Ídolo

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Morrissey

jueves, agosto 09, 2007

Entre las hojas de la NEWSWEEK y un milhojas...

Por momentos la gente parecería tener miedo de sí misma. Nunca habrá suficiente recato si de mostrarse correctos se trata. Pero esa corrección de comportamiento es muchas veces insulsa. Demuestra nada, y nada más que una necesidad profunda de no ser otro. De no ser “el otro”. Ese espanto corregido y censurado es el que, al identificarlo en cierta gente, me molesta e incomoda.

Un almuerzo genérico de un seminario x, puede convertirse en un interesante escenario sociológico. Pero no soy socióloga y por momentos lo único que me pregunto dentro de esos momentos “correctos y corregidos” es: ¿dónde dejé mi corrector”. Posiblemente en la computadora o en el lavabo. Sin embargo, ya que hay veces en las que el contacto humano está predestinado aportar en una conversación oral tanto como un sordomudo, nunca faltarán las intertextualidades y las meta realidades. Así es, por ahí inicia el famoso “sociólogo”, tan odiado el pobre en nuestros medios por querer anticiparse al otro. Y lo que no sabe es que ese otro no quiere serlo, como ya lo dije anteriormente.

Entonces, luego de vencer el pánico escénico y el miedo/apego a la soledad (tillos), vinieron los concernientes: permiso, me puedo sentar en su mesa. Seguro, no hay problema. Y por consiguiente, las tan temidas preguntas políticamente correctas y los intentos fallidos de romper el hielo con una hoja de papel enrollada. Preguntas de reconocimiento, escáner insulso de vida. Dime en qué trabajas y te diré quién eres. Respondí vagamente y a continuación me dispuse a preguntar nada, prefiriendo leer mi ejemplar del NEWSWEEK obsequiado a la entrada. Consideré que siendo el ser humano sobretodo “posibilidad” –como momentos antes había oportunamente acotado el conferencista- decidí que era bastante posible divertirme más leyendo un reportaje sobre Angelina Jolie y su trabajo social con los refugiados. Su belleza me puede más, lo siento. Luego, quizás la política ambigua –ni chicha ni limodanesca- de Sarcozy seguramente sería más interesante que aquellas conversaciones profesionales de las que me excluí y de las que prontamente fui excluida. Probablemente sea yo la que me equivoque y esté alterando la alteridad al no querer hacer casas con planchas de conglomerado. Prefiero el ladrillo.

No pude evitar sentirme prematuramente extrañada (tardíamente quizás) de aquella llámese pose, postura, posición de eficiencia por sobre todo. Esa eficiencia que quiere convertirse en el nuevo término de moda dentro del mundo empresarial: la excelencia. Calidad Total. Se me paran los pelos al decir esto. El trío a mi derecha notó levemente mi existencia (quizás a causa de una de mis intensas miradas a sus gestos, sus platos de comida, y sus costumbres alimenticias y verbales), ellos preferían concentrarse en demostrarse eficientes al cien por ciento y por supuesto, ser el trío de la excelencia dentro de la empresa para la que trabajaban. Según lo que lograba escuchar, laboraban en un periódico, pero no pude adivinar cual ya que criticaban a cuanta gente consideraban reprochable y no pude reconocer ningún nombre de los que pronunciaron. Me dije: no son ni del Hoy ni del Comercio. Por supuesto, a lo mejor sí lo eran pero mi suspicacia no llegó a tanto.

Mientras, los dos de mi derecha, un hombre y una mujer ,(de otro nivel social) hablaban del sector público y del cochino poder que te corrompe y te quita la perspectiva. “Yo lo experimenté, cuanto tuve un cargo alto, me volví déspota y cambié, lo acepto…”. La chica perteneciente al trío de la excelencia me revolvió el estómago desde el primer momento en que la escuché ¿Recuerdan el tristemente memorable acentito aniñado de la papa en la boca? Sí señores, ¡todavía existe aquel hablado adolescente dentro del mundo de los adultos! No puedo decir nada más que una cosa: insoportable. Ella por supuesto era no solo la fiel representante de la corrección y la compostura, sino del mal social lingüístico que se ha convertido en un mal de pensamiento, por lo tanto de reflexión y análisis. El empobrecimiento de los adjetivos por el traspaso “equivalente” de términos sacados de una jerga mediocre y poco ingeniosa, que es la que padecemos ciertos quiteños. Todo es súper chévere, súper bacán, del puctas, tenaz, focazo, loco o una bestia. Y con eso se describe el mundo.

No tengo nada en contra del argot popular y los fenómenos socioculturales de los que procede y que genera. Pero insisto, es una jerga que dista mucho de la sagacidad y que la verdad es poco representativa de nuestra realidad, ya que somos esponjas de los otros -lingüísticamente hablando- y muchos de estos términos son tomados de jergas de países vecinos y ni tan vecinos. Este pseudo argot es un alcahuete de la pereza mental y el facilismo. Además de ser el tapa huecos de padecimientos generalizados como el ensimismamiento, el cual es una de las causas de la baja capacidad del serrano-andino para expresarse elocuentemente. Mis generalizaciones podrían ser arbitrarias, pero simplemente estoy lanzando teorías susceptibles a comprobación.

Por supuesto que hay gente en esta ciudad que habla impecablemente, aunque generalmente son “viejos” y cultos. ¿Es tan inalcanzable el expresarse correctamente para el común de los mortales? ¿Por qué otros hablan mejor que nosotros? Sí, otros. Javier Darío Restrepo (¿acaso no hay otro apellido en Colombia?), conferencista invitado para dictar el seminario “Responsabilidad social de los medios de comunicación” (vaya qué oportuno y oportunista seminario) es un común representante de la elocuencia colombiana. Esa capacidad oratoria (o muchas veces de labia) que es casi patrimonio del país contiguo nos hace pensar en una conspiración de Dios o de Manco Cápac y Mama Ocllo. ¿Quiénes éramos antes de ser conquistados? ¿Qué pasó con este pedacito de tierra que no ha podido sacar por ejemplo escritores ilustres de talla internacional? La tan mencionada invisibilidad de nuestra literatura que parte de ese ensimismamiento rayano del autoexotismo. Pero este ya es otro tema, algún momento lo trataré. Lastimosamente nos quedan cantidad de preguntas sin respuesta, que únicamente se pueden resolver medianamente con aproximaciones y normalmente con nuevas quejas…
Quizás todo parta de ese miedo de ser “otro” y de quedarse estancados en el sí mismo. Pero un sí mismo procedente de un yo colectivo que es un modelo absurdo de comportamiento, ciego y arbitrario, impuesto por quién sabe quién. Por lo tanto, eso de la pluralidad y la multiculturalidad, para el caso no sirven para maldita la cosa, y terminan convirtiéndose en términos apologéticos y paternalistas que se utilizan como estratagemas para referirse a los excluidos. Quienes por supuesto dejan de serlo el momento en el que se meten en el ruedo y dejan de ser “el otro”. Cuando aceptan la lógica del juego y se homogenizan con el yo reinante, entonces comienza el nuevo round de desconocimientos y exclusiones.

Y es tan fácil a la vez ser prófugos del sentido social y oler el miedo de los otros, reconocer su yo tiránico mientras se lee una revista y el almuerzo termina con platos casi llenos en donde se observa claramente que guardar la compostura y ser correctos es no demostrar ansiedad por la comida ni apetito desenfrenado (comerse todo el plato, dentro de ésta lógica, sería signo de aquello). Comer vegetales es síntoma de debilidad o de tonta confianza (eran vegetales cocidos), y engullir la cantidad total de los carbohidratos presentes en el plato (eran solo unas cuantas papas en trocitos) demostraría la más necia ignorancia en asuntos de nutrición: engorda. Por lo tanto, lo socialmente aceptado es bajarte todo lo que sea proteína animal y así dejar tu plato decorado con un verdor saludable…

Por supuesto, se tiene ciertas licencias. El postre imperdonable para todo quiteño será el deseado milhojas que según mis observaciones, es el favorito de todos. Ese puedes comértelo todo y no habrá problema. Es el último de los postres que yo escogería, tomando en cuenta que amo los dulces…

Increíble, el almuerzo terminó y al menos en mi mesa, si había un concurso de quién comía más, ganaba yo. Todos se levantaron para acercarse a la mesa de café con la intención de “bajar la comida”. Yo pedí un agua aromática, una solitaria y absolutamente impopular bolsita de manzanilla…

3 comentarios:

Unknown dijo...

que looooco lo que escribes oye.... foooocaaazo!!!!!
jajajajajajajajajajaa
te voy a extrañar...

Unknown dijo...

Lo del argot tienes razón. Y yo peco de abusar del argot :s

Autómata dijo...

jaja el argot el argot, la verdad es que uno debe saber manejarse sin ser falso, osea con los panas hablar como a uno se le venga en gana y en ambiente laboral evitar cosas como esas....saludos..