Ídolo

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Morrissey

miércoles, mayo 07, 2008

Otro

Cuanta pereza me da a veces la gente. Los miro con sus caras de nada, con sus vidas impasibles. Teniendo hijos. Pariendo una y otra vez. Juntándose unos con otros. Pagando cuentas y sonrisas. Siendo. Los miro una y otra vez y quiero participar del simulacro. Pero no puedo, porque no he ido adiestrada en las artes del buen vivir. No sé cómo se vive. No se vivir. Facturas hecho añicos en el cajón del velador. Deudas minúsculas de las que no hablo por temor al ridículo. Un delito idiota rondándome. Evadiendo impuestos igual de insignificantes. La cárcel. El miedo racional. O quizás yo esté mal y 500 dólares sí signifiquen mucho. Para mí sí.

Y cuando recuerdo a esos amigos que están fuera o a destiempo, no me consuelo. Porque no están en nada. Al igual que yo. Entonces nos vamos juntando entre desposeídos y formamos clanes apologéticos que casi convencen en su misión de ser la antítesis de la veracidad. Y aún así se sobreentiende que ser el otro, el antagonista, es una enmienda social erigida sobre la regularidad. La necesaria presencia del otro. Y sin embargo toda esa gente se rompe en cada esquina y ni siquiera lo sabe. Los que me aburren y los que no. Quizás unos más que otros. Pero de lo que si estoy segura es de que nadie se rompe tanto como yo. Y eso es arbitrario y engañoso, pero es.

Ser una eterna reconstrucción de algo más, no es agradable. Siempre se comete errores en la recomposición, a veces para bien, a veces para mal. Hoy no sé por ejemplo, si el dedo meñique izquierdo, en realidad pertenecía a mi mano derecha. Pero nadie lo ha notado hasta ahora porque todos están preocupados en poner cada cosa en su lugar. Nadie tiene tiempo para reparar en los pequeños errores de autenticidad. Te das cuenta de que existe la artificialidad cuando el artificio pasa por la conciencia. Mientras se es irresponsable, se es genuino.

Por eso tengo pereza ajena. Porque no encuentro más que cáscaras de huevo pretendiendo ser abono. Siguen reproduciéndose como huevos estériles. Y nadie sabe cómo lo hacen. Porque no hay plata. No hay comida. No hay sitio. No hay más calles. Habrá que hacer puentes elevados y engañar a Dios para que no nos castigue por nuestro atrevimiento. Pero aún la gente sigue juntándose y entonces aumenta el parque automotor. El sector inmobiliario reverdece. Y la ciudad se convierte en un fortín de torres ojivales. Gris y oscuro asfalto que dejó de atrapar rayos de sol.

1 comentario:

Antonieta dijo...

Para que lo marginal se instale creo que necesita de límites, límites dictados por el otro seguramente. Lo marginal creo que no sólo está fuera del establishment, de la casa, los hijos y las facturas. Estamos condenados a lo marginal,a la alienación, a siempre estar fuera de lo que creemos ser, "debemos" ser o decimos ser.

Me gustan muchas cosas de tu blog

saludos