Ídolo

Ídolo
Morrissey

lunes, enero 30, 2012

La resistencia estética (o poética) a la normalización I



Y uno aquí, cortándose los dedos mientras corta cebolla. Sin llanto, sin alivio. El cuchillo gotea, pienso en arterias. Una vez me volé una arteria con una lata de atún. La sangre alcanzó para empapar una camiseta entera, blanca, límpida. De mi papá. Mi hermana al borde del desmayo y yo, segundos antes del derrame, presintiendo, pidiendo que me lleven a un hospital.


Hoy aplico torniquete de gasa y termino de cocinar. Como sin gusto y el dedo del corazón me anuncia que quizás haya tiempo para algo más. Para asar unas berenjenas de sangre negra como sólo ellas pueden soportar. Duro vivir bajo la condena eterna del velatorio. Posiblemente sea un error vestirse de morado y uno termine cianótico de pura monocromía. Tal vez por el mismo motivo haya que comer combinando colores. Hoy fui morada, verde, café y amarilla. Mi amiga cree que allá el problema redneck es que comen sólo amarillo. Ella cree que eso a la larga produce una especie de embotamiento que se traduce en una especie de retraso mental. Yo deduzco que las imposiciones cromáticas son una forma de hacer política reduccionista, porque regularizan los sentidos. Estandarizan estéticas, discursos y engullen subjetividades.


Yo, al sangrar por un corte de cuchillo de cocina, estoy, sin querer, abanderando una causa. La de las mujeres que se cortan los dedos con cuchillos de cocina. ¿Por qué? No sé. Simplemente es así. Las escenas teñidas de sangre están todas ya interpretadas, no hay remota posibilidad de inventar una nueva, o de caer por casualidad en una de ellas. Ni lo intenten. Ya existe. Lo mismo con los colores, ya están todos tomados. Simplemente hay que armarse las escenas del día tomando lo que ya está en el clóset. La clave, claro, es hallar nuevas combinaciones, como lo hacen los diseñadores de moda vanguardistas que creen que es más que posible combinar rayas con flores, y con floreros y con macetas.


Así, entonces, salga usted a la calle, con su dedo cortado, con su herida sangrante, creyendo que es la única, que no hay nadie a quien le duela más y que este evento extraordinario le tenía que suceder a usted y sólo a usted porque está pagando una condena por alguna maldición tibetana de hace tres siglos. Regocíjese luego, en el sano consuelo del mal de los otros y tómese un helado pitufo con chispitas de colores para que mate a varios pájaros de un tiro. O mejor paséese un rato por la incoherencia arquitectónica y cromática de la avenida 10 de Agosto o la Prensa. Verá como la vida empieza a cobrar sentido y logra entender el por qué de las cosas. Descubrirá los recónditos misterios de esta histérica voluntad de fealdad y desproporción. La resistencia estética a la normalización.


En esta performance sin fin, cortarse un dedo y dejarlo sangrar, es apenas un vuelco menor de sentido a la cotidianidad…


(Ya vendrá el texto teórico, ahora vamos a la poesía)