Ídolo

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Morrissey

lunes, noviembre 30, 2009

Feriada


Creo que más fue lo que me perdí de lo que pude ver. A la Feria del Libro me refiero. Moderé una mesa sobre cómic el sábado, llegué tarde (había perdido la hoja de presentación de mis panelistas) pero finalmente salimos airosos de la prueba. Ellos habían hecho bien el deber y cada uno había traído su hoja de vida, además de que Eduardo Villacís tuvo la brillante idea de traer una laptop y conexiones de clables, porque si no lo hacía, habría sido imposible proyectar su trabajo y el de Bonil y Fabián Patinho, los otros dos panelistas.



No hablaré de la organización de la feria, pues este año no estuve muy cercana a ella, a diferencia del año anterior, pero me queda la sensación de que esta edición fue menos puntillosa, más improvisada y quizás, menos interesante. Digo quizás porque casi no pude asistir a nada. Prácticamente fui el día sábado y se acabó. Fue agradable ver a gente que no veía hace rato, entre ellos Jorge Izquierdo, escritor y amigo, que vive en Seattle y pudo tener un viaje flash a su terruño. En la mesa en la que Jorge participó, estuvo también Esteban Mayorga, otro joven escritor quiteño, quien tuvo una intervención justa y agradable, y Huilo Ruales, escritor ibarreño radicado en Tulousse, quien con su incontinencia verbal nos divirtió a todos. Siempre es encantador escuchar a Huilo, con esa visión tan suya del mundo, de la ciudad, de la persona. Huilo, el escritor algo anarco de la palabra, barroco post-modernista, por etiquetarle inútilmente de alguna manera. Huilo, el que dice que no puede escribir con la lógica narrativa esquemática porque es muy caótico, y acepta ese caos y lo incorpora a su narrativa que es más un vuelo de golondrinas que va hacia ninguna parte pero que va dibujando un boceto garabateado de una realidad bastante precisa. La que él ve, la que él nos hace ver.



Luego, en una travesía en trencito por los acalorados pasillos de los estantes de librerías, pude obtener la novela de Juan Fernando Andrade, escritor, cronista, músico manaba, representante de la “generación pop”. Esa que no existe por estos lares, o quizás en ninguna parte. Cito lo de pop, ya que por ahí lo escuchaba de forma despectiva, pero para mí es igual, lo que me gusta de Juan Fernando, Picachú para los amigos, es que es honesto consigo mismo, y por lo tanto, con lo que escribe. Empecé a leer su novela esa misma noche, todavía no puedo decir mucho pero me está gustando el ritmo y la atmósfera. Creo que ha acertado en reconstruir un espacio común, un momento específico, un mundo conocido y a la vez no. Me sedujo la cita con la que empieza el libro, una de Jarvis Cocker, uno de mis amores musicales, el ex -vocalista de Pulp. Ahí me dije: empiezo con todo. Sé que es un detalle nimio y hasta tonto, pero a mí esas cosas me cautivan. Son como pequeñas claves que sólo podemos descifrar unos cuantos, (según yo, es estúpido, lo sé) como si se trataran de guiños, señas y contraseñas, y en adelante, sabemos a dónde entramos. Se nos abre el mundo, la aventura de par en par.



Este año hubo pocos libros en mis manos, en parte por mi falta de liquidez. De hecho, fue una especie de fiada la manera en la que conseguí en libro de Juan Fernando. Y el otro libro, uno de Juan Secaira, pues bueno me lo regaló el propio autor. De ahí pare de contar. El año pasado salí como con veinte libros, por lo menos.

Lo que me perdí: la charla de Porno y Erotismo, y las demás en las que estuvo Pedro Mairal. Las charlas y lectura poética de Benjamín Prado. Y nada más creo. Ayer por la noche escuché el mano a mano entre Efraín Jara y Jorge Enrique Adoum, contenido en un cd que se entregó gratuitamente en la Feria, elaborado por Fabiano Kueva. Eso sería todo.



Me quedo con la gente a la que vi y abracé por unos segundos, con cariño, felicidad y pena. Con los amigos antiguos y nuevos, con los que son conocidos y un poco más que eso, con quienes compartí unos minutos y me abrieron su corazón. Carla entre ellos. Con esa familia a la que quiero mucho y que a pesar de que no puedo decir más que un abrazo, ellos saben que siempre voy a estar.



En fin, mejor paro que esto suena a despedida. Me faltó tiempo para todo, sobre todo para compartir, que creo que es lo que importa.



¡Salud!

jueves, noviembre 19, 2009

Del erotismo

¿A dónde nos lleva todo esto?
A un aeropuerto.
Tengo la peor cara en meses.
Tuve la mejor sonrisa en años.
No dormí anoche.
Fui feliz.

viernes, noviembre 13, 2009

En el café de la juventud perdida


"Me saqué del bolsillo el sobre y estuve mirando mucho rato las dos fotos de carnet. ¿Dónde estaría ahora? ¿En un café, como yo, sentada sola a una mesa? Seguramente se me ocurría eso por la frase que había dicho él hacía un rato: "Uno intenta crear vínculos..." Encuentros en una calle, en una estación de metro en hora punta. En momentos de esos, habría que sujetarse mutuamente con unas esposas. ¿Qué vínculo podría resistir a esa oleada que nos arrastra y nos lleva a la deriva?"

Modiano.

jueves, noviembre 12, 2009

Lo esencial es invisible a los ojos


— Quisiera ver una puesta de sol... Tenga la bondad... Ordénele al sol ocultarse...

— Si ordenara a un general volar de una flor a otra como una mariposa, o escribir una tragedia, o convertirse en ave marina, y si el general no ejecutara la orden recibida, quién estaría en falta, él o yo ?

— Sería usted - dijo con firmeza el principito.

— Exacto. Debe exigirse de cada uno lo que cada uno puede dar - prosiguió el rey.

miércoles, noviembre 11, 2009

Con el apagón


Ayer se fue la luz, otra vez, a la misma hora en mi casa. Así que, huyendo de la oscuridad fui a buscar la vida en otra parte. Llegué entre semáforos y cruces imposibles a un bar donde había una exposición de fotos, pero oh sorpresa, al llegar, tampoco había luz. Así que a media luz, entre velas, empezamos los revoloteos. Yo llegaba ya ebria de azúcar así que me dediqué a endulzar y empalagar la vida de los otros. Primero letargo, luego euforia, bajón y subida de glucosa. Hablaba primero en la barra, luego en una mesa. A hablar de cerca y tocar, tocarse como para asegurar que las palabras no se vayan corriendo a otra parte. Entonces, alguien con más vehemencia que yo empezaba a acaparar la conversación, cosa que con él –mi amigo al que había invitado a debatir en mi programa en la tarde- es una experiencia siempre agradable. Luego de tanto tocarle los brazos, llegó única pregunta posible: ¿Sí comes? Él tiene un cuerpo tan delgado que es difícil creerlo vivo. Sabes, tengo problemas con la comida, me olvido de comer y como muy mal. Eres anoréxico. Pues creo que sí. Y luego, empezamos mutuamente a contarnos el menú diario y a espeluznarnos mutuamente. Yo no soy anoréxica porque me encanta comer, pero padezco de malos hábitos alimenticios. Puedo almorzar un pastel de chocolate y cenar un helado de chocolate. Puedo pasar semanas sin desayunar y si desayuno, perder el apetito en el almuerzo. Como mi amigo, me olvido de comer, se me pasan las horas, pero al llegar el hambre, puedo tragarme un asqueroso combo de la chatarrería más cercana. O simplemente, una semana puedo sobrevivir de lechugas y zanahorias, lo cual a mis compañeros de trabajo les hace perder todo rastro de patrón alguno. Mmmm… así que haces dieta y comes sano…. Otro día: ¡cómo puedes comer esas porquerías! Y otro: ¿Y tú no comes? No me enorgullezco de esto, por supuesto, lo ideal para mí sería irme a mi casa a cocinar, como hacía antes, pero ahora no tengo tiempo y me demoro demasiado en bajar y subir del monte. En fin, el caso de mi amigo es peor, él sí que es anoréxico, a más de tener un metabolismo hiper rápido que le impide engordar. Fin de la historia. Él se despidió y yo pasé a otro círculo. La luz seguía sin venir. El alcohol empezó a circular. Yo no bebo, pero un champagne barato me llegó de inmediato a las neuronas. Luego, un par de cervezas remadas y todo era un circo. La falta de luz hace que se aviven los sentidos, creo. El ambiente estaba efervescente. Empezaban a revolotear las polillas en la luz de las velas. De repente todos empezamos a fijarnos –y cuando digo todos, me refiero a hombres y mujeres- en un hombre sentado en medio del barullo que leía Slavoj Zizek y lucía tan concentrado, tan atractivo, que todos caímos rendidos a sus pies. Era extranjero, alemán dijeron por ahí. Pronto todos saltábamos como grillos tontos a su alrededor, varios se le acercaron -hombres, mujeres- a preguntarle quién era, qué hacía, qué leía y por qué coño no nos daba un poco de sí a los que lo reclamábamos. Bueno, en realidad fueron unas cuatro personas que le abordaron, entre mesera coqueta, mujer ingeniosa, amigo mío picado y alguna otra chica con ganas de su cuerpo. Yo caí en cuenta de su presencia, cuando una chica de la primera mesa en la que estuvo, se relamió los labios y nos dijo: miren esa belleza. Mi amigo anoréxico dijo sí, qué belleza, está rico, etc. Quizás fue algo más elegante pero igual de erótico. Luego, mientras conversaba con mi amigo picado, entre coqueteos, manos por la cintura, acercamientos del primer tipo, jugueteos, me atreví a decirle: mira a ese hombre, lee y tiene un buen torso. Él respondió: ¿te gusta? Me le voy a acercar. Y lo hizo. Y yo no podía creerlo. Regresó a la barra con todos los datos, que era antropólogo ni se qué, que se llamaba Christofer o algo así, etc. Una chica que estaba en el grupo improvisado de pronto empezó a fruncir el ceño y a repetir: a mí no me gusta eso. Llega alguien a Pelotillehue (la tierra de los pelotas o pelotudos) y todos se alocan. Claro, qué podías esperar querida –le dije- si somos un pueblo y tenemos que actuar como tal. Mientras, preferí seguir erotizando el material local mientras mi amigo picado me dibujaba un bigote y me preguntaba por mi ex novio, quien es algo así como su primo. Él me dibujaba un bigote de Hitler y yo trazaba sobre su labio un lunar de Marilyn. En ese punto todo parecía una película de los hermanos Marx, pero la luz ya estaba regresando. De hecho le mandaron un mensaje a otro amigo diciendo que en mi casa sí había luz. Eso significaba que debía regresar. De hecho lo hice. Y la noche acabó con sabor a champán… grand duval pero champán al fin…

lunes, noviembre 09, 2009

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Desnudar de sentido a las palabras. Dejarlas en puro hueso. ¿Tienen esqueleto las palabras? Parole. Una raíz común pero a la vez distinta dentro del cambio de experiencia sensible. Leo a Patrick Mediano en español y trato de imaginar la sonoridad de todo lo que dice, en su lengua original. Y entonces la parole es otra. Es otra la experiencia. Es otro el sabor del café de la juventud perdida. Son otras las calles y las zonas neutras de las que habla, esas calles-limbo, que son nada, que van hacia ninguna parte y vienen de ningún lado. Una zona de amortiguamiento urbano, ausente de personalidad, de morfología y hasta de olor. Las zonas neutras -casi muertas pero vivas- no existen aquí, al menos no de esa forma. En este lugar son otras , porque siempre desembocan en algo con sabor a memoria. Sospecho que las únicas zonas neutras que conozco se dan en los sueños. Alguien me contó hoy un sueño, sobre un falo que era vagina a la vez y eso le reconfortó. Amaneció feliz porque era un sueño dulce. Pero también había niños hablando en otras lenguas, en otro capítulo del sueño. Hay cierta dulzura en la tergiversación del sentido. Porque se encuentra alivio al desprenderse del entendimiento común, del sentido común, de la razón común. Y escuchamos en otras lenguas y las palabras son melosas, son sonoras, son rítmicas y no son más que eso. Y ahí viene el gran alivio, de encontrarnos, sí, en esa zona neutra. Lejos de cualquier lógica común. Entonces viene la autocomplacencia, como el sexo autosuficiente, el que se engulle a sí mismo.

sábado, noviembre 07, 2009

Fantasmas


Estoy frente a mi computadora, aterrada, mientras escribo esto. No es la noche, no es el silencio. Es medio día, hace calor. He venido a mi lugar de trabajo por un imprevisto, abajo, en los estudios graban un show pero aquí estoy sola, en mi palomar. Mi escritorio está junto a unas gradas que posiblemente alguna vez llegaron a las habitaciones de una casa de familia. Hace unos minutos yo subía despreocupada y de pronto escucho que alguien grita: ¡Quién está ahí! Respondo yo y de inmediato sube alguien cuyo nombre no recuerdo y me pregunta: ¿Tú estabas cantando? No, yo acabo de llegar. Miro su rostro, luce pálido y parecería que un frío recorre su nuca. Es que acabo de escuchar ruidos -me dice- y alguien cerró la puerta con violencia. Claro, siempre he oído que aquí hay fantasmas pero no he visto ni he oído nada hasta ahora. Yo escuché a alguien cantar -responde- hasta ahora tengo la piel de gallina... dicen que hay una chica por aquí. Lo que pasa es que esto antes era un colegio y dicen que una chica se mato aquí... se cortó las venas porque se había quedado embarazada... ¡Basta! No me cuentes eso. Yo siempre me quedo sola aquí por las noches... aún no he visto nada.

Ese relato bastó para que en segundos yo desarrollase un terror dormido. La gente aquí se marcha a las cinco y media, generalmente yo me quedo hasta las seis y media o siete, cuando sólo escucho mis propios movimientos. Sigo oyendo puertas que se abren y cierran, tan cerca de mí que finjo no darles crédito. Es el viento. Así que me levanté para cerrar todas las ventanas abiertas, tal cual película de suspense, pero los golpes de puertas y ventanas siguen sonando. He puesto música y los sonidos empiezan a cesar. Ella quiere bailar, lo sé, por eso, cuando está cerca de mí está feliz. Baila por todo el lugar y se va la pena.

Ahora lo recuerdo, quizás algún día la he visto, la he saludado. Con lo despistada que soy y tanta gente que entra y sale por aquí, es probable que se me haya pasado junto y yo sin saber quién era...


Sigo con lo mío.

viernes, noviembre 06, 2009

Monólogos



Dejemos que las aguas sigan su curso. O cambiar el curso, o aguantarse las elecciones. Monólogos interminables de madrugada. Noche de humareda y puro, ventilando por la ventana lo único que queda a las tres de la mañana: las historias privadas. Ayer fui un personaje de Stand Up Comedy, sacamos al comediante del bar de la esquina de mi casa y lo llevamos a la casa de un amigo a continuar la verborrea. Antes había llegado tarde al bar, con el monólogo ya empezado y todos me miraron como la impertinente.
Alguien dijo mi nombre. Me senté y lo demás fue escuchar el ingenio cotidiano vuelto parodia. Fue una gran sorpresa reírme a carcajada seguida, y bastante refrescante encontrar una comedia simple y desenvuelta. Iliá Endara es un comediante a tiempo completo. Lo supe cuando se excusó de seguir con la fiesta en la casa de mi amigo: Mañana tengo que trabajar. ¡Pero si tú no trabajas! Claro que trabajo. Trabajo en esto, tengo que levantarme temprano a preparar shows ¿Y qué haces aparte de esto? Nada, hago esto. ¿Y antes de esto qué hacías? Nada, intenté estudiar un par de cosas pero no se me dio.

Él vive de la comedia, me quedó claro. Pero hasta ahora no entiendo cómo lo hace. Y cuando dije que me encantaría poder dedicarme cien por ciento a lo mío, él me respondió: eso es besar sapos. En busca del príncipe, claro. Esto por supuesto tiene un amplio contexto dentro de la conversación de las postrimerías de nuestra reunión, cuando ya habían clausurado el local dos asistentes. Uno borracho hasta el tuétano y otro blanqueado por no conocer su cuerpo (esto también se dijo con su respectiva broma física). Para esos momentos ya se había ventilado una parte de mi historia, la cual yo casi desconocía a detalle y que fue fielmente relatada por mi amigo, el dueño de la casa, que era mi ex, y que se la contaba a los asistentes, entre ellos, su actual novia. Una situación medio insidiosa y hasta pérfida, si se la quisiera ver con ojos retorcidos. Para mí, era natural, hasta cierto punto, hasta ciertos momentos en los que se descarrilaba mi tren de palabras y ya no sabía lo que decía, no producto del alcohol (soy abstemia) sino de la luna, según yo. La verdad llega un punto en la madrugada en la que las palabras navegan solas y se rebelan, dejo de domarlas y se van abriendo paso en mi boca a patadas. Me levanto entonces y digo: no me hagan caso, pero si me ven hablando así (y señalo al muchacho bisexual que se había blanqueado por mezclar mal el alcohol con marihuana) denme un golpe, por favor. Porque en efecto, suelo, a veces, ser bastante impertinente y voy perdiendo la perspectiva de lo ordinario y entonces empiezan a decirme que me llama la sartén, de tanta crudeza que sale de mi boca. Carne cruda.

Pero entonces yo no pude parar la horda de relatos. Y él, mi amigo, mi ex, empezó a narrar la historia de cuando nos conocimos, con tanta claridad de detalles, que me quedé muda. Había olvidado casi todo, pero él, emocionado, sabía cada segundo de nuestras primeras citas. Y entonces, ya borracho por supuesto, empezó a revelar algo que yo desconocía: que gracias a mí él había salido del ostracismo en el que estaba sumido, que yo había abierto su capullo, que ahora era mejor persona y mil cosas más. Fue muy emotivo para mí escucharle decir esto, aunque el ambiente no era el mejor (tragos, humo, borrachos, bostezos, ojos rojos) pero a la vez sí lo era, pues se trataba de confesiones de madrugada. De madrugadas de noches larguísimas y de búsquedas infinitas. Él ahora buscaba respuestas a un amor del pasado, el de otra chica que había vuelto a su vida (no yo) y que era curiosamente la que lo había dejado en la escafandra, en el limbo del no. Las respuestas quedaron en el aire, mientras ella, su nueva novia, pareja, amiga, escuchaba todo y dejaba al destino el desatino. Había que despedirse ya, las piernas empezaban a temblar. Una noche más que atascaba los sentidos.

Y llegó mañana


Tengo un trabajito como cualquiera. Hoy poetizo a Doraemon y ayer trataba de hablar con los editorialistas y los dueños de los diarios. En este lugar la gente se choca entre sí y yo sólo ruego que nadie me saque de mi letargo de audífonos. Por favor, no me digan nada, no me pidan nada. No estoy. Alguien detrás de los recovecos de los oscuros y fríos estudios me espera con un beso deglutido. Yo lo miro y le sonrío. Me mira la cara, me mira el trasero. Ya lo sé, todo me queda bien. Pero para acompañar unos ligueros, me dice. Yo: es que no has visto mi postal. ¿Qué postal? Una, que te gustará. ¿Sales desnuda? No, pero casi. Jaja. Pequeñas diversiones inútiles. No pasa nada, no dejo que me toquen y me voy corriendo como una niña de trenzas entre los columpios.

jueves, noviembre 05, 2009

Lanzamiento y juggernautas

Ayer fue el lanzamiento del libro compilatorio de la tira cómica que aparece de lunes a sábado, en el Comercio, desde hace tres años. Ana y Milena. Autor: Patinho. Fue en el Pobre Diablo. Estuvo alguna gente y me divertí mostrando la postal en la que aparezco en ropa interior, portada de su próximo libro. La foto, cuasi pornográfica, me muestra tapando mis partes íntimas apenas con un librito abierto. Y estoy blanquísima. En un baño azul y con una copa de vino blanco en mi mano izquierda. No voy a poner la foto aquí porque no la tengo. En la presentación del libro tenía en mi cabeza el beat disco-electro-dance de Shadows de Midnight Juggernauts, una bandaza a la que me hice adicta justamente ayer, mientras escribía el texto de presentación del libro. Por supuesto que debía leerlo -para los que se quejaron que leí pésimo-. Iba a ser peor si sólo dejaba que las palabras fluyan, porque en efecto, hay algo que va más allá del pánico escénico. Y es que las ideas y su concordancia, me son esquivas cuando hablo en público. La última vez que hablé en un conversatorio, hablé huevadas, ya lo dije. Por eso, esta vez, me aseguré de leer las palabras esquivas. Me gustaría ser más showgirl.

Tomorrow... tomorrow... como dice Shadows. Es un beat adictivo. Hay que oir esta canción.



Midnight Juggernauts


Ayer se vendieron libros y camisetas y creo que vi feliz a mi amigo. Es suficiente con eso. Yo por mi parte, mi más cercano exhibicionismo será en el lanzamiento de su novela, próximamente, de la cual la fotito cuasi pornográfica -como dijo Malva Malabar- es la portada.

Ahora, el texto leído ayer, por si no se entendió más que rumores:

Entro a la casa de Patinho, está sentado en una silla incómoda y no levanta la vista. Sobre una mesa de dibujo descansan lápices, pinturas, acrílicos, cientos de papeles y revistas. Sigue sin levantar la vista, saluda. No hay donde sentarse. Él sigue dibujando con una avidez casi neurótica. Me acerco para ver lo que dibuja, quizás escribe –me digo-. Hay una mujer sobre un papel blanco. Está blanquísima, tiene lentes y un pañuelo en la cabeza. Esta es Milena, me dice. Y son como cien mujeres en una. Y junto a ella, está Ana, de rasgos más indefinidos, pero con curvas y atractiva. Ya son doscientas mujeres. Las que cuelgan de sus paredes, las que le susurran al oído. Esas, tan resueltas como un retrato de nadie. Tan indecisas como esos planes jamás concretados. Ellas hablan de todo, le hablan de todo. Y empieza entonces el mundo paralelo. Se van sumando las voces, ellas exigen amigos, padres, acompañantes, hijos, compañeros de trabajo, amantes, novios, mascotas. Un calco libre y arbitrario de Quito, de un Quito de papel periódico que circula desde lo cotidiano pero que le roba las ideas a lo inusitado. Y es que esta ciudad está llena de excepciones, muchas mordaces, algunas desde un snobismo descarado y quemimportista, y a veces desde la más descarnada ingenuidad. Pero alguien tenía que hacerlo. Alguien tenía que robarle las palabras a los cuerpos. Sospecho que al principio, cuando él esbozaba estas dos mujeres de siluetas ideales, sólo sabía de eso, de cuerpos y palabras. Y llegaban los cuerpos en distintas posturas y las palabras que se acomodaban a esas bocas, a esas piernas cruzadas, a esas espaldas descubiertas. Pero las palabras entonces, llegaban también desde otra parte. A veces como un cameo infinito o como una disgregación de sí mismo. Desde esa filoginia, esa filiación que hace que las líneas femeninas sean en gran medida los derroteros de su obra.
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En Ana y Milena encontramos un entorno social que de hecho es único en su especie, porque se representa a sí mismo y Patinho da muy pocas concesiones a la hora de “retratarnos”. No obstante, constantemente nos topamos con abundantes guiños y localismos que además de recoger situaciones coyunturales políticas o sociales, nos llaman a “ser los entendidos en la materia”. Me explico, a veces hay que saber quién es Hugo Hidrovo, Ernesto Ortiz o Marilú Vaca para entender mejor el chiste ¿no? O incluso haber visto los últimos estrenos del cine nacional para cogerle el hilo al cómic. Patinho, a diferencia de lo que pensaríamos, sí deja títere con cabeza, no es cuestión de hacer leña del árbol caído, simplemente se trata de avanzar por los dulces recovecos de la fina ironía.


Pero también está el Ana y Milena para avanzados, en el que a veces a todos nos ha costado descifrar a qué se refiere, y nos hemos quedado con un “exijo una explicación”.


No obstante, y para no aburrir más, conociéndole al Patinho puedo citar una frase que describe perfectamente a su alter ego y mi personaje favorito: el pug Patiño, mascota de Milena: “Se trata de un simple caso de esquizofrenia alucinatoria con ira narcisista involuntaria”.



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Tomorrow... tomorrow...

¡Salud!