Ídolo

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Morrissey

viernes, octubre 30, 2009

la vida es linda, dicen

Estoy sentada viendo el desfile. Camina ella con la cara de acné y la sonrisa de la belleza porfiada. Una capa de base no es suficiente para detener la tristeza. Los parlantes me quitan equilibrio y me pongo papel higiénico en los oídos. En la tarde Carolina comía lo mismo que yo y se quejaba de lo mismo que yo, pero no era lo mismo. Porque yo me senté en la mesa de todos y miré a una señora, a una muchacha, a una beata, a una mujer con la bragueta abierta sentada a mi lado, que comía lo mismo que yo, un asqueroso combo de Mac Donalds. Y entonces me fijé: era Carolina. Y cómo es posible tanta decepción inodora, cómo es posible cagar sin olor, me pregunto. Porque en un segundo le conté que el sosiego había partido sin llanto y que yo me había quedado raspando la puerta como mi perro. Que la señorita de negro, que fue señora por unos días, semanas o meses, estaba llorando y gritando a 4 grados, arriba, al norte, sola-sola, y ninguna de nosotras estábamos allí para abrazarla y decirle que la vida a veces puede ser más linda que eso. Y yo que sigo en el desfile, mientras los besos en el cachete se vuelven esterilizantes y ya no tengo miedo de la gripe.

Recogí a un cachorro enfermo en la calle. Lloraba desesperado y me lo llevé a la casa. Cagó y meó por todos lados, como en el desfile, y tuve que limpiarlo todo con mis manos y con las huellas de mi perro blanco, desperado por ser el único en mi vida. Entonces mierda y meados, bacterias y virus. Albergue de perros. ¿Dónde lo encontró? En la calle. ¿Por qué no se lo queda usted? Porque no puedo tenerlo ¿Pero no tiene algún amigo, conocido o familiar que quiera quedárselo? No, no tengo ¿Está segura? Sí. ¿No tiene a nadie? No tengo a nadie. ¿Es usted de aquí? Sí. ¿Tiene algún documento de identidad? Sí, cédula. Espere un momento.

El perro moqueaba en mi bolso, sobre mis manos, sobre mis brazos y me miraba con ojos de pronta muerte. Vaya a sacar una copia de su cédula. Ok. ¿Quiere hacer una donación? Mmm bueno, lo que tenga, 20 dólares... ah no, sólo tengo diez. Bueno, le hago su factura. (...). El cachorro está enfermo, quizás tenga moquillo. ¿Va a morir? Tal vez, si es la fase temprana puede salvarse. Ah qué bueno. ¿Ha tenido diarrea? Mmmm sí. Uy eso es complicado.

Salgo sin mirar atrás.

El desfile continua y veo disfraces de luces apagadas. No te sorprendas de verme aquí, si nos vemos todos los días en los mismos lugares, con la misma gente,las mismas bebidas, los mismos trapos. Alguien me pregunta si hablo inglés. Sí, como idiota, con un acento gringo mal pronunciado, con palabras inventadas, con impotencia silabar, pero sí, hablo. ¿Qué dónde hay un café net? ¿A esta hora? ¿Y para qué chuchas quieres un café net a la una de la mañana? Qué me importa a mí eso, por eso no lo pregunté y di todas las señas amablemente. Es bonita esta ciudad, me gusta, nunca me imaginé que sería así. ¿En serio? Yo nunca imaginé nada. Se parece a Madrid. Y aquí la respuesta más badulaque que pude haber dado: ah es que somos mitad españoles. Tenía ganas de escupirme a mi misma cuando salió de mi la siguiente parte de mi frase: y mitad indios. ¡Guaj! ¡Qué asco! ¿Cómo pude responder eso? Respuesta a ninguna pregunta, además. No somos mitad nada, no somos esos panes mestizos que tienen mitad harina blanca, mitad centeno. No importa, era un ruso exotizando, le daba igual. Me llamo Alexei. Claro, típico. ¿Cómo típico? Y entonces, mi risita sarcástica estaba totalmente fuera de lugar, porque no podía ponerme a explicar -además en inglés- que por estas tierras unos comunistas sesenteros, setenteros, ochenteros, quisieron llamar a sus hijos con nombres de la nueva madre patria y así asomaron los Alexeis, los Sergeis, los populares Lenins, los menos aceptados pero no menos populares Stalins, los Vladimires, y los sutiles Ivanes. No, me callé y sólo dije, ah es un típico nombre Ruso. Un Pepito más. Como todos, como las 400 almas.

Es hora de irse. Y no hay respuesta a nada. Los mensajes quedaron muertos, porque no sabemos que adjetivo nos ajusta, pero hay que ajustarse a algo. Y hay que dar aunque es difícil. Y no tengo idea de qué es lo que hay que dar, pero los mejores deseos -como en una fiesta de cumpleaños que nunca se celebró- se quedan pastando arena. "La felicidad nunca hizo feliz a nadie". Ya no recuerdo de quién es esa cita.

Alguien se perfumó, yo busco mis antihistamínicos.

1 comentario:

Paola Calahorrano dijo...

Sé que ta ha dolido casi como a mí. Leyendo esto lo sentí. Que esto sirva de ejemplo para no dejar de estar...ahí aunque lejos y con frío en los pensamientos de quienes caminan en la misma corriente.