To fit: Calzar, encajar... Meterse dentro de una forma inerte y acomodarse a cómo de lugar, sintiéndose lo más cómodo posible.
Si te obligan a cambiar lo que quisiste decir, o quizás inseguramente decir, ya se va por la borda el sentido primero y lo que queda no son más que retazos y falsetes que quieren calzar en el ideal del otro. Estoy hablando del periodismo. No se puede hacer una crónica sin ser testigo presencial de los hechos. Qué haces entonces para mantener el tonito de narrador tácito y observador silencioso. Por favor, si no he observado nada, por falta de tiempo, premura de los editores y personajes escurridizos a quienes debes agradecer con alivio que te hayan dado unos minutitos de su tiempo. En fin, qué haces si el ambiente croniquesco se vuelve lo menos pintoresco posible, ya que las únicas acciones descriptibles son el movimiento de manos y el gesto único de una conversación. ¿Me explico?
¿Ficcionas? ¿Inventas hechos corriendo el riesgo de ofender a los actores implicados? Para la ficción está la literatura, y para la verosimilitud también está la literatura. El periodismo es lo menos verosimil que hay puesto que nunca se te va a presentar la realidad como tal, y no queda nada más que imaginarla. Pero eso ya es ficción.
¿Entonces, cuál es la solución? Faltar a la ética mínima de fidelidad y crear ambientes, espacios, situaciones y hasta personalidades para que la crónica sea divertida y no una sucesión de hechos contados y recontados de segunda fuente. Obvio, el periodista se convierte en la segunda fuente y no en la primera, como debería ser cuando se trata de una crónica. No queda más que confiar en lo que nos cuenta de sí mismo el personaje a observar y reproducirlo de una manera lo más imparcial posible para que no hayan futuras quejas.
No me siento muy cómoda que digamos en esa postura. Por qué no seré más irresponsable y de una vez lo invento todo, total, creo que el periodismo al final se trata de eso. El problema no es mentir sino la pretensión de realidad y verosimilitud con que se presenta al ojo público un relato.
No es la mentira descarada la que daña, sino la que se niega a reconocerse como tal. La que se esconde en mil artilugios, sentencias y autojustificaciones para llegar a convencer y convencerse a sí mismo de su fidelidad. Esa que se pretende verdad. Y eso es el periodismo. Por eso me quedo con la sinceridad farsante de la literatura. Gracias.