Un día tuve que besarme con una chica. La besé y en frente de diez personas. Todos lo disfrutaron y hasta les pareció bonito. Habremos repetido la escena unas tres veces, quizás cuatro. No había luz natural -era denoche- ni artificial, así que abrieron el diafragma de la cámara lo más que se pudo y las imágenes resultaron granuladas, indefinidas y lentas. Las ví solo una vez más y al hacerlo, pensé: No estuvo tan mal.
Ese día decidí que besarse con una chica por opciones laborales o creativas era infinitamente más aliviante que hacerlo con un hombre que no nos levanta ni un solo pelo. Sin embargo, al pasar el tiempo, los meses para ser más exactos, supe que los besos pueden llegar a ser arena. Arena húmeda dentro de la ropa, pegada a tu piel con bronceador. Una ducha taponada con arena. ¿Cómo puede uno deshacerse de esa arena infinita que parece copular y reproducirse sobre la piel de uno? La única manera es alejarse de la playa, regresar a la sierra, fría y seca, y dejar pasar los días hasta que la llacta disuelva los gránulos mínimos de ese mineral reacio.
Limpieza total. Porque los verdaderos actos de magia toman tiempo. No vaya ser que ese cuerpo mutilado dentro de la caja de mago reaparezca después de siglos y no solo dentro de las pesadillas, sino detrás de la ventana, cantando. Terrorífico ¿No? Ese es el precio que tenemos que pagar por usar la fácil y práctica varita mágica. Porque todo lo que desaparece de la noche a la mañana a algún lugar tendrá que ir... Y que por favor que ese lugar no sea debajo de la cama.
Ah, ni modo. Quizás deba regresar al relato de la chica que besé. Bueno, los días subsiguientes besé a unos tres o cuatro. No sé por qué fueron tantos, simplemente aparecieron. Todos me gustaron menos uno, ese que llegó con plantas en los bolsillos. Lo miré y me dije: Oh oh... No me gusta, y ahora qué hago. Hablaba torpemente y tuve que besarle aunque le hallaba defectos hasta dos metros a la redonda. Si había una silla cerca, la silla era fea entonces. Para respirar debía entonces localizarme a dos metros de su ser, puesto que su simple exhalación eviciaba el aire. Actos reflejo. ¿Programación neurolingüística?
Luego llegaron contingentes de arena, con agua de mar y todo. Los traía otro hombre sin ojos que besé pocas veces y luego no supe qué hacer con su equipaje. Cuando quise hablar con él, noté que no se movía y que sus miembros estaban rígidos. Tenía una expresión de nada en su cara. Así que lo empuje suavemente para ver si reaccionaba y para mi consternación , en ese preciso instante se desmoronó ante mí como un castillo de arena seco.
Como sea, hubo que sacudirse un poco y botar la arena. Agua bendita de cascada. Prestidigitación detrás de un velo de espuma blanca. Oh que redundancia, si la espuma es siempre blanca. La natural claro.
Ahora queda sólo tronar los dedos y esperar a ver qué pasa...