mujeres. Esa es la frase que engloba todo. Pero entender a las mujeres no significa hacerles un bien. En medio de eso quizás, podrán salir con algún beneficio, pero sepan que en la mayoría de los casos, ellas saldrán lastimadas. Y eso se comprueba (o se quiere probar) en la película, cuando Don se ve confrontado con cuatro de sus ex ¿novias?, tres de las cuales se sienten claramente incómodas o disgustadas con su presencia. Sólo una vuelve a enredarse voluntariamente.


Ahora en esa condición de marioneta vacía, se pueden dar absurdos que en primera instancia al espectador le parecerán gratuitos. ¿Por qué Don cede a los planes de su amigo Winston? Simple, porque en ese estado de vaciedad espiritual, el ser lacónico ese, es más maleable y manipulable que ninguno. Ni siquiera llega a ser una manipulación como tal, puesto que para manipular hace falta un espíritu alerta (en francés cerebro se dice sprit), y Don no precisamente lo tiene así. Es así que Don ha perdido toda potestad sobre el verbo (verbo/espíritu) y sus palabras no tienen ya valor. Están desvirtuadas. Se niega a la empresa absurda de indagar el paradero de aquella ex amante que le mandó una carta anónima, diciéndole que tiene un hijo que irá a buscarlo. Sin embargo, esas negaciones se convierten en la acción contraria, en el preciso momento en que las nombra a la inversa. Hace lo que su espirituoso amigo negro le ordena. Winston vierte lo que se le antoja en la jarra vacía en la que se ha convertido Don. Pretende llenarlo en una demostración de afecto, eso está claro. El altruismo del que aparentemente lo tiene todo, casa, tres trabajos, cinco hijos revoloteando y una esposa brillosa (no brillante), la mujer perfecta, a decir de Don. ¿Y Don qué tiene? A sí mismo y su laxitud. Habiendo perdido el poder del verbo, se traviste con las intenciones de su amigo, en un proceso conciente –no crean que no se da cuenta- y parte en busca de algo que ni siquiera le interesa. Pero no es por malvado. El desalmado no es malo, simplemente no tiene alma, acuérdense. Aunque quizás eso es la maldad en su estado puro. De hecho creo que lo es. En fin, que sin alma la conciencia del mal es sólo una proyección del vacío. ¿Será que Winston logra rellenar cual monigote a Don? No lo sabemos, el final es abierto, aunque una chispa de sentimiento se le ve desparramar como gotas de un líquido agotado. Don cree estar con su hijo y en un gesto autómata decide acercársele. Su circunspección no nos deja saber nada más. Probablemente el eco del relleno perdido aún retumbaba en su interior/cueva. Eco.


Al muy estilo Jarmusch, los planos fijos y sobrios, los planos generales estáticos, los mesurados movimientos de cámara, el escatimar recursos dramáticos en los diálogos (por el contrario, el uso de los silencios), son la perfecta expresión de lenguaje técnico y estético que atraviesan el fondo y lo convierten en lo que busca el director. Sin hablar del reparto de lujo ( Murray, Jésica Lange, Chloé Sevigny, y por qué no, Sharon Stone). Pero más allá de valoraciones cinematográficas, (sin duda ésta no es su mejor película) es en extremo interesante el tratamiento del tema del Don Juan y la teoría del fin del mismo. Llega un punto en que la fricción de la carne llega a crear huecos que alcanzan el alma y la destruyen. Esa es la inexpresividad del hedonista terminal. Sin embargo, los ecos que retumban en un final abierto dejan acaso, alguna esperanza de recuperación… O como Don Juan Tenorio, ¿Será que el amor puro puede rellenar y crear un nuevo espíritu? ¿Será esa la salvación? No tengo la respuesta aún.

viernes, noviembre 10, 2006

Alcaloides

El boldo tiene alcaloides. He tomado una infusión de boldo y ahora me estoy perdiendo entre ciertas sensaciones temblorosas y taquicardia mental. Este es un estado para no pensar definitivamente. Mi hipersensibilidad me vuelve un ser vulnerable a las "inas". Imagínense veinte tazas de café cargado, o diez redbulls, mezclados con algún somnífero. ¿Qué tenemos? Un yo desorbitado, con pensamientos inconexos y con dotes de clarividencia barata.

La última vez que me adelanté me equivoqué en primera instancia y luego la vida se encargó de darme la razón a los pocos días. Hoy también quise adelantarme a los hechos, y más que eso a las razones y motivaciones. Y bueno, no encuentro respuesta aún. Sé que "lo inútil" no es un tema de discusión, porque ya está, no tiene uso práctico. Pero esa practicidad del mundo material tiene sus boicoteadores internos, sus remisos sancionados: Las acciones inútiles. Pues sí, qué más antagónico al materialista sentido de la vida, que la progresión de hechos que nos llevan a ninguna parte. Esa es la virtud de la anticipación, saber desde antes que todo aquello que se nos antoja a hacer porque sí (ese porque sí, siempre tiene un motivo) terminará en un precipicio, luego del choque con un busero inconciente y borracho. Nos demoramos más tiempo en determinar los porqués de todo, que en decidir eliminar el impulso primero que nos lleva a hacerlo. La sospecha. Y viviendo aún dentro de una esfera de aseveraciones y máximas que nos producen seguridad, estamos todo el tiempo sospechando del producto o de sus progenitores.

Yo por eso, luego de haber dictaminado tiempo de veda, regreso al estrado, al podio, que más bien parece un round. Y digo: Sí , aquí estoy. He vuelto. Ni mil sospechas, ni dudas me harán retroceder. Si las cosas se dan de esa manera, si una extra conciencia nos mueve como títeres viejos, pues en medio de mis intentos por descubrir esas manos, viviré. Voy a vivir y por favor amigo querido, no digas que vas a morir pronto. No lo digas. Esa clarividencia es solo una evidencia de que estamos con espuma en las venas. Es mejor eso a desangrarse por causas perdidas. Por eso cayó el muro. Y sí, en fin, toca limpiarse de los escombros para no volverse escombro precisamente. (Ahora creo que más bien estoy en un estado de toxemia por el tal boldo ese y las diez plantas que me dió la casera) Ningún brebaje mágico nos va a sacar la podredumbre de adentro ni limpiará las calles de asfalto para que nosotros pasemos con nuestros relucientes zapatos. Siempre cargamos bacterias, es inevitable la contaminación orgánica. ¿Cómo nos vemos? Sucios luego de mil baños de espuma. ¿Cómo está nuestra ropa? Ajada y descosida aunque vistamos Dolce y Gabbana. Por eso, está bien, camisas feas y pasadas de moda a la final son la postura estética más sincera que podemos encontrar dentro de esta montaña rusa destartalada.

Alguien me dijo un día que a la gente de aquí le faltaba ojos. Mirada. Padecemos de mirada borrosa y ojos mal dibujados, por eso podemos escondernos en dobles intenciones con una facilidad fisonómica, por lo cual ya ni necesitamos de gestos cómplices. Ojos feos e inexpresivos, de pestañas caídas y deshilachadas. Y yo agrego algo más: Sin cejas. Para qué queremos cejas cuando el techo de nuestras intenciones es de zinc. No crean que un viento semi fuerte no podrá con él.

Y no es por negativa pero me hallo tratando de eliminar la vaciedad de mi estómago en una arcada que no devolverá nada.

Such is life in the tropics, or in the mountains.

miércoles, noviembre 08, 2006

La ventana discreta

Ante la realidad nacional y mi actual e incidental desconocimiento sobre temas coyunturales, debo decir que lo único que nos queda es mirar por la ventana a ver si pasa alguien... o algo. Si usted vive en una calle transitada o en algún condominio estrecho, quizás verá mucho. A lo Rear Window. Si vive en una aburrida y estancada zona residencial, usted no verá nada, por el contrario. Yo tengo un amigo que va a terminar lisiado por fisgón. Un Jimmy Stwart criollo que me ha enseñado el sutil arte de espiar la vida. Yo no tengo ni la belleza ni la elegancia de Grace Kelly, ni mi amigo la impostación acartonada de Jimmy, pero ahí le damos. Cada cierto tiempo voy por la tarde a su casa, en una especie de visita instaurada. A veces sólo conversamos, a veces trabajamos y nuestra necesidad continua de movimiento nos hace desplazarnos por toda la sala, que es en realidad una especie de estudio/escritorio/biblioteca (la verán en la fotito de mi profile o citada en un post del genial Eduardo Varas, devolviendo el halago). En nuestros poco cesantes revoloteos, vamos turnándonos la posición junto a la ventana, es toda una argucia técnica la de la de invisibilidad detrás de la misma. Él lo ha logrado, yo no tanto. Yo al principio sacaba todo mi cuerpo por el dintel y tras llamar la atención de alguna manera, lograba ser vista por los blancos en la mira. Mi amigo me decía: No, no, así no es. Nadie te tiene que ver. Pero yo quería que me vean, no sé por qué. Era parte de mi jugueteo con lo ajeno. Yo estaba protegida en mi fortaleza de concreto y nadie me podía hacer nada. Un tercer o cuarto piso (depende desde dónde se lo cuente) que tiene el ángulo perfecto de visibilidad picada, y de invisibilidad contrapicada.

Mi amigo dice haber sido testigo de hechos insólitos, de accidentes de tránsito, de broncas, de extraños movimientos de gente sospechosa, de personajes coloridos sacados de algún baile de disfraces (vi tres el otro día). Yo he visto el registro fotográfico de esto. En efecto, él no tiene el telescopio de Stwart (ese sería su sueño), pero tiene una cámara digital potente. La paranoia no está tan lejos de su alcance. Alguien nos espía. Qué se van a imaginar aquellos oficinistas que esperan el bus de la empresa religiosamente todos los días a las cinco, que nosotros les tenemos ya armadas historias paralelas de vida. Y fotos de ellos. Suena tenebroso y sórdido ser personaje de una fábula urbana tejida por dos desarticuladores sociales. Dramaturgos de sainetes chocarreros desde un plató ventana, con un público inerte, transeúnte estancado en minutos huecos. Un día, el día de la foto aquella y otras más (mi amigo es dibujante y usa fotos base), estaba travestida y bueno es ineluctable la transformación espiritual. El espíritu en la superficie, más bien. Yo lo único que quería era ser una Briggitte Bardot espléndida en la ventana, con espectadores embobecidos contemplando su falta de melanina rutilante. Y un Roger Vadim sonriente y de comisuras temblorosas frente a su pequeña amante quinceañera vaciada de infancia y desnuda hasta el ardor. Exhibicionismo y voyeurismo convidándose el mismo bocado.

Pero no, como siempre, todo pierde su caché y termina volviéndose fonda con mesas de fórmica. Terminé siendo la puta que se despereza frente a la ventana y a quien su proxeneta trata de meterla dentro del bulín. Ni siquiera desnuda. Blanca y delgada, el torso como único contador de historias frente aquellos dos tipos en motocicleta, sentados frente a la tienda, conversando de cualquier cosa y mirándome con ojos tímidos. Ojos tímidos. En realidad su apariencia de machos atrevidos se quedaba cortas al momento de regresar a ver hacia arriba. Yo y mi espectáculo ridículo de puta decimonónica. La novia de Toulouse Lautrec que terminó hundiéndolo en las esmeriles aguas C2 H5 OH. No tenemos misterios por resolver, nadie ha muerto, no hay Watergates ni para justificar una extorsión amarillista. Solo la ventana y mi amigo intentando adiestrarme en invisibilidad.

¿Qué privacidad estoy violando? La mía o la de los otros…

martes, noviembre 07, 2006

Ayer me sentí imbécil, sí.

Ayer fui a cuidar a alguien a su casa. Estaba enfermo, con amigdalitis, y yo estaba aburrida así que era mejor eso a nada. Su departamento -el cual que acababa de conocer- era lindo y moderno. Dos pisos, blanco, con decoración austera pero de buen gusto y bastante luz. Un tipo que se trataba bien. Yo con tanto prejuicio yuppie no sabía cómo moverme, ni dónde sentarme. Todo era demasiado blanco y perfecto como para mimetizarse al entorno. Y yo llegué despeinada y sin bañarme, luego de un día entero de escribir sin cesar. No importa, hoy no es un día de belleza, me dijo. Por supuesto que no, aunque el estaba más bello de lo que imaginé. Llevaba un buzo negro al cuerpo, con mucho estilo, y su figura esbelta era una excelente decoración. Decoración, eso pensé hasta ese momento, el de la primera identificación del hábitat.

No podía creer que me hallara intimidada frente a aquella simpleza tan decodificable. No sabía qué decir, de qué hablar. Qué tema de conversación proponer, así que me refugié en un álbum de fotos. Autos. Podios. Premios. Amigos. Familia. Por fin pude recuperar el habla perdida tras frases eco: ¿Y éste quién es? ¿Y esto dónde es? Gente que no conocía y que no me interesaba. Entonces el momento se acercó, el álbum estaba por terminar y yo ya no podía agarrarme más a sus páginas plastificadas. Algo debía idearme. Él estaba enfermo y febril, debíamos necesariamente acostarnos a ver tele o alguna película. Y yo fungir de enfermera casi sin licencia por mala práctica médica (enfermera de hospital público).

De repente, cuando yo empezaba a acostumbrarme a sus ojos entrecerrados que me observaban con aplomo, él soltó la grandiosa idea de jugar ajedrez. Yo no tuve miedo, sabía que era mala, que no he jugado en veinte años y que mi pésima retentiva me había hecho olvidar los movimientos de cada pieza. Sin embargo, por mi pedantería imaginé que él no sería un gran jugador. No importa, este es un juego demasiado intelectual para mí, pero igual, juguemos. Está bien, acepté. Pero al segundo en el que empezamos a poner las piezas en el tablero, comencé a sentirme ofuscada puesto que no sabía cómo iniciar el juego. No tenía idea de tácticas, ni movimientos, ni de nada. Tuve vergüenza y una espantosa vacilación, sí. Mientras, él parecía dominar el tablero y conocer previamente lo que iba a hacer, con una gran seguridad. Y sí, fue eso, su seguridad me espantó. Empezamos el partido y su primer movimiento parecía tan definitorio que supe inmediatamente que iba a perder de la forma más guasa. Entonces empezó la retahíla de justificaciones y frases sufridoras de mi parte. Pero él no me hacía caso y quería seguir jugando para demostrarme cómo me hacía jaque mate en pocos minutos. Yo sudaba y cada vez me sentía más perdida frente al tablero infame que era una de las versiones esas para turista: Indios contra españoles. Y adivinen quién era los indios: Yo.

Yo y mi tipo de sangre O+ perdimos aparatosamente frente a él y su sangre B-. No es ninguna ventaja tener este tipo de sangre. Estuve a punto de morir en un accidente porque necesitaba dos pintas y nadie tiene esa sangre en este país. Ok, Jaque mate por K.O en tres minutos creo. Y no está mal, es bueno de vez en cuando que le den a uno pataditas que nos hagan practicar la tan temible humildad

lunes, noviembre 06, 2006

Autofagia

Mi estómago me recuerda lo frágil que soy. Un helado de crema y chocolate es suficiente para decirme: No perteneces. Así que me voy. Huyo del núcleo amargo, aislado: Playa exclusiva del edificio apartado. (Tenía que ser así). Y me voy. Huyo del aislamiento y camino sola a buscar gente. Esa conglomeración que destaca aún más mi soledad. Soledad gregaria. Y no me duele, la prefiero. Creo que es la más llevable. Sí, en realidad prefiero ésta a aquella del eremita. “En cambio uno lucha contra la misantropía”. Lancé ese tiro certero. Y él sólo me atacó en un intento desesperado de validar pero a la vez esconder su odio hacia el género humano. Y pensar que tengo tanto de él. Tanto de ello y me pesa como un costal de piedras atado a mi espalda. Quisiera ser sólo una. Una libre y poderosa. Una autónoma y vegetativa. Gobernar mi fisiología, mi anatomía y mi genética. ¿A quién echarle la culpa? El daño ya está hecho. La playa está llena de gente y yo saboreo el exquisito aroma de sentirse uno más. Me escondo entre la montonera y aún creo ser vista. Dios, cuánto me persiguen esas ínfulas de visibilidad de mendigo. Elegantly wasted.

¿Qué me vean? ¿Qué no me vean? Qué es lo que quiero. Ser ola que rompe en la orilla y lo devuelve todo, o tifón profundo que todo lo traga y cuyas entrañas están formadas de afuera, de todo lo que no le pertenece. De otros. Pero yo quiero mis entrañas mías y sólo para mí. Quiero expulsar a los inquilinos y que se vuelvan parias. Quiero seguir escupiéndolo todo pero le temo al vacío. ¿El mar nunca está vacío? El mar no, pero la orilla sí.

Deberé convertirme en orilla entonces, para así acarrear palos y basura, pero vomitarlos cuando me indigeste. (La marea ha subido, no voy a poder regresar por la playa) Seguro hay peces en la orilla, o en algunas orillas, no en todas. Pero yo nunca los he visto. Y a veces no quiero botar mis troncos y mis algas. Mi basura botada por los humanos. Porque ahora es MI basura. Yo no tengo entrañas. Si alguien entra en mí y se baña, dejará lo que quiera dejar y eso se convertirá en mis entrañas. Tengo muchas, muchísimas, y la vez tengo ninguna. Quizás ya nací con ellas, pero sé que no me pertenecen. Alguien me decía al oído: Eso no eres tú.

…………………….


Hoy él dijo: ¿Cómo así cierta persona disfruta ahora del sol y la playa?
Yo giré mi cabeza con una extrañeza y desconcierto reales. ¿Quién? –dije-.
Tú pues – el coro de todos-.
Pues sí, en efecto. Y hay dos razones importantes. Una: Aquí no hace ese calor asfixiante, corre mucho viento. –aclaré yo-.
Sí, el que me vendió dijo que aquí hay un microclima. – asintió él-.
Y bueno, por último, la gente cambia ¿No? –rematé yo-.
Sí, eso es. La dialéctica del cambio… (o el principio de la dialéctica, o algo por el estilo dijo él, pero ya lo olvidé. En tal caso era algo con la dialéctica y sonó bien. Me recordó a mí misma. Mierda.)

Yo nunca pude defender mi punto con mis consanguíneos. No saben nada de mí. Soy infinitamente torpe y “speechless”. Prefiero el silencio, (muchas veces llegaron a pensar que soy autista o estoy drogada) o por el contrario opto por “el payaso triste de boca carmín”. Entonces apelo al histrionismo ácido que heredé de la familia de mi madre. Aunque quizás lo ácido sea mi aporte generacional. En fin, a burlarse de todos y a sacarles risotadas con mis perlas falsas cultivadas y cosechadas hace cinco minutos. (Y aún no evito cortes de hoja de papel bond en mis propias manos) A veces esas perlas son salvajes. Encontradas luego de un buceo en aguas profundas. Entonces estoy delante de un brick wall, y la frase perla virgen saldrá como un derrame cerebral, y los golpeará tan fuerte, que se asirá a su psiquis y vivirá allí para siempre. O al menos durante algunos años. Y así se generan las frases célebres. Pero la verdad es que muy pocas veces doy el Knock out. A veces no lo entienden de tal manera y entonces se pierde. Con otra gente –mis amistades frustradas o inconclusas- pasa que doy contundentes y supurantes golpes de humor (humores corpóreos), y terminan rendidos. No sé si a mí o rendidos de la fatiga. Superlativos momentos oportunistas y perecibles.


Ah, lo perecedero. ¡Qué monstruo tan infame! Cuánto nos asusta por las noches (metamos la cabeza bajo las sábanas y finjámonos dormidos… o muertos). Cuánto quisiéramos sacarle la etiqueta con la fecha de caducidad de la vida, y tragárnosla o bebérnosla en grandes degluciones. Sin respirar –como cuando éramos niños y nos bebíamos todo el jugo. Yo a la vida no la puedo considerar como un simple bolo alimenticio, ni como un trago amargo, ni como una bocanada fresca. A veces me cuesta tragármela y prefiero escupirla o vomitarla para luego contemplar el mendrugo baboso y masticado, derramado por el piso. Semidigerido. Contemplar. Ese es el estado de gracia. Contemplar no es ver. Es detenerse. Es como suspenderse en el aire y paralizar el tiempo. Correr con tiempo propio y estrujarlo todo hasta deshidratarlo. El despojar de agua a la vida y beberse esa agua. Luego, comerse lo que quedó como si fuera pan seco y aún disfrutarlo. Es como separar la materia sólida de la materia líquida que contiene en sí mismo, para luego engullirlas por separado. Y únicamente en el inconsciente vegetativo de la digestión (de las entrañas) volver a empalmarlas. Eso es la contemplación para mí, no sé si me explico.

………………….


Pero debo saber que tarde o temprano el mar lo expulsa todo. Aunque a los seres vivos que lleva dentro solo los arrojará cuando estos mueran, claro, si éstos no son antes devorados por otro mayor. Autofagia.