Recuerdo la primera hoguera. Quizás fue la última. Tenía diecinueve años, una carrera botada en el primer semestre y una firma escurridiza que deseaba obtener, con pena claro. La primera hoguera fue en el patio de mi casa y tenía desde ropa hasta cosas de plástico, por eso era altamente tóxica y me hizo toser durante horas. Pero no me alejé de ella hasta que se apagase completamente. Y se apagó de hecho. No me convertí en el lado miserable y salí golpeada en busca de nuevas futuras hogueras.
Las siguientes hogueras nunca encendieron, quizás porque no acumulé material inflamable o puede ser que no haya tenido la necesidad de deshacerme de él. O tal vez no hubo despliegue romántico y las evidencias fueron eliminadas antes de que el perito llegase. Bueno, hubo otra vez una hoguera que fue un intermezzo. Fue necesaria para el alivio pertinente, y la celebramos en la terraza de un novio que tuve. Sólo fueron libros, qué pecado. Pero ni modo, había que deshacerse de la herejía. Ni Bradbury habría podido retratarme mejor.
Luego vinieron tiempos con demasiado viento, tan buenos para aprovecharlos y descontaminar el ambiente a punta de generar energía eólica. Pero en fin, nadie lo hizo, así que la contaminación quedó y el aire irrespirable de la ciudad terminó por ahogarlos vivos. Es terriblemente tétrico ver a esas momias petrificadas aún exhibiéndose por ahí. Muertas, sí, pero presentes. Como un museo de vestigios arqueológicos. Nunca fueron alcanzados por el fuego pero murieron de paro respiratorio. O intoxicados con el humo y la atmósfera envenenada. Quel domage!
Todas las hogueras y las posibles hogueras anteriores, me salvaron del patetismo. O por lo menos lo intentaron, y al pasar las semanas o los meses cumplieron su cometido. Borrar. Pero aún estaban rozando con aquella temporalidad inmaterial que es la que preocupa. No tuvieron filtro virtual, pero casi. Por ahí hay cientos de mails atrapados en bytes que se niegan a desaparecer por su negación implícita que parte de mí misma. De un simple Delete. De cómo el poder orgánico del fuego puede ser reemplazado con un click insípido, el cual además jamás podrá cumplir las funciones reales de la hoguera.
Lo que pasa es que siempre hemos pensado que las decisiones costarían más que una simple pulsación de un mouse. Demasiado facilismo en la vida contemporánea. Ya no tenemos que rompernos el coco, un botón tiene la respuesta. Pero, ¿En realidad la tendrá? Esa es la pregunta. No lo creo. Es un aliciente farsante de la voluntad. La decisión perpetua e irrevocable se toma en el plano de la acción real. Sentarse frente a una fogata sí que es una acción real. Decidir hacerlo, tomar el material y depositarlo en el fuego no es un acto simbólico. Es un acto. Hacer un click es un simbolismo filtrado, es un artificio simplón del olvido.
4 comentarios:
Hogueras... en cada closet y casa cuerto es una potencial hoguera del alma...
Imagínate lo que dirán las generaciones futuras: "¿Te acuerdas cuando teníamos que hacer un click para borrar todo lo indeseable? Ahora ni siquiera eso, basta desearlo y desaparece, qué va a ser, ya no hay ninguna acción física ligada, ni siquiera un mero simbolismo". O, quién sabe, a lo mejor volvemos a las raíces.
Ludovico,
Los cuartos y las casas, las ciudades y las calles son museos de muertos. Son cementerios con urnas de cristal.
Hiscariotte,
Creo que es necesario retomar algún origen. Hay que cobrar sustancia y materializarse de alguna manera.
hola, primera vez q entro a tu blog, me parece muy interesante lo que planteas.
saludos,
Ni
http://whateverwave.blogspot.com/
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