Dejemos que las aguas sigan su curso. O cambiar el curso, o aguantarse las elecciones. Monólogos interminables de madrugada. Noche de humareda y puro, ventilando por la ventana lo único que queda a las tres de la mañana: las historias privadas. Ayer fui un personaje de Stand Up Comedy, sacamos al comediante del bar de la esquina de mi casa y lo llevamos a la casa de un amigo a continuar la verborrea. Antes había llegado tarde al bar, con el monólogo ya empezado y todos me miraron como la impertinente.
Alguien dijo mi nombre. Me senté y lo demás fue escuchar el ingenio cotidiano vuelto parodia. Fue una gran sorpresa reírme a carcajada seguida, y bastante refrescante encontrar una comedia simple y desenvuelta. Iliá Endara es un comediante a tiempo completo. Lo supe cuando se excusó de seguir con la fiesta en la casa de mi amigo: Mañana tengo que trabajar. ¡Pero si tú no trabajas! Claro que trabajo. Trabajo en esto, tengo que levantarme temprano a preparar shows ¿Y qué haces aparte de esto? Nada, hago esto. ¿Y antes de esto qué hacías? Nada, intenté estudiar un par de cosas pero no se me dio.
Él vive de la comedia, me quedó claro. Pero hasta ahora no entiendo cómo lo hace. Y cuando dije que me encantaría poder dedicarme cien por ciento a lo mío, él me respondió: eso es besar sapos. En busca del príncipe, claro. Esto por supuesto tiene un amplio contexto dentro de la conversación de las postrimerías de nuestra reunión, cuando ya habían clausurado el local dos asistentes. Uno borracho hasta el tuétano y otro blanqueado por no conocer su cuerpo (esto también se dijo con su respectiva broma física). Para esos momentos ya se había ventilado una parte de mi historia, la cual yo casi desconocía a detalle y que fue fielmente relatada por mi amigo, el dueño de la casa, que era mi ex, y que se la contaba a los asistentes, entre ellos, su actual novia. Una situación medio insidiosa y hasta pérfida, si se la quisiera ver con ojos retorcidos. Para mí, era natural, hasta cierto punto, hasta ciertos momentos en los que se descarrilaba mi tren de palabras y ya no sabía lo que decía, no producto del alcohol (soy abstemia) sino de la luna, según yo. La verdad llega un punto en la madrugada en la que las palabras navegan solas y se rebelan, dejo de domarlas y se van abriendo paso en mi boca a patadas. Me levanto entonces y digo: no me hagan caso, pero si me ven hablando así (y señalo al muchacho bisexual que se había blanqueado por mezclar mal el alcohol con marihuana) denme un golpe, por favor. Porque en efecto, suelo, a veces, ser bastante impertinente y voy perdiendo la perspectiva de lo ordinario y entonces empiezan a decirme que me llama la sartén, de tanta crudeza que sale de mi boca. Carne cruda.
Pero entonces yo no pude parar la horda de relatos. Y él, mi amigo, mi ex, empezó a narrar la historia de cuando nos conocimos, con tanta claridad de detalles, que me quedé muda. Había olvidado casi todo, pero él, emocionado, sabía cada segundo de nuestras primeras citas. Y entonces, ya borracho por supuesto, empezó a revelar algo que yo desconocía: que gracias a mí él había salido del ostracismo en el que estaba sumido, que yo había abierto su capullo, que ahora era mejor persona y mil cosas más. Fue muy emotivo para mí escucharle decir esto, aunque el ambiente no era el mejor (tragos, humo, borrachos, bostezos, ojos rojos) pero a la vez sí lo era, pues se trataba de confesiones de madrugada. De madrugadas de noches larguísimas y de búsquedas infinitas. Él ahora buscaba respuestas a un amor del pasado, el de otra chica que había vuelto a su vida (no yo) y que era curiosamente la que lo había dejado en la escafandra, en el limbo del no. Las respuestas quedaron en el aire, mientras ella, su nueva novia, pareja, amiga, escuchaba todo y dejaba al destino el desatino. Había que despedirse ya, las piernas empezaban a temblar. Una noche más que atascaba los sentidos.
Alguien dijo mi nombre. Me senté y lo demás fue escuchar el ingenio cotidiano vuelto parodia. Fue una gran sorpresa reírme a carcajada seguida, y bastante refrescante encontrar una comedia simple y desenvuelta. Iliá Endara es un comediante a tiempo completo. Lo supe cuando se excusó de seguir con la fiesta en la casa de mi amigo: Mañana tengo que trabajar. ¡Pero si tú no trabajas! Claro que trabajo. Trabajo en esto, tengo que levantarme temprano a preparar shows ¿Y qué haces aparte de esto? Nada, hago esto. ¿Y antes de esto qué hacías? Nada, intenté estudiar un par de cosas pero no se me dio.
Él vive de la comedia, me quedó claro. Pero hasta ahora no entiendo cómo lo hace. Y cuando dije que me encantaría poder dedicarme cien por ciento a lo mío, él me respondió: eso es besar sapos. En busca del príncipe, claro. Esto por supuesto tiene un amplio contexto dentro de la conversación de las postrimerías de nuestra reunión, cuando ya habían clausurado el local dos asistentes. Uno borracho hasta el tuétano y otro blanqueado por no conocer su cuerpo (esto también se dijo con su respectiva broma física). Para esos momentos ya se había ventilado una parte de mi historia, la cual yo casi desconocía a detalle y que fue fielmente relatada por mi amigo, el dueño de la casa, que era mi ex, y que se la contaba a los asistentes, entre ellos, su actual novia. Una situación medio insidiosa y hasta pérfida, si se la quisiera ver con ojos retorcidos. Para mí, era natural, hasta cierto punto, hasta ciertos momentos en los que se descarrilaba mi tren de palabras y ya no sabía lo que decía, no producto del alcohol (soy abstemia) sino de la luna, según yo. La verdad llega un punto en la madrugada en la que las palabras navegan solas y se rebelan, dejo de domarlas y se van abriendo paso en mi boca a patadas. Me levanto entonces y digo: no me hagan caso, pero si me ven hablando así (y señalo al muchacho bisexual que se había blanqueado por mezclar mal el alcohol con marihuana) denme un golpe, por favor. Porque en efecto, suelo, a veces, ser bastante impertinente y voy perdiendo la perspectiva de lo ordinario y entonces empiezan a decirme que me llama la sartén, de tanta crudeza que sale de mi boca. Carne cruda.
Pero entonces yo no pude parar la horda de relatos. Y él, mi amigo, mi ex, empezó a narrar la historia de cuando nos conocimos, con tanta claridad de detalles, que me quedé muda. Había olvidado casi todo, pero él, emocionado, sabía cada segundo de nuestras primeras citas. Y entonces, ya borracho por supuesto, empezó a revelar algo que yo desconocía: que gracias a mí él había salido del ostracismo en el que estaba sumido, que yo había abierto su capullo, que ahora era mejor persona y mil cosas más. Fue muy emotivo para mí escucharle decir esto, aunque el ambiente no era el mejor (tragos, humo, borrachos, bostezos, ojos rojos) pero a la vez sí lo era, pues se trataba de confesiones de madrugada. De madrugadas de noches larguísimas y de búsquedas infinitas. Él ahora buscaba respuestas a un amor del pasado, el de otra chica que había vuelto a su vida (no yo) y que era curiosamente la que lo había dejado en la escafandra, en el limbo del no. Las respuestas quedaron en el aire, mientras ella, su nueva novia, pareja, amiga, escuchaba todo y dejaba al destino el desatino. Había que despedirse ya, las piernas empezaban a temblar. Una noche más que atascaba los sentidos.
1 comentario:
Sé de alguien que dice: "segundas partes, nunca fueron buenas..."
pero qué nudo en la garganta, que impotencia, que mudo el pasar de las horas.
tiempo cruel, tiempo coqueto.
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