Ídolo

Ídolo
Morrissey

lunes, diciembre 29, 2008

Una Sorjuanada

Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis:
si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si la incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
el niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo,
y siente que no esté claro?

Con el favor y desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata, ofende,
y la que es fácil, enfada?

Mas, entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga,
o el que paga por pecar?

Pues ¿para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.


Sor Juana Inés de la Cruz. (Por estar leyendo los Detectives Salvajes)

viernes, diciembre 12, 2008

Instant Karma (John Lennon)


Instant Karma's gonna get you
Gonna knock you right on the head
You better get yourself together
Pretty soon you're gonna be dead
What in the world you thinking of
Laughing in the face of love
What on earth you trying to do
It's up to you, yeah you

Instant Karma's gonna get you
Gonna look you right in the face
Better get yourself together darling
Join the human race
How in the world you gonna see
Laughing at fools like me
Who in the hell do you think you are
A super star
Well, right you are

Well we all shine on
Like the moon and the stars and the sun
Well we all shine on
Everyone come on

Instant Karma's gonna get you
Gonna knock you off your feet
Better recognize your brothers
Everyone you meet
Why in the world are we here
Surely not to live in pain and fear
Why on earth are you there
When you're everywhere
Come and get your share

jueves, diciembre 11, 2008

De soles y rosas (happy birthday)







Hoy es mi cumpleaños. No tengo mucho que decir. No hay casa para botarla por la ventana. Pero ¡S-alud! ¡Salud! Brindis sin alcohol.


Por ahora, en un spa en el Caribe, o en un sauna de la Marín. Una fila de periódicos en el gran ventanal nos protegen del sol infame. Sí, todo muy bonito pero trabajar con el peso del astro rey sobre la cabeza es una experiencia, nuevamente, narcótica. Las palabras se evaporan por la sequía. Y más temprano que tarde el sudor entumece las ideas.


Por eso hay que salir, salir, salir. Comprar una botella de champagne sin alcohol (no existe) y embriagarse hasta peder las palabras. Luego ir a recoger los pasos en los lugares por los que se pasó, levantar las sílabas derramadas y armar nuevas palabras. Vivir como si nada. Así, con una serenidad perfilada ante el peligro. Evitando los zapatos altos para no quedarse atrapado en las zanjas minúsculas de las veredas. Botando a la basura las medias resbaladizas, esas que no le dejan a uno caminar en paz porque se van enrollando en los dedos. Sin talón.


Protegerse el talón de las flechas mortales con botas militares, y caminar con esa seguridad de piel transparente. De venas azules y sobresaltadas. Y siempre el sol. El sol de esta ciudad que no deja pensar en qué es lo que hay detrás de Cruz Loma. Las montañas aquí no son insignes. Nadie está orgulloso de ser hijo de la montaña, no es así, no lo confundan. No es como en otras ciudades en donde la relación con las protuberancias esas es filial. Nosotros tenemos una seguridad geográfica asumida como verdad paisajística. “Así deben ser las ciudades”. Odiamos lo plano y los horizontes lejanos. Las hileras homogéneas. Así mismo ha de ser. No entender el contexto geográfico sino simplemente vivir desapegados de la comunión conciente. No, la montaña no es majestuosa. Es solo una protuberancia y si no brama nadie la nota. Podría tranquilamente no estar ahí, pero esa ya sería otra historia. Como la del Guayaquil sumergido.


Prominentes citadinos caminando siempre de izquierda a derecha. Una línea infinita. Un trolebús atestado de choros. El desaseo. El sol que quiere solucionar la opacidad de las miradas. Pieles desgastadas por todas partes. Somos de un cubismo rabioso. Las formas están peleadas entre sí, y huyen del instante cromático. Hay que pintar las rosas de azul. ¿Ustedes producen muchas rosas?, decía Pedro y cantaba Sombras.


En la penumbra vaga
De la pequeña alcoba
Donde una tibia tarde
Te acariciaba toda…


Te buscarán mis brazos
Te besará mi boca
Y aspiraré en el aire
Aquel olor a rosas…


Y luego de esa estrofa, reía. Las rosas otra vez, rosas por todos lados. Ahora sí, una petición. He recibido unas rosas de misteriosa proveniencia y necesito saber quién me las mandó. No tienen remitente ni firma de nadie, solo un pequeño poemita –o algo así-:


“Para aquella rosa desde el pequeño planeta donde todavía se persigue al ocaso”.


Más rosas y soles moribundos, totalmente comprensible. Hay que buscar el ocaso y protegerse de la ferocidad de los rayos solares.


sábado, diciembre 06, 2008

La entrada a la mediocridad desde el otro cuerpo

“El dolor físico es el gran regulador de nuestras pasiones y ambiciones. Su presencia neutraliza de inmediato todo otro deseo que no sea la desaparición del dolor. Esa vida que recusamos porque nos parece chata, injusta, mediocre o absurda cobra de inmediato un valor inapreciable: la aceptamos en bloque, con todos sus defectos, con tal de que se nos dé sin su forma de vileza más baja que es el dolor”.

Julio Ramón Ribeyro.

“Yo creía antes que el mecanismo de la autodestrucción era una forma de lascivia, ahora voy sabiendo que no es más es una forma de comodidad, la mayor de todas, obscena y perversa hasta la médula”.
Andrés Caicedo





Dos libros leídos esta semana y sus reflexiones posteriores.




La teoría que sostiene Alberto Barrera Tyszca en su novela La Enfermedad (Premio Herralde) es la de la conciencia doble a través de la enfermedad, dicha propiamente, dolor físico. No es la conciencia del cuerpo mismo como aparato autónomo, sino una segunda experiencia: el descubrimiento del otro cuerpo. Hay una ambivalencia en el sentido corpóreo: en tanto éste sea un vehículo de la vida, sigue siendo uno, y cuando empieza a ser la carga que debemos empujar en el trayecto, entonces se desdobla. Barrera no lo dice así exactamente, ésta es mi interpretación.

La Enfermedad juega con el doble en todo sentido. En la noción de ese otro cuerpo engendrado desde el mal (no en vano el cáncer puede hacer crecer un ser de células malignas dentro de uno llamado tumor) y desde su construcción narrativa. Hay dos historias paralelas, derivadas de un mismo tronco. Un médico, por supuesto. Su padre enfermo –a quién no sabe cómo decir que va a morir- y un paciente rechazado, que es el enfermo imaginario (de Moliére) por llamarlo de alguna manera.

Andrés Miranda, el doctor, es una especie de bisagra entre la realidad y el mito. Entre el cuerpo desdoblado desde la neoplasia, y el alma desdoblada desde eso que Ernesto Durán, el enfermo imaginario, llama la Enfermedad. Y sin contar nada más, sin calificar a la novela, hay algo que concluye fugaz pero certeramente. El remedio a la enfermedad es la escritura. Ernesto Durán acepta la farsa desde su propia ficción, y el remedio a todos sus malestares, será, infinitamente, escribir al oscuro objeto de su deseo. Que no es más que la materialización epistolar de su terror.

Terror. El niño atemorizado de bajar las escaleras en oscuras para ir a tomar un vaso de agua. Eso es Andrés Caicedo. Escritor, niño suicida que terminó sus días en el Cali de los setentas por negarse a crecer. Hay muchas maneras de experimentar ese terror, que yo le llamo el miedo metafísico. ¿De dónde sale? Habrá muchos orígenes que la psicología y el psicoanálisis se divertirán tanto en desentrañar. Yo no me divierto tanto, porque de una manera injustificable, siempre se llega a lo mismo. A esa forma primaria de lascivia de la que habla Caicedo, que empieza como un motor de las pasiones, pero que termina siendo eso, un piloto automático. He ahí –entre otras interpretaciones- la comodidad.

En el miedo metafísico hay un pozo oscuro del que parte esa forma visceral de enfrentar el peligro (contraria a la impavidez, y que no se confunda con actitud temeraria, que es otra cosa). El pozo es el dolor, el que parece ser transmitido en un acto previo a la experiencia. Material genético, inconsciente colectivo, como quiera llamársele. El instinto de autoprotección frente a la “vileza más baja de la vida” es un grito de insurrección frente a la caducidad de la vida. “Nacemos para enfermarnos”, dice Andrés Miranda. El perverso mecanismo de natura nos obliga a meternos en el círculo de la negación al retorno. No queremos regresar a la nada, y esa decontrucción progresiva no es más que un simple y puro proceso de autodestrucción del que nadie se escapa. Por eso, la comodidad está simplemente en dejarse arrastrar y no oponer resistencia. De ahí la comodidad.







Andrés Caicedo, lo sé, hizo algo más que eso. Viviendo metódicamente aterrado de entenderse desde adentro hacia afuera, y con una nostalgia sistémica que solo la infancia puede ahondar, decidió vivir en cuenta regresiva. Despreciando la inutilidad del futuro y la adultez, ese mundo aún más vil y perverso, en el que uno debe irse negando a sí mismo, Andrés se fue reduciendo a su mínima expresión, literalmente drenándose palabras. El cuento de mi vida es una colección de relatos autobiográficos sin mayor articulación que el ser escritos camino a la inmolación. La primera parte revela poco más que un niño malcriado y mimado. A medida que pasan las hojas se va revelando ese dolor sistémico que le va derruyendo el espíritu. Dolor que se manifiesta en ideas como que es mejor el amor comprado, el de una prostituta, por sentirse básicamente incapaz de alcanzar el nivel necesario frente al objeto amado. Pese a su incapacidad frente al amor (al que trata como un extraño objeto) finalmente se enamoró de Patricia, y cuando ella le abandona –uno de los motivos- se suicida. Lo extraño es que sus dos últimas cartas no son despedidas de un suicida. La una es para un colaborador de la revista de cine que dirigía, y la otra es para Patricia, rogándole que vuelva, pidiendo perdón, arrepintiéndose de haberla perdido. Su última frase: Ahora salgo a buscarte.

Hay momentos en el relato de Caicedo en el que el dolor físico de la abstinencia (era adicto) retumba como un daño espiritual. Su herida es de palabras estrechas y nudos neuronales. No hay conciencia del otro cuerpo en él, quizás por eso, o antes de llegar a eso, es que no aceptó lo chato, injusto, mediocre y absurdo de la vida, porque sí, en efecto, el dolor físico es una expiación de todo aquello que nos parece terrible. Hay una tregua en el instante de padecimiento físico. Somos sólo eso, un cuerpo doliente que busca a gritos regresar a ese otro cuerpo, olvidándonos por un instante la lógica de nuestras miserias y las del mundo. Pero el dolor espiritual no tiene sosiego, no conoce otro cuerpo porque no tiene cuerpo, y no tiene escapatoria más que en sí mismo, en una eterna autofagia que resulta en el inevitable retorno a esa nada de la que tanto huimos, en un intento de revertir el proceso de la autodestrucción. Porque es terrible que, a través de esa tregua, debamos darle paso a la mediocridad que viene después del dolor (de ambos tipos): sin pasiones ni ambiciones.


All the lonely people, where do they all come from.
All the lonely people, where do they all belong.

jueves, diciembre 04, 2008

La gente no lee ¿Y eso a quién le importa? O de la impavidez y otros demonios, o La Generación Ausente.

Este post tiene tres títulos porque la falta de síntesis para la estocada final de la concisión es un círculo vicioso. No obstante, cada idea contenida se complementa con la otra. (Lea hasta el final, porque metaomorfosea)

La Feria del Libro más grande que se haya hecho en el país, acabó el domingo anterior. Y más allá de las críticas de despilfarro de dinero público que le han llovido al Ministerio de Cultura, los mucho abarca poco aprieta y las preguntas de si el medio está listo o no para recibir un evento literario de tal magnitud, yo me pregunto: ¿Dónde estaban todos aquellos que dicen que sí leen?

Ok, tenían que trabajar o quizás había cosas más interesantes que hacer en la sevillana Quito. He experimentado un sentimiento anodino y a la vez encrespado, al darme cuenta que los coetáneos presentes éramos tres pelagatos, literalmente. Sí, ya sabíamos que nadie lee, pero por qué de repente, en un medio en el que ser lector te deposita en el recinto de la contracultura, desaparecieron todos aquellos seres que sostenían que sí leen. Yo conozco muchos y creo que sólo vi a unos cinco pasearse (diciendo mucho) y asistir a las charlas en el Centro Cultural Eugenio Espejo. Es cuando necesariamente volvemos a la pregunta ¿Para quién, entonces? ¿Arando en el mar?

Yo quisiera desenvainar las causas ontológicas de este hecho. ¿De donde surge ese desdén? O es que acaso la difusión del evento falló. Mi postura al respecto no es muy objetiva, puesto que trabajo en un medio de comunicación y estuve enterada de todo desde el principio. Habría que analizar otros puntos, y desde otras perspectivas. La poca asistencia de una generación comprendida entre los 25 y los 35 años (plena edad productiva y no estudiantil) será que se debe a las teorías internacionales del desdén cáustico de la generación X, al laconismo apolítico, a la falta de una voz generacional unificadora, al no sentirse representado por nada ni por nadie, o es un simple rechazo a la asunción de la cultura desde lo oficial. Yo no tengo la respuesta.

En una ciudad/pueblo con corazón de latifundio, se polarizan no solamente los oficios y beneficios, sino hasta los ánimos. A diferencia del S.XIX y para no irnos tan lejos, hasta entrada la segunda mitad del S.XX, que a alguien le interesaran las artes, las letras, etc, era parte asumida y avalada del establishment de entonces. Hoy –al menos en nuestro medio- cada día es un hecho más extra-ordinario y marginal. Y aunque la lectura y la literatura son oficios y actividades no gregarias, es en la intencionalidad misma de despegarse de la realidad, en la que halla su pertinencia paralela con el resto de las artes.

Entonces, hippies, rockeros, hiphoperos, bailarines, pintores, escultores, cineastas, videastas, artistas conceptuales –o contemporáneos-, antropólogos, sociólogos, parcheros, teatreros, mal vestidos, bien vestidos cultos… todos al mismo costal con poetas, narradores, cronistas, lectores silvestres, letrados y eruditos. Todo es lo mismo, porque entre tanta “diversidad” hará siempre falta una instintiva estandarización de aquellas ociosidades.

Y ya que el gigante cernidor social hizo su trabajo en Quito nada más verte la cara, queda ese mínimo porcentaje de los que se fueron al lado oscuro de la fuerza, y a los que sueles verlos en bares, conciertos, inauguraciones (o para que suene más bonito vernissages) y demás. Pero de ese porcentaje ya de por si ínfimo, hay que hacer otro factoreo, que nos da como resultado un famélico porcentaje de gente que tiene afición por la lectura. Y ojo, con esto no quiero decir que solo lean quienes tienen afinidad por las artes, simplemente esos otros indicadores desconocidos para mí, del lado oscuro de la luna (o claro), pues eso, no están dentro de mi radio de evaluación. Por eso me ocupo de lo mío. De lo que conozco, o de los que conozco.

Esos son a los que busco. Quizás sea algo egoísta y nada más, el que me queje por querer tener interlocutores en igualdad de condiciones. Ni más ni menos. Sin menospreciar a nadie ni decir que quienes leen (postura más vieja que la Ilustración) son superiores. Ya es anacrónico caer en esas discusiones. Pero aún creo que sigue siendo justo y necesario incentivar la lectura, aunque suene a Campaña Eugenio Espejo. Simplemente, es un vacío generacional que llama la atención, que reclama respuestas y que revela que algo está mal. O que algo estuvo mal. Y quizás desde siempre. Y talvez desde la misma construcción republicana, en ese proceso de independencia que de alguna manera no logró despertarnos totalmente del letargo. Son teorías.

A pocos kilómetros (relativo) están dos países que tienen más librerías que farmacias (Al menos Lima y Bogotá). Hay más lectores que enfermos, metafóricamente hablando. Y aunque ya es cansón el eterno ‘qué pasó aquí’, nunca está demás entender que no podemos tirar la toalla. Que salir, que irse a Europa a hallar el florón que perdimos (o que nunca tuvimos) no creo que sea la solución. Porque la idea es que las cosas funcionen aquí, y que dejemos de sorprendernos de cómo es que en todos los metros del mundo, la gente va con su librito en la mano.

O tal vez, el problema viene de lo contrario. De no sorprenderse de nada. De esa insensibilidad crónica colectiva que nos lleva a quedarnos siempre como estamos y a levantar los hombros en señal de falsa protesta, lo que ni siquiera disfraza un conformismo, sino una vagancia. Una necesidad casi genética de no hacer ningún esfuerzo. Levantar la mano y agarrar el fruto.

Ayer asistí a una charla de Víctor Arregui, el cineasta. Él se confesaba impávido y decía: “la impavidez a mí me encanta, es lo más bonito que hay”. Y describía a la impavidez como lo que es realmente: la incapacidad de conmoverse. Esa no-reacción que no procede de una decisión conciente, sino de un estado de ánimo perpetuo, del que es imposible salir, porque para quien lo experimenta, es seductor. Yo me preguntaba entonces, cómo era posible que una persona que aún se dice activista político, que trabajó en comunidades indígenas, pobres y rurales, y que “luchó” por las injusticias sociales (sí, total discurso macerado de izquierda), fuera impávido. Quizás racionalmente él pudo discernir que aquello no estaba bien, lo cierto es que su respuesta fue: “Ser impávido es ser bruto, lento, colgado. Es quedarme en nada, mirando algo por horas y sin reaccionar (quizás eso se asemeje más a un estado contemplativo). Pero en el fondo, te cuestionas mucho, tal vez eso sea tan solo una careta”.

Una careta. ¿Será ésta la respuesta al quemimportismo verdadero? Yo creo que lo de Víctor va por otro lado. Él ha producido, no en vano tiene dos películas. Hay un problema sustancial en el dejar que la vida nos pase por encima y no reaccionar, y está relacionado con absolutamente todas esas faltas, ausencias y carencias. Como la de la lectura. Hay una elipsis en nuestra historia, un salto temporal imperceptible, que nos ha depositado en un no-tiempo, un no-momento, en el que el progreso y la progresión de los hechos en realidad es una ilusión de contexto. Lo que vivimos es una simple dilatación de un mismo instante, algo así como estirar lo que más se pueda a un mismo minuto. No hemos sobrepasado nada porque no hemos dejado atrás nada. Las escenas aparentemente nuevas de nuestros contextos histórico, político y social, son simples maquillajes de lo que siempre estuvo. Esa es la verdadera impavidez, impedir -por razones desconocidas y oscuras a mi entendimiento- que la vida siga su curso de metamorfosis, ruptura y cambio. Somos los mismos desde hace siglos y a muchos les interesa seguir siendo eso, porque es más cómodo, y por último, si se lo estandariza, quién lo va a notar. A quién le va a importar.

Pero téngalo por seguro que se nota. Es evidente. Pedro Lemebel, el del Post anterior me decía: “Por Dios, ¡Qué les pasa a ustedes, que viven en cámara lenta! ¡No reaccionan!”… pero ¿para qué reaccionar, no? Si la impavidez es tan arrulladora y cálida….

lunes, diciembre 01, 2008

Lo que uno puede hacer sin una computadora, parte I


Notas posteriores:

1) Flotador de palabras

2) ¿Era necesaria una balsa trola?

3) Probablemente, todo lo escrito a continuación simplemente comprueba lo que posteriormente diría Lemebel sobre sus dos que tres personajes alimentados de sexo, calles, canciones, bares y desaparecidos por las dictaduras. La vieja loca cascarrabias, la tierna viejecita… sobre todo esta última. No importa la sinceridad del travestimento, en tanto este sea verosímil. En tanto el espíritu sea anticipadamente dopado y la verdad del cuerpo no se revele. Mientras el sainete sea fiel a sí mismo, todo es pertinente.

De la ciudad imposible y las calles que se cruzan con sí mismas. (La ciudadela México, Juan Carlos Cucalón)

Ahora que soy mueble, me lleno de libros para volverme invisible. Manoseo sus pastas blandas (hoy casi todo es de bolsillo) y me daño los ojos con esa luz pobre de 60 watts –imposible huir de la mezquindad-. Llego, me siento, leo a Lemebel y quiero clavarme en la pierna ese pin con la cara de esa mujer mestiza-inca con camiseta de estrella, que se supone, debo ser yo. Meriendo las palabras de Pedro (Lemebel) y aprendo a gritar como él (con un grito neuronal). Me acuerdo de su abrazo de batón crudo, dentro de esa pose tan tonta de vieja loca que adoré, no sé por qué. Me conmovió su lado ¿maternal? Quizás fingió todo el tiempo y yo le seguí la corriente por no tener más salida que vivirlo de la manera en la que él había propuesto. O en verdad buscaba ese calor arborescente del desconocido. Quizás –decía- fingió todo el tiempo pero él me abrazó, me tomó del brazo mientras caminábamos por el centro de la ciudad, en tanto me contaba cualquier cosa. Ese todo desvaído que ahora es él. Y su pañuelo en la cabeza, y su túnica más parecida al traje de una secta de locos con fe en una piedra. Ups. En una planta mejor. Otra vez ups. Los diez mandamientos, el árbol del bien y el mal. Pero él quiso abrazarme aún. Y yo, con esa lógica lingüística evasiva que suele venirme cuando entrevisto a alguien por obligación, ciertas veces, fui diciendo nada –porque ahora soy mueble y me visto de libros, y de las palabras de los otros- porque ya casi ni hablo y me cuesta cada día más hacerlo. Porque hallo inútil a veces sonreír, agradar, caer bien. Y paso por pedante.

Ellos correteando detrás de mí, miento. No correteaban, arrastraban sus vidas dentro del vaho andino. Repetir tres veces las preguntas más obvias, mirar a los ojos y toparse con esa mirada desafiante agazapada en unos ojos sin pestañas y en un sonsonete dulzón. ¡Hay que moverse! ¡Hay que hacer algo! Mis vías respiratorias altas no pueden más. En fin, bañada de malas caras, que recuerdan a las de la empleada doméstica reprendida por el patrón, fui cobrada en venganza. Me maquillaron terriblemente y quedé tan fea… más fea que nunca. Decidí no chasquear contra el piso los caparazones de los caracoles que me habían salpicado con su baba. En Babia.

Con cada ojo extinguido y lánguido, lerda de maquillaje a lo Betty Davis en sus últimas épocas (recuérdese Who’s afraid of Virginia Wolf), fui al baño, transformé la reyerta en risa, regresé salpicando sílabas burlonas de lo fea que estaba y de lo lindo que había pasado con Pedro. Del ingenuo milagro siempre esperado de que las cosas sean células vivas y se reproduzcan por meiosis. De la incapacidad de la realizadora/productora de acercarse a la loca cansada pero en on y decirle: Venga con nosotros. Cosa que tuve que hacer yo con una naturalidad narcótica, porque el sueño me rehúye, y eran las nueve de la mañana y yo sin desayunar.

Quizás yo no era tan bonita como debía haber sido. Pues ahora me importa un pepino lavarme la cara siquiera para salir. Una mentira menos. Into the White a lo Pixies.

Did you hear what I said?
Did you hear what I said?
Deeper than your sleepy head
Deeper than your sleepy head
Ain't nothing to see
Ain't nothing in sight
Into the white...

Una tranquilidad para el panal de abejas asesinas con patas de ganso. Que no escuchan, que no miran, y que destrozan rostros con polvos traslúcidos, correctores de ojeras y coloretes. No se moleste señorita, que esa cara ya estaba destrozada, sobre todo por factores meteorológicos y microclimas uterinos. Mis dos líneas chinas funcionaban mejor, pero fueron borradas de mi rostro. Tenía que ser una falsa occidental. ¡Qué pálida estoy! Soy amarilla y mis ojos, dos aceitunas sin pepa. Antes de ser desdibujada, Pedro cayó en mi mirada dibujada y me dijo –o más bien dijo a todos los que estaban en la mesa-: Ella es muy bonita, mira que lindos ojos. Yo, como niña de vestido prensado y mejillas coloradas, respondí: Ay gracias.

Pedro: Pero… también tienes algo de chico, eres andrógina. Pareces un niño.

A veces me siento un poco homosexual, sí, pero cada vez menos. Pedro y su acompañante, una chilena medio gorda que estaba dopada por la altura, querían comer camarones. Yo comí frutas. Nadie entendió por qué. No tengo paciencia para explicar. Pero lo que no entendieron en realidad fue por qué estaba tan bien con ellos, con Pedro y su amiga (que no recuerdo su nombre) quien días más tarde se quedó ciega porque tenía un problema en sus ojos. Una ceguera temporal, nada grave. Ahora pienso en ellos y en la insalvable conducta del equipo de filmación, ese charco engendrado en un hueco de asfalto. Debería existir el chance de pisarlo o no. Yo no debía divertirme frente a sus ojos, porque siempre hay que estar preocupado por algo y ser básicamente infeliz. Pero yo necesitaba un remedio para la morriña.

La acompañante de Pedro era otra madre transversa. Caminábamos los tres agarrando a la vieja loca en la mitad. Driving Miss Daisy. Riéndonos de ser tan coincidencialmente torpes, de no saber conducir y no preocuparse por ello. “Este programa va a salir lindísimo. Vai a tener un excelente material. ¿Cuándo Sale?”. No fue así, pero no vale llorar sobre la leche derramada.

Luego fui desterrada del auto y caminé moqueando por las calles del centro, a reencontrarme con mensajes de texto y fiebres nocturnas. Fui a recoger mis pasos, repitiendo treinta veces la misma toma bajo las partículas violentas de la niebla, que iluminadas por las Arri se estrellaban contra mi rostro. Yo, como animal de circo, estaba obligada a reproducir frases profanadas de la tumba de la lengua romance. Y no hay chance. Sé tú misma. Yo misma jamás estaría aquí y me daría un puñetazo antes de aceptar sonreír sin gracia. Las comisuras me tiemblan. Frases convertidas en el aserrín del ingenio.

El libro. El Libribro. Alfredo Pareja Diezcanseco ha sido un trabalenguas terrible cuando el velo húmedo de la noche rasguña las cuerdas vocales. La gripe, los mocos, el ojo de boxeador lagrimeando sin pena ni gloria, en cada golpetazo de ánimo televisivo. Y yo, pensando seriamente en acabar con todo y salir de esa Siberia de corazón DV cam para calentarme los pulmones.

Cuatro grados, cuatro horas rezando el mismo sonsonete del absurdo con un hombre bello a mi lado, que aprovechaba para abrazarme so pretexto del frío. Era alto y atractivo, con brazos y torso fibroso. Él quería ver el color de mis ojos ya sobreexpuestos. No fue nada erótico, yo me encargué de que así fuera, al menos para mí. La pulsión estaba detenida porque ahora no. Yo, ahora no. Y me fui sin decir nada, cero besos, abrazos y sonrisas ligeras. A nadie le importó que yo no comiera carne y se tragaron en mis narices enrojecidas, sangrantes hamburguesas de un restaurante de mala muerte. Sí, la gente es mala. Come carne, mata toros y se ríe de eso.

El 4x4 de neblina y horas, me obsequió una febril noche en la que fue imposible llegar al sueño. Al amanecer, una última patada en mi consciente me desmayó hacia Pedro, la vieja loca tierna, tan madre y madrastra. Y yo, llamándola para que me venga a sacar de la mueblería. Que me abra la puerta, la que me lanzaron en la cara y de la que no tengo la llave. Trolo Super Hero.

martes, noviembre 04, 2008

El delito que no cometimos


Porque aunque sonrías con todos los dientes, y los claves luego –a ti mismo o a los otros- quizás sepan esos otros que se trata de la parodia de una cierta enajenación.

¿Eso nos libraría de culpa? Talvez, o un no rotundamente dicho. Alevosía. Insidia. Infamia. Bonitas palabras esparcidas en un contexto cruel y a veces lastimero.


Hoy que iba camino a mi casa, a almorzar, he visto al sastre. Es el sastre simplemente. El de mi niñez. Ese que llevaba más de veinte años sin coser traje alguno –hoy en día quizás sean treinta- y que solo remendaba. Y odiaba remendar. Todos los vecinos le llevábamos cualquier cosa, una blusa sin botón, un pantalón rasgado, una reducción de bastas y él siempre reclamaba: ¡Por qué no me encargan para confeccionar algo! Y nadie lo hacía. Nunca vi ropa alguna hecha por él. Creo que en el fondo a nadie le agradaba y él, para estar de acorde con esa percepción –especulo- se volvía a veces desagradable, algo así como el sastre gruñón. Pero la mayoría del tiempo inspiraba pena y una sensación parecida a la angustia de domingo lluvioso.

El sastre siempre fue viejo y los años que le pasaban encima no lo envejecían más, porque ya era viejo. Y hoy que lo vi, seguía igual de viejo, pero no pude mirarlo más de un segundo porque sé que su vida debe ser cada día más miserable y no tiene remedio. El sastre ya no tiene su local, lo perdió hace unos ocho años quizás más. Fue expulsado de allí, por sus hermanas, dicen. Vivía en la trastienda y todo olía meado de gato, aunque nunca vi alguno. Ahora dicen que vive en algún tugurio y literalmente se come la camisa. Anda con una bolsa de plástico timbrando las casas del barrio, a ver si alguien le encarga algo. Y cuando habla, sus palabras tiemblan, su boca se descose y su rostro parecería una prenda vieja llena de zurcidos. Es entonces cuando yo me siento bañada en culpa. Como si mi virarle la cara fuese una bofetada a su miseria. Y es que no soporto ver al sastre, porque su mirada es como el desaguadero de todo el sinsentido del mundo. La respuesta infortunada de la infamia de la vida y su inutilidad.

El sastre debe preguntarse todos los días por qué coño está vivo. Y esa obligación de deberle a la vida su existencia, y abrir los ojos y tener que levantarse debe ser su purga diaria. Estar despierto un día más, con la angustia de aquello que no acaba de terminar. Su vida siempre igual, siempre escasa y exigua. Y la obligación de ganarse el pan. Y tomar infaltablemente la bolsa y salir a la calle, timbrar puertas, inspirar pena, volverse un caradura de la penuria. Callo mental que sangra pero aún hay sangre. Y hay que seguir porque el cuerpo flaco y desnutrido sigue vivo, y quizás -como lo sentí ayer- algún rato trate de quitarse la vida, pero no hoy. No, porque hoy, la culpa es de los otros.

domingo, octubre 05, 2008

Despedida de soltera




Ayer vi por primera vez un streaper. Era canela y musculoso. Cabello largo, rizado y bonita nariz. Estuvo anunciado por mi amiga Ana, como el streaper nº 1 del Ecuador. O de Quito. Y por supuesto es colombiano.


Horas antes nos perdimos por la ciudad tratando de encontrar un sex shop, guiadas por una dirección mal dada. Una hora después encontramos el local y estaba cerrado. Nunca he entrado a un sex shop porque, debo admitirlo, tengo vergüenza. Además siempre atienden hombres y me sentiría insegura de curiosear penes eléctricos y juguetes sexuales como bolitas para el ano, frente a un dependiente sospechosamente masculino.


(Miento: Una vez entré a un sex shop en Alemania, acabo de recordarlo. Y otra vez a uno de medio pelo en el centro comercial vintage, el Espiral. Ese lugar apestaba, me dio asco y salí sin ver nada.)


Nunca he usado juguetes sexuales, aunque la sugerencia de compartir un trío con ellos ha salido más de una vez. No de mi parte. Yo, como dijo ayer Ana, no soy experimental sino clásica. O aburrida, quién sabe. No sabía lo que era un hombre meneando el trasero en la cara de uno hasta ayer. No había conocido lo que era tocar un trasero musculoso y depilado (desconocido). Y el shock de la desnudez insultante del otro. Cuando ese otro es un showman que ha perdido todo pudor y toda vergüenza, y quien se lleva el platillo moralista es uno.


Paola ya se casó el civil, pero su despedida de soltera estaba justificada por la ausencia del matrimonio que para sus padres es el que vale: el eclesiástico. Así que, tragos más, tragos menos, nos reunimos unas doce mujeres a vernos las caras, hablar de vergas grandes, chicas, gruesas, torcidas (sí, qué desagradable), y llegar a la triste y masoquista conclusión de que siempre que nos reunimos es para hablar de hombres. Enteros o por partes…


La noche avanzó entre chistes de sentido único: el sexual, y dinámicas de cumpleaños infantil pervertidas: el ‘póngale la cola al burro’, ya se podrán imaginar en que se convirtió. Tengo que decir que tampoco había asistido a una despedida de soltera, sin contar la de mi hermana –la de su primer matrimonio- que ya olvidé por completo, salvo la cara de nerd espantada de mi madre… (y eso que no hubo streapter).


Volviendo a la narración, después de quejarme unas dos horas, por fin cambiaron el reguetón y la música perdió su cauce. Ya no era nada, se convirtió una difusa selección timorata que recibía malas caras constantes de mi parte, hasta llegar a caer en la incongruencia melódica. Podía sonar Jerry Rivera seguido de Caifanes. Y a nadie parecía importarle.


El Geriátrico, Ana, María José y yo, bautizadas así desde que llegamos porque no íbamos a beber alcohol y además teníamos sueño, empezamos a sospechar que la ausencia de hombres convertiría la reunión en una fiesta trans. A las dos horas de llegar, luego de una poco discutida discusión en la que se sentó que los miembros viriles grandes y gruesos (de más de 18 cm) son los mejores, empezábamos a añorar barbas y brazos velludos, fibrosos. Sobre todo gruesos.


“¿Por qué te hiciste la loca el otro día en la librería?”, me decía ella con sus ojos impuntuales. “No me hice, sí te saludé”, le respondí. Así empezó. Su cara me asustó e inmediatamente intuí lo que se venía. Acoso lesbiánico. Ella, una chica poco atractiva que estaba un año más abajo que yo en la U, se había embriagado malignamente. Estaba desfigurada, y al más pudo estilo ‘borracho cargoso’, se acercó al geriátrico –que seguía discutiendo cuestiones de espesor y diámetro- para hacernos una descalabrada propuesta.


“Yo les meto estos cuatro dedos y van a ver que no necesitan de una verga”, repetía ella, penosa, escupidora y hasta bizca. Y mientras lo hacía, se acercaba y quería tocarnos, una por una, mientras todas, nerviosas, tratábamos de esquivarla de la manera más polite posible. Tal era su insistencia que incluso intentó a la fuerza poner sus dedos en nuestros agujeros cubiertos por pantalones resistentes. También trató de besarnos y puedo jurar que este ha sido el acoso sexual más fuerte que he recibido en mi vida. Fue una situación bastante destemplada.


Era necesario traer a un hombre lo más pronto posible para equilibrar las hormonas –entre bromas y en serio- así que Ana nos tranquilizó diciéndonos que el streaper colombiano Nº 1 del Ecuador, estaría en pocos minutos exhibiendo sus encantos. Llamadas por aquí, direcciones, sube por acá, entra por acá. ¡Triiiiin! Llegó. Todas nerviosas.


Chris entró vestido con una camiseta pegada, una camisa encima y un jean algo ajustado. Nuestro primer comentario: está guapo. Era voluminoso pero tenía un atractivo varonil –qué feo sonó eso-. Yo pensaba minutos antes: bancarme un streapter feo, no por favor. Él no llegó solo, su equipo (un ¿técnico? y otro streaper) prepararon el lugar mientras Chris se vestía. Luces de discoteca y música de bar gay anunciaron el comienzo del show.


A Paola, con risa nerviosa y gestos descolocados, la sentaron en una silla en medio de la sala. Chris salió, entre gritos y wooos, vestido de policía –un clásico- y empezó a bailar sensualmente a la homenajeada. Ella se veía algo asustada e incómoda, pero su aspaviento no le impidió, digamos, gozar. Agarró todo lo que él quiso, y bueno, bailes eróticos iban y venían. La ropa se iba no más. Yo sufría pensando en que, en cualquier momento vendría donde mí.


Pero, por supuesto, era algo que tenía que pasar. El turno de todas las demás llegó y cuando se dirigió a mi sector, (sinuoso, vientre, pectorales, piernas, trasero) Chris me bailó, se restregó y se me sentó encima. (Me helé y no pude tocarle). En su segundo acto me envolvió –lo hizo con todas- en una capa mientras me hacía tocarle sus nalgas, sus piernas y su vientre… Fue algo extraño, demasiado rápido y shockeante como para entenderlo. Pero finalmente la vergüenza y los nervios se fueron y bueno, pusimos dólares en su tanga… Porque era eso o pagar cuarenta dólares más para que bailase el segundo streaper, que no contratamos pero que lo habían llevado de yapa, por si acaso. Este no era tan guapo, así que decidimos la segunda opción que nos dio el técnico-manager.


El acto se acabó, no hubo desnudo completo (como me comentaron que otros sí lo hacen), los chicos repartieron tarjetas y se fueron. Nosotras nos quedamos unos segundos mudas, y bueno… decidimos irnos de farra. A bailar. La chica acosadora se había desparramado antes de que llegue el streaper y así se quedó hasta que nos fuimos. Inmóvil.


Hoy escucho Jarvis Cocker, Pulp, Travis, Manic Street Preachers, Franz Ferdinand, Suede y algunos más, y me río de la inconsistencia entre música y palabras. Porque nada tiene que ver con nada. Y aún trato de sostener una imagen, una idea, que proviene de otra banda sonora. Un audio sordo. Y me impulso. Suena I’m just came to tell you that i’m going, de Jarvis. Maravilloso.

lunes, septiembre 01, 2008

Nude

Don't get any big ideas
they're not gonna happen
You paint yourself white
and feel up with noise
but there'll be something missing

Now that you've found it, it's gone
Now that you feel it, you don't
You've gone off the rails

So don't get any big ideas
they're not going to happen
You'll go to hell for what your dirty mind is thinking

Radiohead

viernes, agosto 29, 2008

El héroe es el dolor




Antes pensaba yo: si el sinónimo de éxito es el sacrificio y el dolor, quiero ser una fracasada. La imagen de un Jefferson Pérez desgranándose la vida –contrayéndose sus músculos, desplomándose embadurnado de oro- me molestaba profundamente: ese no es un ejemplo para nadie, pensaba, ¿como así hay que poner la vida para un fin inútil y abstracto? Pero si todo es inútil y abstracto. La analogía del deporte con la vida me parece de lo más maniquea y falsa. Es un horror metaforizar de esa manera, darle carne y cuerpo a una representación errada.



Ahora pienso quizás lo mismo, aunque no del todo. Me indignaba la postura de Pérez, de pensar que eso era lo que los otros querían ver, de presuponer la conciencia de un país. De etiquetarnos a todos como sedientos buscadores del suplicio. Pero lastimosamente lo somos y Pérez es tan solo un catalizador objetivo de eso. Él transformó el sufrir por sufrir –“porque así mismo es”- en el dolor con recompensa. Peor aún. Con eso alimentó –sin querer queriendo- un modelo de pensamiento e idiosincrasia profunda y obstinada, una estructura socio-cultural colonialista, ajena, impuesta, adaptada y deformada dentro de un grupo humano sometido por la fuerza.

Una estructura que sigue manteniéndose intacta dentro del espejismo del progreso.



Progresan los objetos, no el hombre. Nunca fue tan oportuna esa reflexión como en estos momentos, en los que por primera vez la elaboración de una Constitución es tan expuesta a la población y a la opinión pública. Considero –más allá de sís, nos y nulos- que es el proceso más democrático en su especie. Y lo es. Si no, alguien recuerda algo más que la idea Vaticanesca –un concilio encerrado en la casona de una antigua hacienda- de la constitución del 98. Nadie supo nada, se mantuvo casi en un sigilo de monasterio, hubo poco o ningún debate. Nadie se quejó airadamente, claro, porque mediáticamente no se lo permitió. Cero promoción. La sobriedad y el gesto adusto de los asambleístas hicieron creer a todos que aquello que estaban haciendo era lo correcto. Y nadie pudo chistar. Qué canallada más grande, es aún peor que lo que muchos detractores creen que se está haciendo ahora. Pero claro, en ese entonces nadie se levantó en contra, y se nos vendió la latifundista idea de que “el patrón es el que sabe”.



Si no, recuerde quienes estuvieron presidiendo la Asamblea de entonces… la derecha haciendo lo que le daba la gana, que es exactamente equivalente (en términos de derechos) a que la izquierda haga lo que le de la gana. Entonces, ¿Por qué esa constitución sí es la buena y ésta no? Porque si hablamos en términos comparativos, la arbitrariedad en la anterior era aún mayor que en esta nueva. ¿Quién podía asegurar en ese entonces que ese modelo político y económico (economía social de mercado) era el que nos beneficiaría? Nadie, al igual que lo que se critica ahora. Lo cierto es que la economía social de mercado no generó nada nuevo, sino por el contrario, una simple continuación del modelo colonialista-latifundista moderno: la concentración de riquezas, que –me pregunto- ¿No es acaso una concentración del poder?



Por eso, si creen que la constitución que se propondrá en referéndum el 28 de septiembre exhibe una “obscena” concentración de poderes, el desarrollar un modelo económico que beneficie la circulación de capitales (consumo y más consumo), no es también el beneficiar a unos pocos y permitir que continúe la estructura social donde unos pocos tienen el 80% de la riqueza del país. Y lo que es peor, un mínimo porcentaje de ello, significa un monto real de inversión y reinversión dentro del país. Es falso que se pretenda demostrar, bajo cifras mentirosas de crecimiento y decrecimiento económico, el progreso o retroceso del país. Si las cifras aumentan es porque los nuevos feudalistas (la empresa y la industria) han aumentado sus utilidades, lo cual no significa que la pobreza se haya reducido, simplemente aumentaron las arcas de los negociantes. Eso, de ninguna manera, puede hacerse extensivo a la población en general, porque si una fábrica progresa, el nivel de vida de sus obreros no es consecuente con ese bienestar. No es que sus sueldos y prestaciones aumenten considerablemente y puedan salir de la pobreza. Eso no pasa en un modelo como el que se pretende mantener. Al empleador no le conviene que la calidad de vida del empleado aumente, porque eso implica reducir sus ganancias y permitir con eso, que los anhelos de vida de la gente suban de categoría. Sin latifundio con capataz, no funciona la colonia.



Y sin baja autoestima, tampoco. Por eso, una de las maneras de desmoralizar es permitir la victimización. La oda a la heroicidad desde la pobreza no representa más que una hipocresía social, que permite la implantación de ideas tergiversadas de lo que es el sufrimiento. Y nuevamente surge el modelo colonialista, puesto que la moral judeo-cristiana calzó perfectamente en esa colonialización del espíritu. Encumbrar el dolor y trasladarlo al campo épico, dentro de una abstracción sin valor real, más que generar una demagógica conciencia ejemplificadora. Si sufres, vas al cielo es reemplazado por el “si sufres tendrás plata”.



Lanzar una esperanza en medio del estado normal de mucha gente que vive pedazos de vida, es el monstruo de “labor social” que se ha ido despertando y alimentándose de las coyunturas. Nunca un Jefferson Pérez fue más oportuno. Y lo que se hizo de él, no es una responsabilidad de su propio albedrío. El es una simple consecuencia de todo ese proceso de construcción social. Todos somos responsables y hemos alimentado la edificación del héroe helénico desvirtuado. Nada mejor para el empresario amarillo, que un lustrabotas desnutrido que llega a ser campeón. Es la más vil apología de la injusticia social, de la escalera clasista. De la pobreza. Para qué apuntar a la igualdad socio-económica, si desde abajo nacen los héroes. Y la gente necesita héroes. Héroes que vencen el dolor a través del dolor. Paradoja más grande.

martes, agosto 26, 2008

Y el verbo pierde la carne...

¿Cuál es la fuente de las palabras?


Si no es el pensamiento, si no son los sentidos. Si no es la alegría y peor la tristeza. Si no es el adentro, si no es el afuera.


Si las palabras se ríen de sí mismas y traicionan a su padre. Si no tienen madre y proclaman su orfandad dentro de la red. Si se auto-inmolan y se auto-ultrajan. Si se dejan ser y desgarrar. Si se desangran por conveniencia. Si pierden voluntad semántica y de abstracción simbólica por entrar en vehículos de la misma fábrica.

Si las palabras ya no son, no tengo a dónde ir.

miércoles, agosto 13, 2008

El contrasentido abrumante, adentro frío, afuera calor

La posibilidad de la no decisión. La validación de la ambigüedad como alternativa, legitimada por lo endémico de su origen, deja de ser una alternativa, entonces, y pasa a ser un anti-estado. Quizás frente las posibilidades maniqueístas, y en la existencia de una radicalidad natural (ser lo uno o lo otro, por simple azar), se trate simplemente de una parálisis o una consecuencia del “curso natural de las cosas”.

Quedarse como se está no es únicamente anular las posibilidades, sino eliminar el mismo concepto base de lo humano: la acción. No solo lo cinético o lo vegetativo son acción, lo es el pensamiento y la misma dialéctica del lenguaje. El poder de generación simbólica y/o de representación, es acción pura.

Frente a la creación de realidades esquemáticas, como representaciones epistemológicas válidas, la acción se reduce a un campo morfológico y espacial. Es sustentada por el pragmatismo de lo utilitario. La acción, sin embargo, no es solo forma y movimiento, es también especulación.

Y dentro de esa especulación –entendida como avisoramiento de un posible escenario de realidad- se idean contextos y significaciones que permiten pasar a un siguiente estado. Sin necesidad de calificar como mejor o peor, este nivel especulativo se traduce en una nueva realidad en constante generación.

Negar el proceso, podría empatarse con el negarse a sí mismo. Pero todo es especulación, al fin al cabo.

miércoles, julio 30, 2008

Lo last

Once I wanted to be the greatest
No wind or waterfall could stop me
And then came the rush of the flood
The stars at night turned you to dust

Chan Marshall


Hay que cesar mostrando los dientes y una sonrisa afilada capaz de destajar la inconstancia.


Desteñir el deseo






Una Carmen blanca se paseaba ayer por las calles del centro de Quito. Y llevaba falda.
Muchos silbidos y besos al aire. Ella dislocaba los rostros lacerados de transeúntes-mendigos, de policías y vagos. De funcionarios del registro civil. Era el amor descolorido de todos. Faltaba sol y perpendicularidad. Todos se sometieron a sus flores blancas.


Carmen caminaba y reía. Disfrutaba de ser Carmen de níveo exotismo en tierras oscuras. En el norte, ella teje, cocina y ama a su marido. Aquí es Carmen. La Carmen de Bizet.

Yo hablo con ella -pretendo dominar un idioma melcochoso y huidizo- y reparo en su nariz perfecta. En sus frente de precisión geométrica, y sus ojos elípticos en alto relieve, sin profundidad. Es una escultura marmórea de cabellos rojizos. Un vino tinto regado sobre sus hombros. Una cola de caballo. Un vino tinto regado sobre sus hombros. Sus manos no dejan de ser más.


Y yo soy menos. Porque no entiendo de qué color soy ahora. Y me miro en un espejo rodeado de mil luces, abandono el camerino. Y miro a Don José, mestizo, grueso y fibroso. De una raza anónima, inexplicable. De una ausencia de pestañas, ojos y mirada.Carmen y su belleza nos abofetean. Una gringa aquí sí es Carmen.

Cómo es posible. Lo es. La gitana seductora de Bizet se convierte –de pronto- en el negativo sobreexpuesto de la efigie mediterránea. El frío por el calor. Quemándonos todos con hielo seco.

Hoy voy a la ópera. A ver a Carmen.

lunes, junio 30, 2008

Vestigios recientes

Estoy contenida en una novela. Eso me dice él mientras busca un beso oblicuo. Tendré que reconocerme para parafrasearme. He abandonado un poco este blog pero regreso hoy, verano falso, para decir que sigo encontrando poco agradable el cuadriculado, sin embargo, me ha servido para enterrar olvidos capitales.

He descubierto o más bien, redescubierto, mi antigua pasión por la ambigüedad. Me hallo frente a dos que tres Drags, los miro y quiero ser como ellos. Pero no me dejan. Tengo que ser un hombre. Y ahora, más que nunca, en el justo instante en el que deseo desbordar el absurdo femenino, sangrar mis hormonas, y destilar los llamados de natura hasta aspirar la pura esencia. Ese perfume inútil. Pero debo ser drag king. Y aún resulta atractivo.

Dos hombres besándose no está mal. Dos fuerzas iguales. El equilibrio homeostático y la pureza del deseo. Plumas de colores y collares gigantes, un hipérbaton de cuerpos, de muslos, caderas, pechos… la visión que descolora. Hay que desteñir el deseo, travestirlo de silencio.

Lo que hay que fingir y exacerbar es lo que no se tiene, pero también se puede redundar, y esa es otra forma de disfraz. Me repito cien veces al revés y soy un macho afeminado, algo marica, que quiere penetrar a otro. Débil y parco. Otro travestido de nada. Alimentando espíritus de policarbonato. Porque la vida está afuera, sin miedo al exotismo. Al autoexotismo.

Entonces me levanto desde la vereda sucia e importunada, y regalo un par de besos a ese silencio de rotas miradas. Y me río de mi suerte, y de la belleza nunca tan vulnerada. Sé que seré bello, porque mis pantalones siempre delatan pero mi pecho no. Decido desgajarme entonces y escucho a Sibelius dulce, violento, solemne, y pienso en el violín de larga agonía, de larga vida, de larga muerte. Como un alegretto infinito sonrío a los presentes y regreso a seguir fingiendo que miento…

martes, junio 10, 2008

Dicen

Quizás no sea bueno oír demasiada música nostálgica. La voz de Jarvis Cocker, Nick Drake y Cat Power son casi criminales. Abusan de mí.
Bar Italia- Jarvis
The greatest- Cat
At the chime of a city clock- Nick
Y eso es todo, porque hay sobras en el refrigerador. Y llueve. Y tengo ensayo.
Decía Miguel de Unamuno que lo único que valía de la retórica de Juan Montalvo era el insulto. La indignación lo salvaba de la mera imitación... De vez en cuando hay que insultar y echar escupitajos a lo evidentemente vil. Y decía Unamuno también, qué sería de la prosa de Montalvo y su genio sin un Ignacio de Veintimilla o un García Moreno. Sin un zátrapa o un tirano no hay indignación. Sin el absurdo tratando de etiquetar tu vida no existiría la rebeldía. Ni la razón encontrada. Ni el panfleto o el clamor. Hay una fuerza secreta en el vivir dentro de la convencionalidad aún detestándola. Reconociendo el mundo de los imbéciles cada día, pero respirando fuego. Aún respirando fuego.
Y retorno a Jarvis -sobre todo- porque su voz no es débil, su nostalgia no es un estado dulce y calmo. También hay indignación y reclamo. Ese canto es como golpearse contra las paredes... pero derribándolas. Jarvis.
Yo, por otro lado, estoy cocinado una nueva vida. Ridícula y fantochesca. Hay que coser un nuevo títere con cara de sonso. A ver qué sale.

jueves, junio 05, 2008

Frío sin sorpresas





Ayer fui a ver Indiana Jones con un amigo y resultó una experiencia peligrosa. El ataque invasivo de un aire acondicionado helado, nos paralizó el espíritu. Ni las aventadas piruetas de un casi octogenario Harrison Ford pudieron sacarnos del estado de semi-hibernación criogénica al que estuvimos sometidos.

Indiana Jones y la calavera de cristal (o como se llame) es una tristemente agitada repetición de fórmulas que terminan divirtiendo a patadas. Y entiéndase literalmente, a patadas y golpes, pues un gran 70 por ciento del filme transcurre entre porrazos y dobles ganando el pan con el sudor de su frente. La agilidad casi chapulinesca de Indiana pone en evidencia, una vez más, los embates de la vejez. Y es triste nuevamente.

Sin embargo, se va al cine sabiendo a lo que se va. A muchos nos atrae Indiana Jones porque nos remite a un aire de infancia, cuando aquellas proezas del héroe arqueólogo nos hicieron soñar en entierros, tesoros, calaveras, ciudades perdidas, y a no pocos nos sembró el bichito de la antropología y la arqueología, que claro, tiene poco de fantástica y osada como el celuloide nos la presentó. La atmósfera de epopeya que la saga Indiana Jones nos dejó quizás grabó en nuestro imaginario ochentero una figura heroica masculina hoy por hoy inexistente. Los Mac Givers puédelo todo casi ya no están presentes en el cine. Hoy se apuesta por la “humanización” del héroe. Por la supuesta, porque en muchos casos terminan siendo un fiasco, léase Spider Man.


Cambiando de perspectiva, la nueva entrega de Indiana Jones, es una película que calca la fórmula original hasta desgastarla, pero trata de adherirle un plus que pretende ser sorpresivo e innovador (dentro de la trama clásica) aunque no lo logra. Y no lo consigue porque se siente lo forzado del guión, el cual en un intento de acercamiento al género de ciencia ficción, termina por enterrar tanto la aventura como la ciencia. De ahí, todo lo mismo: la clásica lucha entre el bien y el mal (encarnado por los rusos, antagonistas desenterrados), y el leit motiv que siempre será la búsqueda de algún tesoro, el cual finalmente, deberá ser dejado donde pertenece.
Por otro lado, están las aterradoras imprecisiones históricas y las concesiones libres y altamente arbitrarias, tanto en la dirección de arte, como en el vestuario, la música no incidental, el casting y la escenografía. Para un gringo -quien piensa que México y la Patagonia son exactamente lo mismo- es una película como cualquier otra. Pero ojo, era obvio que gran cantidad de público latino iba a distinguir los errores antes mencionados. Que pongan folklore mejicano en una escena ambientada en Nazca-Perú, no tiene perdón, peor aún que el vestuario sea un híbrido vomitado de la imaginación de algún vestuarista ignorante. Se puede ver una mezcla burda de trajes de mexicano campesino con indígena de algúna extraña etnia... Además, ni se hable de la fisionomía elegida para los extras, se nota demasiado que no tiene nada que ver con los indígenas del Perú. Y por no hablar de las misteriosas pirámides Mayas que asoman en la Selva del vecino del sur... Pero, a quién le importa si es sólo sudamérica. Si es sólo latinoamérica...

Sin embargo, el filme divierte hasta donde puede y gracias al efectismo logra mantener la atención, aunque el ritmo es aún dudoso a mi criterio ya que no se distingue un clímax real, si no que abusa de la espectacularidad a cada momento , lo cual termina por saturar. Y si algo es rescatable -como decía mi amigo- es la hermosa villana convertida en rusa, Kate Blanchet, en uno de sus papeles más fofos, más sobreactuados, pero sin duda, uno de los que más han redibujado su belleza. No hay por dónde irse, la caricaturización plana le sienta bien. Y el cabello negro. Y el corte de pelo.


La hermosa Kate Blanchet


Nada nuevo, más que la resucitación de viejas emociones. Como perritos de Pavlov al oír la ya clásica melodía tan épica y emotiva. Pero ya no es lo mismo. Afuera el frio era otro, quizás peor, pero nosotros ya estábamos ateridos...

viernes, mayo 30, 2008

La Mariposa y la Escafandra






El desfase entre el audio y la imagen. Lo entiendo perfectamente. Siempre supe que había algo hermoso en el aliento final. Entonces la caída libre en el túnel parece menos vertiginosa y las mariposas en el estómago siguen siendo eso. Mariposas. Nunca se llegan a convertir en piedras sepultureras. Jean Dominique Bauby en sus últimos minutos es más bello que nunca. Su liberación será su final.

La escafandra dejará escapar azules, naranjas, verdes. Y el verbo dejará de ser carne, sólo entonces. Pero Jean Dominique permaneció verbo siempre. Fue solo palabra. Sin cuerpo. Fue nadie cegando al cíclope. ¿Se puede reverdecer dentro de un agujero? Sin aire. Sin reflejos. Sin miembros. Sin tronco. Sin lengua. Dejando escapar litros de saliva que serán limpiados por la enfermera de turno.

Locked in. Encerrado en sí mismo. El peor encierro de todos. Jean Dominique únicamente puede mover su ojo izquierdo pero su conciencia está intacta. Un ataque cardiovascular lo dejó eliminado del mundo material. Se convirtió en una ánima engullidora de palabras. Una autofagia de ventana parpadeante.

Esa vida maravillosa, el éxito y la felicidad perentorios de repente alimentando sondas y sueros. El único aliento traqueotómico sin reflejo. Ni la voluntad vegetativa sobrevivió a la impavidez de lo fortuito. Y esta vez, la literalidad más lacerante que nunca: la parálisis de la acción es motriz. Es cuando el estatismo visceral y orgánico se ha destilado en la inacción más pura y etimológica. La impotencia frente a la omnipotencia del designio. La inercia aparente del objeto-cascarón. Vacuo. Inservible. Y la vida afuera. La vida adentro y afuera. Pero no en el medio. Un ánima viviendo en un mundo inanimado cuyo único motor es la memoria y la imaginación.


Es una gran lección de sensibilidad la última película de Julian Schnabel. Producto de una propuesta que va mas allá de lo evidente y partiendo de una premisa forzosamente real, Schnabel muestra una vez más su visión plástica del ser humano y del mundo que le rodea. La belleza pura recreada a través de la ficción y los artilugios del cine -como el manejo de la imagen y el diseño de audio- han sido una constante en la propuesta cinematográfica de este cineasta, que además –casi obvio- es un gran pintor.

Intuyo que la premisa de la que parte Schnabel es el travestimiento real de la muerte. Pasar de aquello funesto y doloroso a un maquillaje naturalista más colorido y encantador. La muerte y el dolor de la agonía, frente a nuestro ojos, no será más aquello que espanta sino una experiencia poética pura y simple. Schnabel le quita el peso al dolor, le quita lo metafísico a la agonía, lo descolorido a la enfermedad, lo angustiosamente desconocido al respiro final. Él transforma todo eso en una experiencia familiar y nos acerca al deceso del personaje como si de agua cristalina se tratase. Pero detrás de tal simpleza aparente, hay todo un tratado estético, conceptual y moral.

A leguas se nota que las intenciones del director de las igualmente bellas Basquiat y Antes que Anochezca eran las de tergiversar la experiencia del ensimismamiento, de la angustiante cárcel corporal, y más que sonar esperanzador o moralizante, hacer un ejercicio de ficción a partir de un cúmulo de sensaciones. Transformar esos únicos dos sentidos inalterados –la vista y el oído- en recursos cinematográficos basados en lo orgánico y lo sensorial. Lo hermoso y platónico que existe en la recreación de la realidad a partir de la aprehensión propia.


Schnabel es un gran retratista y como todo buen retratista, nunca duda en poner algo de sí mismo en aquello que retrata. Porque no sólo capta el espíritu de Beauby sino que lo reinterpreta a su manera y lo redecora –si se puede decir así- ficticiamente, aún logrado su cometido: la mutación. Quizás con ello alude y hace una analogía con el título de la novela escrita por Jean Dominique Bauby durante su estadía en el hospital, postrado, pero con su mente intacta. La Escafandra y la Mariposa no sólo habla de un espíritu reverdeciendo dentro de una coraza inerte, sino del cambio, la transformación. Esa metamorfosis que Schnabel forja al convertir el dolor, la impotencia y la desesperación en su antípoda.

Jean Dominique existió y murió hace una década dejando un documento insólito, la novela del mismo nombre que impacta más que por su contenido, por la manera en la que fue escrita: con un sistema diseñado por una ortofonista en el que debía parpadear mientras alguien deletreaba para poco a poco ir armando una palabra. Para el mundo, Bauby fue sinónimo de éxito, ego y felicidad. Vivía en la cima y, siendo director de la revista ELLE, era casi omnipotente. Hasta que la vida y sus azares hicieran que se engullera a sí mismo. Entonces decidió que aún podía vivir dentro de su escafandra y que su mente sería la mariposa que lo liberaría de su cárcel. Según algunos capítulos que he podido leer de su novela, Bauby mantuvo casi intacto su ánimo y su fortaleza interior, aún postrado y atrapado en sí mismo. Increíble.


Sin embargo, lo que importa de la película de Schnabel no es si captó o no el espíritu original de la novela sino aquello que construyó a partir de una experiencia extrema. Gracias a su agudeza visual y su talento plástico logra hacer desaparecer quizás lo más terrible de la experiencia de la muerte: el miedo metafísico. Pero ese es otro tema. En fin, La Mariposa y la Escafandra, una película altamente recomendable.

jueves, mayo 22, 2008

De documentales e insecticidas

I
Hoy mi cuerpo se inundó de piretrinas y no quiero regresar a mi cama. De repente los silencios son necesarios. Hoy más que nunca. Por mi cama pasa un río… y es que yo no duermo bien de noche… se me ocurren tantas cosas…

II
Los EDOC acabaron y me quedo con grandes documentales paseando por mi cabeza. Por supuesto, el que más morbo histórico me produjo fue Stranded, un filme acerca de la tragedia y los sobrevivientes de aquel célebre accidente aéreo ocurrido en los setentas, con los chicos de un equipo de rugby uruguayo. Sí, aquel en el que tuvieron que practicar antropofagia… -simplemente me recuerda a mi infancia y la atracción truculenta-. En un lenguaje claro y directo, usando elementos dramatizados y con un tino marcado por la familiaridad y el afecto (el director es amigo íntimo de los sobrevivientes) Stranded no se queda en el intimismo y, sin concesiones, toca la llaga, desenreda el relato amarillista y lo convierte en un Thriller bien logrado que mantiene al espectador inmóvil. Pero -de repente- el morbo se vuelve frágil y se libera del nivel anecdótico, sobrepasando el simple shock mediático y retornando a lo que es: una historia extraordinaria humanizada. Y sin embargo, el triunfo del espíritu sobre la carne no puede evitar causar lecciones moralizantes. Y eso no está mal porque se llama esperanza.


Luego está El tigre de papel, documental acerca de un personaje mítico surgido de los hilos olímpicos de los cincuentas, sesentas y setentas colombianos. Pedro Manrique Figueroa. Un artista plástico precursor del collage, militante de izquierda, hippie bohemio, sabio callejero. Un hombre que tenía la capacidad de ubicuidad y que un día -de repente- desapareció sin dejar pista. Excelente narración que hace un buen uso de elementos visuales plásticos y desarrolla un planteamiento estético muy bien logrado, el cual, sin embargo, no engulle la trama. El tigre… es un documental eminentemente argumental que reconstruye polifónicamente la anatomía espiritual de un mito. Uno de esos hombres que se van dibujando del recuerdo de los otros. Un gran documental de retrato.

Por último me referiré a Septiembres, el documental entrañable por antonomasia. Ésta es una realización española que se sucede en una cárcel del país ibérico, en donde cada septiembre se celebra un concurso de canto. Esto es simplemente el pretexto para tender historias personales que no obstante, pese al nivel de intimidad tocado, no llegan a escrutar en demasía. Por este motivo no ponen en evidencia el lado oscuro de la condición humana, si no por el contrario, vivifican ese nuevo altruismo germinado en el cautiverio. El nacimiento de la post-bondad. Y qué más noble que aquello que gira alrededor del amor y la salvación. Este es un filme cuyo tema principal es la redención y la esperanza. El poder redentor del amor. La única escapatoria al hastío de las cuatro paredes. A esa nada trombótica. Irrigación salvadora. Y no se aceptan refutaciones porque esa no es la médula del filme… ese ya sería otro documental.

III
Empieza el ciclo de Leonardo Favio que, para el que no lo sepa, también es cineasta, incluso antes de triunfar en la música. De él sólo sé que hace algo así como el anti-cine. Pura intuición desarrollada en su narrativa cinematográfica. El triunfo de la lógica de la no-razón. Su música también tiene mucho de eso. Habrá que ver algunas de sus películas para dar más detalles al respecto. Es desde ayer en el cine de la Casa de la Cultura, para los que quieran ir. A las siete.

IV
Invasión de pulgas y piretrinas como para matar a una vaca. Vamos a ver como resulta el mapa nocturno de constelaciones en mis piernas…

lunes, mayo 12, 2008

Banda Sonora

Cuanto esperé lo que nunca llegó… que me pregunto en silencio si es que algo faltó... Uno de mis primeros recuerdos es la cara setentera de Camilo Sesto. Un cuerpo magro, esbelto, cubierto de poliéster, semiacostado en algún jardín, cerca de una pileta. Camilo flaco, pelilargo, con una belleza femenina, algo gay. Qué más da. La portada de uno de los discos que mis padres tenían regados en su departamento setentero de San Pedro Claver. Luego supe que muchos de mi generación nacimos por ese sector…

Pantalones de tiro insultante y bastas engullidoras de zapatos. Y qué zapatos. Los ochentas me llegaron rápido y cuando dejaron de tener sabor a setentas, yo ya estaba en la escuela. Camilo ya se maquillaba. O al menos así parecía. Pero la radio aún sostenía sus grandes baladas. Y las sigue aún pasando. Ya nadie canta así. Un registro que llega a las cuatro octavas -en perfecto falsete-. Letras populares, sí, pero inteligentes y muchas de ellas estilizadas, tomando en cuenta su género: la balada popular. Él componía la gran mayoría de sus canciones y escupía el alma al cantarlas. Hay videos en el U tube, por ejemplo una presentación en vivo de Getsemaní, la versión en español del tema del Jesuschrist Super Star, en donde al terminar de cantar está sudando y temblando. Magistral.


Camilo ya lo cantó todo, ya dijo todo lo que del amor tiene que decirse y su carrera pasó por diversas etapas tan marcadas en sus letras, las cuales hacían un paralelo entre la vida, la madurez y el amor. Primero, la ilusión, el desconocimiento y el sabor blando de lo nuevo. Segundo, las primeras complicaciones, el desarrollo de la fe. Tercero, el error del otro, la pérdida de la inocencia. Cuarto, la pérdida de la fe, el error de uno y el arrepentimiento. Quinto, el desencanto, la ansiedad y la avidez por la regeneración. Sexto, la libertad, o el anhelo de ella.

No quisiera poner como séptima etapa el retorno de Camilo a los escenarios porque sería ya un epílogo. Un eco. Pero este post no tiene como objetivo hacer un recuento de la vida artística de Camilo, ni un homenaje a él. Simplemente es autocomplacencia, porque es uno de los soundtracks de mi infancia y, definitivamente, no podía dejar de ir a su concierto de “despedida”. No sé si de la escena o de la vida, porque ha estado muy enfermo. Muchos dicen que por su estilo de vida. Alcohol y cocaína. Infaltable dupla en el mundo del arte. Nunca me dediqué a averiguar nada, por lo tanto no podría afirmar cosa alguna. Bueno, al parecer, después de un trasplante de hígado tiene motor para varios añitos más.

Fue en el Coliseo Rumiñahi, el sábado pasado. Cuando llegamos -fui con dos amigos y una amiga- la mayor parte de la gente ya estaba dentro. En su gran mayoría eran familias y lo que conocemos comúnmente como “señores”. Éramos los únicos de nuestro target, el cual no voy a perder tiempo en explicar porque no sabría cómo. Una vez allí, tratamos de corear todas las canciones tan dramática y amaneradamente como el caso lo ameritaba. Yo pedía inútilmente mis favoritas. Inútilmente porque estaba en general. Todo por nada, todo por nada. Y nada. Nunca cantó esa. Yo traté de justificar esa gran ausencia a que le sería imposible interpretarla. El coro exige demasiado vocalmente, compruébelo aquí y disfrute de su belleza ahora perdida.

Por suerte no pudimos ver a Camilo y sus cincuenta liftings de cerca, aunque las pantallas junto al escenario nos revelaron difusamente la verdad. Fuimos felices un par de horas, sin embargo fue algo triste el comprobar que la voz, la gran voz, ya no era la misma. Quedó reducida, a duras penas, a menos de dos octavas. Todas las canciones fueron interpretadas un tono más abajo y en las notas más altas, el pobre Camilo desviaba la atención haciendo cantar al público la parte que más le costaba cantar. Se despidió y salió una sola vez más. Yo me quedé quejándome de Todo por Nada y la falta de solidaridad del público. Salí sin mi canción.

Esa noche, nunca fue más apropiado cantar ‘la voz desnuda de la vida me cambió todo por nada…’

Les dejo la letra para que se depriman un poco, o se burlen de la balada visceral de los setentas. Como quieran.


Cuanto esperé
lo que nunca llegó,
una caricia
una frase de amor.

Como un regalo
llegaste a mí
y sin abrirlo siquiera
te perdí.


La voz desnuda de la vida
me cambió todo por nada
Se van los días
y en mis noches no hay calor
no tengo nada, nada.


Sólo una lágrima en mis ojos
que te buscan y tu ya no estás.

Todo te entregué
quizás por eso te perdí
y la vida me cambió todo por nada.

Tanto esperé
lo nunca llegó
que me pregunto en silencio
si es que algo faltó.


Fui como un niño
cuando da su amor
que solo espera cariño
nunca un adiós.


La voz desnuda de la vida
me cambió todo por nada
se van los días
y en mis noches no hay calor
no tengo nada.


La voz desnuda de la vida
me cambió todo por nada

miércoles, mayo 07, 2008

Otro

Cuanta pereza me da a veces la gente. Los miro con sus caras de nada, con sus vidas impasibles. Teniendo hijos. Pariendo una y otra vez. Juntándose unos con otros. Pagando cuentas y sonrisas. Siendo. Los miro una y otra vez y quiero participar del simulacro. Pero no puedo, porque no he ido adiestrada en las artes del buen vivir. No sé cómo se vive. No se vivir. Facturas hecho añicos en el cajón del velador. Deudas minúsculas de las que no hablo por temor al ridículo. Un delito idiota rondándome. Evadiendo impuestos igual de insignificantes. La cárcel. El miedo racional. O quizás yo esté mal y 500 dólares sí signifiquen mucho. Para mí sí.

Y cuando recuerdo a esos amigos que están fuera o a destiempo, no me consuelo. Porque no están en nada. Al igual que yo. Entonces nos vamos juntando entre desposeídos y formamos clanes apologéticos que casi convencen en su misión de ser la antítesis de la veracidad. Y aún así se sobreentiende que ser el otro, el antagonista, es una enmienda social erigida sobre la regularidad. La necesaria presencia del otro. Y sin embargo toda esa gente se rompe en cada esquina y ni siquiera lo sabe. Los que me aburren y los que no. Quizás unos más que otros. Pero de lo que si estoy segura es de que nadie se rompe tanto como yo. Y eso es arbitrario y engañoso, pero es.

Ser una eterna reconstrucción de algo más, no es agradable. Siempre se comete errores en la recomposición, a veces para bien, a veces para mal. Hoy no sé por ejemplo, si el dedo meñique izquierdo, en realidad pertenecía a mi mano derecha. Pero nadie lo ha notado hasta ahora porque todos están preocupados en poner cada cosa en su lugar. Nadie tiene tiempo para reparar en los pequeños errores de autenticidad. Te das cuenta de que existe la artificialidad cuando el artificio pasa por la conciencia. Mientras se es irresponsable, se es genuino.

Por eso tengo pereza ajena. Porque no encuentro más que cáscaras de huevo pretendiendo ser abono. Siguen reproduciéndose como huevos estériles. Y nadie sabe cómo lo hacen. Porque no hay plata. No hay comida. No hay sitio. No hay más calles. Habrá que hacer puentes elevados y engañar a Dios para que no nos castigue por nuestro atrevimiento. Pero aún la gente sigue juntándose y entonces aumenta el parque automotor. El sector inmobiliario reverdece. Y la ciudad se convierte en un fortín de torres ojivales. Gris y oscuro asfalto que dejó de atrapar rayos de sol.

lunes, mayo 05, 2008

Regresando a la llacta

He retornado de mis vacaciones en Perú. Muchas sorpresas. En vista de los últimos acontecimientos, creo que no tengo nada políticamente correcto que decir. Hoy más que nunca me he dado cuenta de que me aburren inconmensurablemente Quito y su tibia cultura andino-mestiza.

Llegar a Perú fue como ver bien trazado aquello que siempre estuvo borroso. No diré más. Hay cosas que valen la pena aceptar, como que Huáscar no fue el malo de la película ni Atahualpa el hijo favorito de Huayna Cápac… pequeñas ingenuidades que hacen más tragable a la nimiedad. ¡Ah, la insignificancia!

Ser insignificante no es malo. Es aburrido. Pero ventajoso, si se le quiere sacar partido en ciertas circunstancias. Un viaje, por ejemplo. Es entonces cuando las posibilidades de diversión se vuelven casi infinitas. Porque de repente te encuentras con algo más que la plaza central en un domingo después de misa.

Ahora leo un artículo de Jorge Izquierdo en la revista virtual Hermano Cerdo y me ha causado gracia la sentencia de William Burroughs, en la cual se refiere a nuestro pequeño y hermoso país: “Que Perú se apodere de él y lo civilice”. Mejor recomiendo que lean el artículo completo y saquen sus propias conclusiones.

Sin embargo, no puedo evitar la sensación de sentirme viviendo “en el lugar de paso”. Seremos los eternos viandantes, entonces. Es la primera vez que tengo esta sensación de “no estar en nada”, porque aunque conozco algunos países de Latinoamérica y otros cuantos de Europa, nunca experimenté sensación similar. ¿Su origen? Los ecos de haber pertenecido a un imperio que nos dio de largo, y el pensar erróneamente que somos culturas similares. Nada más fuera de foco que eso.

En Perú se notan los cimientos. Esos que nos faltan. Nuestros trazos son tímidos y dudosos. Nos sabemos quiénes somos y es debido a algo más que la herencia indígena. Nunca más saltó tanto a la vista la ecuación tamaño/idiosincracia. Somos un pueblo cabizbajo y ambiguo, se nota la diferencia. No quiero con esto declarar una verdad, posiblemente me equivoque desde mi visión de “turista”. Pero de lo que sí estoy segura es de nuestra inminente parsimonia. Ok, ya lo sabíamos, en fin, esto fue simplemente una comprobación de lo evidente…

martes, abril 15, 2008

¿Premio fantasma?



Hoy por fin tuve la revista en mis manos. Luego de algunas llamadas de felicitación, mensajitos alentadores y olvido voluntario, leí mi nombre junto al sellito que delataba mi posición. Todo felicidad, todo alegría, todo duda… No sé cuántos meses han pasado desde la llamada aquella que recibí en donde me comunicaban oficialmente el fallo a mi favor. Ok, gracias, chévere. Pero yo sigo esperando la plata. La que ya debería ser mi plata.

Gané el primer lugar en un concurso de minicuento del que acabo de enterarme su nombre. “Humberto Salvador”, en honor al escritor guayaquileño. Dicen que gané, según cito el texto publicado en la revista La Casa de la CCE, “por la novedosa temática planteada, la acertada caracterización sicológica del personaje, la opresiva atmósfera generada y la economía en el uso del idioma”.

En realidad no economicé nada, pues cuando lo escribí jamás pensé en poner a dieta mis palabras. Lo que sí hice fue una pequeña edición del original para que calce en los caracteres que solicitaba la convocatoria. Entonces, sí economicé, recortando el presupuesto verbal. Pero fue mínimo. De lo demás no quisiera acotar nada por el simple hecho de que suena bonito…



En fin, el cuento con el que ‘gané’ lo publiqué alguna vez en este blog. Estultolitos. El jurado estuvo conformado por Javier Vásconez, Jorge Velasco Mackenzie y Jorge Dávila Vázquez, todos escritores ecuatorianos de amplia trayectoria. Todo suena muy halagador, pero me pregunto, -aún entendiendo las limitaciones de los procesos burocráticos- ¿Por qué organizan un concurso si luego no van a poder responder? Y a los organizadores me refiero a quienes editan la revista La Casa.

Así que finalmente aún no he ganado nada, porque ni la nada despreciable cantidad de dinero, ni el lote de libros, ni el diploma ofrecido me han sido entregados aún. No queda más que seguir esperando, porque en vista de esta falta de liquidez, la húmeda idea de la rifa fantasma ha perdido vigencia, mientras las deudas se están bebiendo un café en mi honor...

martes, abril 01, 2008

El efecto rebote

Pilar pilastra viga. Junto a una miseria siempre habrá otra. De ser cierta esta afirmación estaríamos conviviendo entre elásticos. Enredados en ellos. Porque el espíritu de la miseria es maleable y dúctil. Que es lo mismo. Sintiéndonos de cierta manera libres en nuestros movimientos, pero sin reparar en que estamos atrapados en esa docilidad de la tristeza…

Siempre hay un arrullo entre las cortinas. Cuando son cuerpos opacos no refractarios, ni siquiera la mínima refulgencia de una gota frente a la luz artificial de un foco de 20 watts impide que el sonsonete del llanto se convierta en un himno monotonal. A veces una octava de más. A veces perfecto. Hay una estructura escondida en la aridez nostálgica. Un sistema de riego que gira en círculos y no entiende de redundancias estériles. Nada se siembra, nada se cosecha. Pero no importa. Así es la tristeza, embaucadora y mimética.

Si la tristeza es un desierto barroco, la miseria es una iglesia vacía. Como ya lo decía Víctor Hugo, existen dos tipos de miseria: la del pobre y la del descorazonado. Conclusión más vana: miseria es tener poco o nada de algo. Nuevamente la ausencia funda la estrechez. Porque la carencia lo único que puede hacer instintivamente es anular. Sellar. Así, la miseria para existir, toma prestada la partitura a la tristeza. Se desborda en ella, y se hace parte de la cantiga. Una romanza pentatónica, entre arias de un laúd y una dulzaina. Es solo un símil sinestésico. Porque la miseria no puede ser más que una monofonía.

Finalmente esos ecos que se pretenden sinfonía son tan solo rebotes del sonido y sus ondas vibratorias. El tono es el mismo. No hay armonías en la miseria. La tristeza, por el contrario, canta en una escala descendente. Sus disonancias son choques de júbilo. Por eso hay momentos de plenitud en los que se prueba la resistencia del elástico. ¿Hasta qué punto se puede moldear sin romper? La adaptabilidad es patrimonio del desconsuelo.

Hay que reescribir la canción…

viernes, marzo 28, 2008

Los muertos



Una vez que se apagaban las luces llegaban los muertos. Ellos podían rastrearme en la oscuridad y yo les temía. Se alimentaban de mi miedo. Me espiaban desde la ventana y yo solo rogaba por dormirme de contado.

Los muertos no salían del cementerio sino del sótano. Mi casa estaba levantada sobre viejos entierros. No sé si lo inventé, pero cuando la construyeron, sacaron cráneos y húmeros. Yo los vi, no importa si era un sueño. Yo los vi, mi padre lo dijo.

Mi perra lloraba y siempre estaba triste. La abrazaba cuando estaba triste yo también. Le bañaban en agua helada cada año creo, era muy sucia y nadie se preocupaba por ella. También veía a los muertos y aullaba cuando llegaban. A veces ellos tenían sed, yo podía escuchar como abrían la llave de agua. Otras veces querían oir la radio y naturalmente la prendían.

Cuando querían notarse, los muertos hacían sonar sus pasos. La madera de las gradas crujía mientras ellos iban aproximándose a mi habitación. Era la primera, junto a las escaleras. Yo me sostenía de las sábanas y contenía la respiración. Así, no notarían mi presencia tratando de ocultar mis signos vitales. Desde ese momento empecé a intentar verme en el otro lado. Las manos pálidas formando una equis sobre mi pecho.

Yo también estaba muerta a veces, viviendo como en un sueño expirado. El último aliento de un difunto. Había un yo cadáver que soñaba todo eso que estaba pasando. Por eso al despertarme, los muertos ya no estaban. Se habían replegado en sí mismos, en sus propias ensoñaciones, desaparecían al volverse ininteligibles. La incoherencia de la vida, ese fuera de todo sentido era su final. Los calcinaba la verdad de la cotidianidad.

No había viaje posible porque simplemente los muertos no se habían ido a ninguna parte. El cementerio era una verdad. Pero nadie salía a hacer fiesta como en la canción de Mecano. Yo escuchaba la letra y sabía que era una comedia gore a lo George Romero. Mis muertos ni siquiera pensaban en el instante carnal. Se movían a ninguna parte, subían y bajaban gradas, prendían y apagaban luces, y a veces se dejaban ver. De reojo.

Mis muertos no buscaban un cuerpo ni querían espantarme, pero su tristeza me salpicaba. A ellos tan solo les dolía un algo que ni siquiera sabían que era. Una conciencia expirada no puede tener respuestas. Ni preguntas.

Había una autenticidad en sus movimientos. Una insólita fidelidad en su vagar. No había pretensiones de nada. Sólo eran por los pasillos. Estaban. Abrían y cerraban puertas, prendían y apagaban la tele. Y a veces hablaban. Oraciones perfectamente estructuradas que buscaban decir nada. Ecos lingüísticos nada más. Sin ningún fin.

Los muertos ya se fueron. No sé cuando pasó, lo sospecho. Todavía contengo la respiración…

viernes, marzo 07, 2008

Concretándose entre balas





Desde hace días vengo pensando en que debería ceñirme a la coyuntura y escribir algo sobre el conflicto fronterizo. Yo detesto usar corsés ideológicos por lo que me es difícil tener una postura clara. Debería entregarme de una vez al facilismo y unirme a la opinión pública, que en definitiva ser resume en una postura geográfico-política. Vamos a defender casi por lógica de supervivencia, la tierra donde nacimos. Pero no es suficiente. Porque la patria es un abstracto y el patriotismo es una noción creada, no es un sentimiento. Es una idea. Y las ideas son variables, contrario a lo que creeríamos, la razón es peregrina.

No voy a resumir un altercado diplomático que muchos ya conocerán de memoria. Yo quiero hablar de la fragilidad del entendimiento. Y lo vulnerables que somos ante verdades construidas. No tenemos maneras de luchar contra ello porque la fuente directa ya no existe. Unas computadoras en medio de una hojarasca falseta, unos guerrilleros haciendo “campamento” con chanchitos y gallinas, tres presidentes tirándose la pelota, verdades y mentiras, acusaciones y revelaciones de un lado y otro. Por favor, las cartas están claras. Nunca nadie dice toda la verdad. Es el reino de la conveniencia. Es difícil ser objetivos frente a tanta subjetividad, simplemente creo que se trata de apelar a la moral individual y colectiva. La noción de soberanía es tan abstracta que una línea imaginaria no es suficiente para materializarla. La tierra que pisamos es una sola, sin embargo, la estructura social nos condiciona. Se trata de ser alguien dentro de algo. Es una cuestión de identidades. Hay que tomar partido, sino inmediatamente nos convertimos en parias.

Lo más fácil y digno es acusar al Gobierno colombiano y a los gringos. Razones no faltan. No es nuestro conflicto, no tenemos por qué inmiscuirnos, no TIENEN por qué hacerlo. ¿Error nuestro no mandar tropas a la frontera para protegerla? No. Eso significaría entrar en conflicto directo con las FARC, y recordemos, esta no es nuestra guerra. ¿Debemos apelar a la unión latinoamericana y ayudar en la lucha contra la narco guerrilla? Esa no es la manera. Colombia nos está traspasando el muerto. Tiene a las FARC arrinconadas en la frontera con Ecuador y solo protegen ‘hacia arriba’, los centros urbanos y el resto de territorio que les interesa. De ahí que se maten en la selva. Me pregunto yo. ¿Por qué no son capaces de sostener su conflicto dentro de sus linderos? Colombia está en la obligación de proteger sus fronteras también, para evitar la fuga a países vecinos. Y eso nadie lo dice.



Por otro lado, se empiezan a revelar trapos sucios. Correa sí estaba participando en las negociaciones del canje humanitario junto con Chávez y al parecer Uribe lo sabía. Sin embargo, luego de la encendida rueda de prensa en Venezuela, al parecer las aguas empiezan a amansarse. No me creo esos teatros. Apretones de mano, sonrisas impostadas y promesas de fin a la crisis, después, claro, de graves acusaciones de lado y lado en la Cumbre de Río. Las famosas cartas que están a disposición en la red, sin duda son documentos que contienen información valiosa sobre las FARC. Las he leído y la verdad mi única explicación es que estas cartas se conocían desde hacia tiempo atrás, pero por motivos de seguridad y otros chanchullos no fueron reveladas. Recién ahora se las saca como “maravillosas” cartas debajo de la manga. Es increíble la desfachatez. No molesta tanto incluso que se haya violado nuestra soberanía, como reconoció la OEA, sino que nos quieran ver la cara de…

En fin, Correa pidió a Uribe que las cartas le sean entregadas. Ultra redundancia. Ahora hace falta hallar la mágica manera de descubrir su falsedad o su autenticidad. Hasta mayor aviso, creo que el problema principal es el jugar con los sentimientos de la gente a través de crear xenofobias innecesarias, con artimañas que no conducen a nada. La solemnidad y la seriedad con la que se ha tratado el conflicto diplomático han salpicado inevitablemente a los ciudadanos de ambos países quienes hemos tenido que tomar partido obligadamente para defender lo que consideramos ¿nuestro?

Es simplemente sacar partido de la necesidad de concretar esa abstracción que significa la palabra Patria…