Yo solo quisiera poder recordar todos los insultos del viejo desdentado que estaba sentado detrás mío, para poder volver a reírme. Un racismo contextualizado a la bipolaridad anímica de un partido de fútbol. Quito-Liga. Jamás fui a uno. Nunca estuve en un partido del campeonato nacional (¿sería de eso?). Es más, la última vez que fui al estadio a ver un partido de fútbol fue hace diez años...
"Negro sucio anda mejor a vender cocadas". Xenofobia pura si descontextualizamos el insulto. Pero dentro de los graderíos del estadio, todo es aceptable. Es más, mientras más grite e insulte, mejor. Usted es un buen hincha. Pasional. Escupa el hígado o el corazón tranquilamente. No pasa nada. Si durante la semana usted es un ser gris absorbido por la rutina, si tiene un talante pusilánime y laxo, este es el lugar preciso para acelerar las revoluciones de su cerebro y de su lengua. “Al estadio se va a descargar”. Sin duda, la mejor terapia antiestrés que muchos hombres podrán encontrar.
Yo por supuesto, ayer domingo no tenía la más mínima gana de presenciar un partido desde las gradas de general. Sin embargo, mi amigo me convenció “para aclimatarme”, ya que no nos dejaron entrar a hacer la entrevista que debíamos realizar, porque que no teníamos carnets de prensa acreditados por AFNA. ¿Qué demonios es AFNA? No importa. No teníamos plata, apenas juntando centavo por centavo nos alcanzó para las dos entradas. Mientras, una barra de la Liga en los exteriores del estadio cantaba y saltaba alentando al equipo. Mi amigo tomó su cámara, instigado por mí, y se puso a grabar el barullo. De repente, un muchacho pelilargo y algo hosco: ¡no filmes loco, apaga esa cámara!
La sumisión siempre funciona en esos casos. Mi amigo tranquilamente apagó la cámara y cedió sin chistar. Más le valió. Era la “muerte blanca”, una de las barras más bulliciosas, jaraneras y exageradas del estadio, así como una de las más temidas. En menos de cinco minutos fuimos testigos de un inicio de bronca con un hincha del Quito, quien por demás habría sido ganador, si la posible turba “blanca” no hubiese estado presente. Insultos iban y venían de un lado y otro. El muchacho fue identificado por nosotros simplemente como: malo malo. Un tipo veinteañero quizás, con cara de malandrín urbano temático: facha de metalero o hardcore punkie. Y qué decir de sus secuaces, todos llevaban la misma “línea de ropa”. Sin embargo, pese a la actitud crispada y audaz del truhán futbolero y sus prosélitos, el altercado no se dio. Continuaron gritándose desde lejos y ya que pasamos en plena línea de fuego de insultos, el muchacho malo malo miró a mi amigo y le recordó su pasaje al otro lado sano y salvo: ¡y vos! ¡Más te vale no seguir filmando!
No loco tranquilo, no estoy grabando.
Terminábamos apenas de respirar por la salvada aquella (ya nos habían advertido que a esa gente no les “gustaba” que les filmen, y que eran algo agresivos, por así decirlo), cuando en segundos piedra, palos y botellas empezaron a llover frente a nosotros. Los “muerte blanca” enfurecidos gratuitamente agarraron a un hincha del equipo contrario y golpes y patadas caían sin reparo. Logró escapar pero ahora el enfrentamiento era de lado y lado. Un par de policías sin voz de mando intervinieron vagamente, mientras nosotros tratábamos de protegernos de los artefactos voladores. La preocupación principal era el auto que se hallaba junto con otros tantos, en medio de la gresca.
Luego de lograr sacar el auto de allí y estacionarlo cómodamente en un centro comercial (oh bendita seguridad prefabricada), logramos entrar al estadio, al sector del Quito, ya que mi amigo es hincha de ese equipo. Entonces, con el sol desahuciante de las doce del día fuimos en busca de puesto. No había ni dónde poner un pie, salvo junto a la malla colindante con la “muerte blanca”. Conseguimos acomodarnos en las gradas, bastante abajo y cerca de la mitad de la cancha. No hay paz. Imposible seguir el hilo del partido cuando debes sortear el constante roce de un vendedor ambulante que desea pasar a gritos. ¡Papas con cueeeeeeeeeeeeeerooooooooooooo!
Por lo demás, decidí entonces adaptarme al momento que estaba viviendo. Maldito poder de concentración sin esfuerzo que nos ha convertido en seres ADD (atention deficit disorder). El facilismo de lo virtual llegando a mi propio discernimiento lúdico: descubrí que me es claramente más fácil concentrarme viendo un partido de fútbol por tv que en el estadio. Me costó seguir la pelotita, más no ser partícipe de una nueva mímesis. Si quería disfrutar y ser un Zélig más de la ocasión, debía tomar partido por uno de los dos equipos. Si estaba en la barra del Quito, entonces sería hincha del Quito.
Yo por supuesto, ayer domingo no tenía la más mínima gana de presenciar un partido desde las gradas de general. Sin embargo, mi amigo me convenció “para aclimatarme”, ya que no nos dejaron entrar a hacer la entrevista que debíamos realizar, porque que no teníamos carnets de prensa acreditados por AFNA. ¿Qué demonios es AFNA? No importa. No teníamos plata, apenas juntando centavo por centavo nos alcanzó para las dos entradas. Mientras, una barra de la Liga en los exteriores del estadio cantaba y saltaba alentando al equipo. Mi amigo tomó su cámara, instigado por mí, y se puso a grabar el barullo. De repente, un muchacho pelilargo y algo hosco: ¡no filmes loco, apaga esa cámara!
La sumisión siempre funciona en esos casos. Mi amigo tranquilamente apagó la cámara y cedió sin chistar. Más le valió. Era la “muerte blanca”, una de las barras más bulliciosas, jaraneras y exageradas del estadio, así como una de las más temidas. En menos de cinco minutos fuimos testigos de un inicio de bronca con un hincha del Quito, quien por demás habría sido ganador, si la posible turba “blanca” no hubiese estado presente. Insultos iban y venían de un lado y otro. El muchacho fue identificado por nosotros simplemente como: malo malo. Un tipo veinteañero quizás, con cara de malandrín urbano temático: facha de metalero o hardcore punkie. Y qué decir de sus secuaces, todos llevaban la misma “línea de ropa”. Sin embargo, pese a la actitud crispada y audaz del truhán futbolero y sus prosélitos, el altercado no se dio. Continuaron gritándose desde lejos y ya que pasamos en plena línea de fuego de insultos, el muchacho malo malo miró a mi amigo y le recordó su pasaje al otro lado sano y salvo: ¡y vos! ¡Más te vale no seguir filmando!
No loco tranquilo, no estoy grabando.
Terminábamos apenas de respirar por la salvada aquella (ya nos habían advertido que a esa gente no les “gustaba” que les filmen, y que eran algo agresivos, por así decirlo), cuando en segundos piedra, palos y botellas empezaron a llover frente a nosotros. Los “muerte blanca” enfurecidos gratuitamente agarraron a un hincha del equipo contrario y golpes y patadas caían sin reparo. Logró escapar pero ahora el enfrentamiento era de lado y lado. Un par de policías sin voz de mando intervinieron vagamente, mientras nosotros tratábamos de protegernos de los artefactos voladores. La preocupación principal era el auto que se hallaba junto con otros tantos, en medio de la gresca.
Luego de lograr sacar el auto de allí y estacionarlo cómodamente en un centro comercial (oh bendita seguridad prefabricada), logramos entrar al estadio, al sector del Quito, ya que mi amigo es hincha de ese equipo. Entonces, con el sol desahuciante de las doce del día fuimos en busca de puesto. No había ni dónde poner un pie, salvo junto a la malla colindante con la “muerte blanca”. Conseguimos acomodarnos en las gradas, bastante abajo y cerca de la mitad de la cancha. No hay paz. Imposible seguir el hilo del partido cuando debes sortear el constante roce de un vendedor ambulante que desea pasar a gritos. ¡Papas con cueeeeeeeeeeeeeerooooooooooooo!
Por lo demás, decidí entonces adaptarme al momento que estaba viviendo. Maldito poder de concentración sin esfuerzo que nos ha convertido en seres ADD (atention deficit disorder). El facilismo de lo virtual llegando a mi propio discernimiento lúdico: descubrí que me es claramente más fácil concentrarme viendo un partido de fútbol por tv que en el estadio. Me costó seguir la pelotita, más no ser partícipe de una nueva mímesis. Si quería disfrutar y ser un Zélig más de la ocasión, debía tomar partido por uno de los dos equipos. Si estaba en la barra del Quito, entonces sería hincha del Quito.
Y así, emocionándome por cada llegada al área contraria, por cada intento de gol, fui partícipe de un fenómeno del estadio: el comentador solitario/colectivo. Nadie le habla al de al lado cuando de comentar o insultar se trata. Todos hablan para sí mismos pero con conciencia colectiva. Un extraño caso de ensimismamiento que trasciende las barreras del Yo. Cualquiera puede ser tu amigo, cualquiera puede ser tu enemigo, dentro de esa lógica. Insultos al aire, insultos dirigidos. Decepción por malas jugadas. ¡Por qué no le sacan si es un asco! Se adora a la idea abstracta de un equipo, como dice la canción: cielo y tierra pasarán más su palabra no pasará… Cientos de jugadores pasarán pero el equipo no pasará. Una analogía con la adoración a una deidad. De ahí la divinización del fútbol. El jugador como una unidad puede ser bueno o malo, pero eso no hará que el verdadero hincha deteste al equipo, porque el equipo no son los jugadores, ni sus individualidades, ni la suma de ellas. El equipo es, y existe más allá de eso.
En parte por eso el negro sucio se puede convertir en negro lindo si hace un gol. O el negro del equipo contrario será abucheado con onomatopéyicos uh uh uh uh (que emulan el sonido que emite un orangután). Esa idea de la trascendencia de las verdades y las seguridades es lo que me interesa del fútbol. Ese traspaso de congruencia pero no de sentido, ya que en el fútbol la lógica es precisa. Esa bipolaridad de sentidos y significados está manifiesta en el hecho de que es una batalla de dos bandos y se rige en un principio, por las reglas de la guerra. Además de las superposiciones que se pueden dar sobretodo por la estructura y la dialéctica con la que se mueve todo el universo futbolístico. Así tenemos la circulación de los jugadores que van de un club a otro, y los seleccionados procedentes de varios equipos. El método exige cambios de perspectiva por parte de la hinchada. Se puede amar y odiar en una misma lid, pero esa diferenciación inconsciente de momentos y funciones opera con una precisión asombrable.
El hombre desdentado no será un insultador profesional o altamente ingenioso, pero sus pasiones futbolísticas se mueven con esa lógica polarizada, adaptable y mimética. Zonas de rebote, una especie de zona franca, una franja de gaza en donde el racismo expresado abiertamente termina siendo inofensivo y jocoso. También el tino y la prudencia pueden sufrir sus boicots…
Finalmente creo que mi decisión fue acertada. El Quito ganó 1-0 a la Liga, cuando las esperanzas de gol estaban casi perdidas. La estrella del partido fue el arquero del Quito quien tapó todos los intentos de gol de su rival. Happy End.
4 comentarios:
No me gusta el fútbol; las pasiones que despierta, aunque son innegables, me son indiferentes. Pero no pude dejar de reírme imaginando las caras que pondrían algunos amigos si leyeran esto que acabas de escribir: maestra.
El mejor texto sobre el futbol que he leido todo este tiempo!
Hiscariotte, el fútbol tampoco está dentro de mis intereses inmediatos. Sin embargo es interesante destapar el por qué de una indiferente mirada, si acaso existe un por qué.
Ludovico, no he leído textos de fútbol últimamente, no podría lanzarme flores. Con todo, gracias.
Que buen texto... es una pena lo de la violencia en los estadios... ojalá fuera sólo fútbol.
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