No hay nada peor que la trombosis anímica. Oclusión espiritual. Ingrid Betancourt intentó escapar cinco veces. Las cinco fue descubierta y castigada, pero está viva. ¿Eso es lo que importa? ¿Qué clase de vida se puede tener siendo cautivo de un grupo armado durante cinco años? Ingrid se activa dentro de la cenagosa realidad leyendo los periódicos, escribiendo y haciendo ejercicio. Pero dentro del cautiverio, ¿Qué valor tienen estas acciones? ¿A dónde conducen? A ninguna parte, todos lo sabemos. La bicicleta estática.
Las acciones estancadas del cautivo se orientan hacia la salvación de su alma, a evitar precisamente esa trombosis que no deja circular la vida, aunque sea simbólicamente. Pero eso no es suficiente para conseguir “calidad de vida”, eso es supervivencia pura.
Entonces los artilugios seudo materiales se convierten en herramientas de instigación. Una huída desesperada casi nunca conduce al éxito. Un plan estratégico, mesurado, discreto, despojado de cualquier emoción o arrebato podría garantizar un éxito. Podría. A menos que el destino infalible destruya la potestad del hombre y con un giro ridículo e inesperado, haga fracasar lo infracasable. Trelew, un impecable documental de Mariana Arruti, presentado en la última edición de los EDOC, es la muestra de ello.
En Trelew asistimos a un thriller político que en clave de suspenso nos narra en voces de actores e implicados, la planificación del escape de la cárcel de Rawson, al sur de Argentina en 1972. Ciento veinte presos políticos amortiguando el encierro, matando el estancamiento con la promesa de la libertad. Promesa activa, por demás, ya que cada uno tenía una función específica para que cual engranajes de una gran máquina, la huída se consolidase como un ente multípodo. Una unidad de cientos de brazos que, ya sea cavando un túnel y llevando la tierra en los bolsillos, construyendo armas de madera, filtrándose en diversos compartimentos, armando fiestas falsas para despistar, logró casi llevar a cabo el escape perfecto.
Casi. Un error humano bastó para que todo el aparataje se desbaratara en segundos. La noche de la huída, todo salió según el plan. Lograron tomarse los puestos de vigilancia, atacando a los soldados en principio con un arma falsa y en adelante tomando sus trajes y armas, hasta avanzar al siguiente. Al mejor estilo Hollywood tenían un avión esperándolos en el aeropuerto, y varios camiones esperando afuera que los llevarían hacia la libertad en tierras chilenas. Allende ayudó por supuesto. Sin embargo, el jefe de los camiones interpreta mal la señal (un pañuelo agitándose en una ventana) y piensa que abortaron la misión. Los camiones se retiran ante la incrédula mirada de esos más de cien que salían en fila…
En fin, no existen fórmulas. En este caso, acciones por demás orientadas y con garantía de éxito condujeron a nada. O peor, a una matanza, puesto que algunos dirigentes lograron salir, pero he ahí que la fatalidad hizo que diecinueve no llegaran a tiempo y el avión debió partir sin ellos. Por más de que el estado iba a garantizar su integridad fueron fusilados sin miramientos.
Algo similar es lo que se teme con el caso de John Franck Pinchao, quien logró escapar de las FARC después de vagar por la selva durante diecisiete días. Su testimonio es ansiado pero a la vez temido por las familias de los secuestrados, quienes temen que un intento de búsqueda termine con la vida de sus parientes cautivos. La amenaza es de muerte sin miramientos.
Entonces, el riesgo del escape, de la oxigenación de esas aguas estancadas en donde se desarrolla esa no vida, es enorme y por lo tanto la ambivalencia del impulso de huída lo convierte en un gesto heroico. Y no me refiero al héroe que da su vida por una causa, sino el hecho de la autosalvación contiene un componente sobrehumano que hace que la simple supervivencia y la creatividad en medio de la resignación, se queden cortas. A qué me refiero con eso. Conocido por muchos es que las situaciones extremas hacen que se despierte un sentido quizás dormido en instancias normales. El momento en donde lo innecesario se vuelve menester. La creatividad del preso, por ejemplo no tiene límites, incluso es material para investigación socio/artística (conozco algunos amigos que se dedican a ello). Sin embargo, como dije anteriormente, esto llega a convertirse en simples alicientes para atenuar la paralización y crear acciones figuradas que proyecten la ilusión de movimiento. Como en el cine. No es la vida, no es una proyección en pequeño de la misma. Es una nada desértica rellenada con símbolos materializados de lo que significa la libertad.
Por ello la búsqueda de la libertad es la ruptura con ese enfangonamiento y el riesgo que esto implica es un acto de auto heroicidad que se despega aún del sentido común, puesto que aunque haya grandes posibilidades de éxito, se sabe que se está poniendo en juego la vida. El mundo puesto en dos extremos, esa vida polarizada que siempre nos negamos a vivirla. La ambivalencia en su estado puro con solo dos posibilidades extremas: el éxito o el fracaso.
¿Qué podría hacernos desistir de nuestros planes en el punto mismo de la desesperación borderline?
Clara Rojas, compañera de fórmula de Ingrid Betancourt en las elecciones, tiene un hijo de uno de sus captores. No se habla mucho de ello, los medios no le han dado mayor protagonismo. Es un tema delicado, no existe mayor información acerca de ello. No se sabe quién es el padre y la teoría del Síndrome de Estocolmo en los campos de secuestrados de las FARC, pierde peso al revelarse la mecánica de las relaciones humanas allí dentro. Allí las cosas no distarían mucho de un acercamiento normal, aunque claro, con algunas reglas a seguir.
Las motivaciones de Clara Rojas habrán cambiado, con un hijo en brazos, la huída se ve lejana. Hay otras prioridades como proteger la vida del pequeño. En fin, quizás por ello es que no se han hablado de los intentos de huida de Rojas, si es que los ha tenido.
Este es un caso en el que el yo traspasó la barrera del otro. Ya no es mi vida, ya no es mi sangre la que se derramará. Es la de otro ser, y qué más aferrador que un hijo. Clara no puede huir porque su hijo se debe a ella y ella a él, más aún en esas condiciones.
Las acciones estancadas del cautivo se orientan hacia la salvación de su alma, a evitar precisamente esa trombosis que no deja circular la vida, aunque sea simbólicamente. Pero eso no es suficiente para conseguir “calidad de vida”, eso es supervivencia pura.
Entonces los artilugios seudo materiales se convierten en herramientas de instigación. Una huída desesperada casi nunca conduce al éxito. Un plan estratégico, mesurado, discreto, despojado de cualquier emoción o arrebato podría garantizar un éxito. Podría. A menos que el destino infalible destruya la potestad del hombre y con un giro ridículo e inesperado, haga fracasar lo infracasable. Trelew, un impecable documental de Mariana Arruti, presentado en la última edición de los EDOC, es la muestra de ello.
En Trelew asistimos a un thriller político que en clave de suspenso nos narra en voces de actores e implicados, la planificación del escape de la cárcel de Rawson, al sur de Argentina en 1972. Ciento veinte presos políticos amortiguando el encierro, matando el estancamiento con la promesa de la libertad. Promesa activa, por demás, ya que cada uno tenía una función específica para que cual engranajes de una gran máquina, la huída se consolidase como un ente multípodo. Una unidad de cientos de brazos que, ya sea cavando un túnel y llevando la tierra en los bolsillos, construyendo armas de madera, filtrándose en diversos compartimentos, armando fiestas falsas para despistar, logró casi llevar a cabo el escape perfecto.
Casi. Un error humano bastó para que todo el aparataje se desbaratara en segundos. La noche de la huída, todo salió según el plan. Lograron tomarse los puestos de vigilancia, atacando a los soldados en principio con un arma falsa y en adelante tomando sus trajes y armas, hasta avanzar al siguiente. Al mejor estilo Hollywood tenían un avión esperándolos en el aeropuerto, y varios camiones esperando afuera que los llevarían hacia la libertad en tierras chilenas. Allende ayudó por supuesto. Sin embargo, el jefe de los camiones interpreta mal la señal (un pañuelo agitándose en una ventana) y piensa que abortaron la misión. Los camiones se retiran ante la incrédula mirada de esos más de cien que salían en fila…
En fin, no existen fórmulas. En este caso, acciones por demás orientadas y con garantía de éxito condujeron a nada. O peor, a una matanza, puesto que algunos dirigentes lograron salir, pero he ahí que la fatalidad hizo que diecinueve no llegaran a tiempo y el avión debió partir sin ellos. Por más de que el estado iba a garantizar su integridad fueron fusilados sin miramientos.
Algo similar es lo que se teme con el caso de John Franck Pinchao, quien logró escapar de las FARC después de vagar por la selva durante diecisiete días. Su testimonio es ansiado pero a la vez temido por las familias de los secuestrados, quienes temen que un intento de búsqueda termine con la vida de sus parientes cautivos. La amenaza es de muerte sin miramientos.
Entonces, el riesgo del escape, de la oxigenación de esas aguas estancadas en donde se desarrolla esa no vida, es enorme y por lo tanto la ambivalencia del impulso de huída lo convierte en un gesto heroico. Y no me refiero al héroe que da su vida por una causa, sino el hecho de la autosalvación contiene un componente sobrehumano que hace que la simple supervivencia y la creatividad en medio de la resignación, se queden cortas. A qué me refiero con eso. Conocido por muchos es que las situaciones extremas hacen que se despierte un sentido quizás dormido en instancias normales. El momento en donde lo innecesario se vuelve menester. La creatividad del preso, por ejemplo no tiene límites, incluso es material para investigación socio/artística (conozco algunos amigos que se dedican a ello). Sin embargo, como dije anteriormente, esto llega a convertirse en simples alicientes para atenuar la paralización y crear acciones figuradas que proyecten la ilusión de movimiento. Como en el cine. No es la vida, no es una proyección en pequeño de la misma. Es una nada desértica rellenada con símbolos materializados de lo que significa la libertad.
Por ello la búsqueda de la libertad es la ruptura con ese enfangonamiento y el riesgo que esto implica es un acto de auto heroicidad que se despega aún del sentido común, puesto que aunque haya grandes posibilidades de éxito, se sabe que se está poniendo en juego la vida. El mundo puesto en dos extremos, esa vida polarizada que siempre nos negamos a vivirla. La ambivalencia en su estado puro con solo dos posibilidades extremas: el éxito o el fracaso.
¿Qué podría hacernos desistir de nuestros planes en el punto mismo de la desesperación borderline?
Clara Rojas, compañera de fórmula de Ingrid Betancourt en las elecciones, tiene un hijo de uno de sus captores. No se habla mucho de ello, los medios no le han dado mayor protagonismo. Es un tema delicado, no existe mayor información acerca de ello. No se sabe quién es el padre y la teoría del Síndrome de Estocolmo en los campos de secuestrados de las FARC, pierde peso al revelarse la mecánica de las relaciones humanas allí dentro. Allí las cosas no distarían mucho de un acercamiento normal, aunque claro, con algunas reglas a seguir.
Las motivaciones de Clara Rojas habrán cambiado, con un hijo en brazos, la huída se ve lejana. Hay otras prioridades como proteger la vida del pequeño. En fin, quizás por ello es que no se han hablado de los intentos de huida de Rojas, si es que los ha tenido.
Este es un caso en el que el yo traspasó la barrera del otro. Ya no es mi vida, ya no es mi sangre la que se derramará. Es la de otro ser, y qué más aferrador que un hijo. Clara no puede huir porque su hijo se debe a ella y ella a él, más aún en esas condiciones.
En el riesgo de la huída uno se debe batir con la cobardía. En el extremo del precipicio aún hay algo que nos jala hacia el otro lado. Pero la inanición del alma que perece en esa estructura a escala de una vida fantasmagórica es suficiente para levantarse un día más y planear por sexta vez el escape…
3 comentarios:
te imaginas el Sindrome de estocolmo que puede provocar 5 años con sus captores?
Creo que le síndrome no se da en sí con los captores, en el caso de los secuestrados con las FARC, sino con el medio, con el entorno social que se forma, ya que según tengo entendido, la gente que los vigila va rotando. Estos campos se convierten en pequeñas sociedades suspendidas el el tiempo.
También vi el docu argentino en los EDOC. Me gustó mucho. Sobre todo ese aire alegre que se vierte sobre el final de la tragedia. Es la hermosura de lo irónico.
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