Ídolo

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Morrissey

domingo, octubre 05, 2008

Despedida de soltera




Ayer vi por primera vez un streaper. Era canela y musculoso. Cabello largo, rizado y bonita nariz. Estuvo anunciado por mi amiga Ana, como el streaper nº 1 del Ecuador. O de Quito. Y por supuesto es colombiano.


Horas antes nos perdimos por la ciudad tratando de encontrar un sex shop, guiadas por una dirección mal dada. Una hora después encontramos el local y estaba cerrado. Nunca he entrado a un sex shop porque, debo admitirlo, tengo vergüenza. Además siempre atienden hombres y me sentiría insegura de curiosear penes eléctricos y juguetes sexuales como bolitas para el ano, frente a un dependiente sospechosamente masculino.


(Miento: Una vez entré a un sex shop en Alemania, acabo de recordarlo. Y otra vez a uno de medio pelo en el centro comercial vintage, el Espiral. Ese lugar apestaba, me dio asco y salí sin ver nada.)


Nunca he usado juguetes sexuales, aunque la sugerencia de compartir un trío con ellos ha salido más de una vez. No de mi parte. Yo, como dijo ayer Ana, no soy experimental sino clásica. O aburrida, quién sabe. No sabía lo que era un hombre meneando el trasero en la cara de uno hasta ayer. No había conocido lo que era tocar un trasero musculoso y depilado (desconocido). Y el shock de la desnudez insultante del otro. Cuando ese otro es un showman que ha perdido todo pudor y toda vergüenza, y quien se lleva el platillo moralista es uno.


Paola ya se casó el civil, pero su despedida de soltera estaba justificada por la ausencia del matrimonio que para sus padres es el que vale: el eclesiástico. Así que, tragos más, tragos menos, nos reunimos unas doce mujeres a vernos las caras, hablar de vergas grandes, chicas, gruesas, torcidas (sí, qué desagradable), y llegar a la triste y masoquista conclusión de que siempre que nos reunimos es para hablar de hombres. Enteros o por partes…


La noche avanzó entre chistes de sentido único: el sexual, y dinámicas de cumpleaños infantil pervertidas: el ‘póngale la cola al burro’, ya se podrán imaginar en que se convirtió. Tengo que decir que tampoco había asistido a una despedida de soltera, sin contar la de mi hermana –la de su primer matrimonio- que ya olvidé por completo, salvo la cara de nerd espantada de mi madre… (y eso que no hubo streapter).


Volviendo a la narración, después de quejarme unas dos horas, por fin cambiaron el reguetón y la música perdió su cauce. Ya no era nada, se convirtió una difusa selección timorata que recibía malas caras constantes de mi parte, hasta llegar a caer en la incongruencia melódica. Podía sonar Jerry Rivera seguido de Caifanes. Y a nadie parecía importarle.


El Geriátrico, Ana, María José y yo, bautizadas así desde que llegamos porque no íbamos a beber alcohol y además teníamos sueño, empezamos a sospechar que la ausencia de hombres convertiría la reunión en una fiesta trans. A las dos horas de llegar, luego de una poco discutida discusión en la que se sentó que los miembros viriles grandes y gruesos (de más de 18 cm) son los mejores, empezábamos a añorar barbas y brazos velludos, fibrosos. Sobre todo gruesos.


“¿Por qué te hiciste la loca el otro día en la librería?”, me decía ella con sus ojos impuntuales. “No me hice, sí te saludé”, le respondí. Así empezó. Su cara me asustó e inmediatamente intuí lo que se venía. Acoso lesbiánico. Ella, una chica poco atractiva que estaba un año más abajo que yo en la U, se había embriagado malignamente. Estaba desfigurada, y al más pudo estilo ‘borracho cargoso’, se acercó al geriátrico –que seguía discutiendo cuestiones de espesor y diámetro- para hacernos una descalabrada propuesta.


“Yo les meto estos cuatro dedos y van a ver que no necesitan de una verga”, repetía ella, penosa, escupidora y hasta bizca. Y mientras lo hacía, se acercaba y quería tocarnos, una por una, mientras todas, nerviosas, tratábamos de esquivarla de la manera más polite posible. Tal era su insistencia que incluso intentó a la fuerza poner sus dedos en nuestros agujeros cubiertos por pantalones resistentes. También trató de besarnos y puedo jurar que este ha sido el acoso sexual más fuerte que he recibido en mi vida. Fue una situación bastante destemplada.


Era necesario traer a un hombre lo más pronto posible para equilibrar las hormonas –entre bromas y en serio- así que Ana nos tranquilizó diciéndonos que el streaper colombiano Nº 1 del Ecuador, estaría en pocos minutos exhibiendo sus encantos. Llamadas por aquí, direcciones, sube por acá, entra por acá. ¡Triiiiin! Llegó. Todas nerviosas.


Chris entró vestido con una camiseta pegada, una camisa encima y un jean algo ajustado. Nuestro primer comentario: está guapo. Era voluminoso pero tenía un atractivo varonil –qué feo sonó eso-. Yo pensaba minutos antes: bancarme un streapter feo, no por favor. Él no llegó solo, su equipo (un ¿técnico? y otro streaper) prepararon el lugar mientras Chris se vestía. Luces de discoteca y música de bar gay anunciaron el comienzo del show.


A Paola, con risa nerviosa y gestos descolocados, la sentaron en una silla en medio de la sala. Chris salió, entre gritos y wooos, vestido de policía –un clásico- y empezó a bailar sensualmente a la homenajeada. Ella se veía algo asustada e incómoda, pero su aspaviento no le impidió, digamos, gozar. Agarró todo lo que él quiso, y bueno, bailes eróticos iban y venían. La ropa se iba no más. Yo sufría pensando en que, en cualquier momento vendría donde mí.


Pero, por supuesto, era algo que tenía que pasar. El turno de todas las demás llegó y cuando se dirigió a mi sector, (sinuoso, vientre, pectorales, piernas, trasero) Chris me bailó, se restregó y se me sentó encima. (Me helé y no pude tocarle). En su segundo acto me envolvió –lo hizo con todas- en una capa mientras me hacía tocarle sus nalgas, sus piernas y su vientre… Fue algo extraño, demasiado rápido y shockeante como para entenderlo. Pero finalmente la vergüenza y los nervios se fueron y bueno, pusimos dólares en su tanga… Porque era eso o pagar cuarenta dólares más para que bailase el segundo streaper, que no contratamos pero que lo habían llevado de yapa, por si acaso. Este no era tan guapo, así que decidimos la segunda opción que nos dio el técnico-manager.


El acto se acabó, no hubo desnudo completo (como me comentaron que otros sí lo hacen), los chicos repartieron tarjetas y se fueron. Nosotras nos quedamos unos segundos mudas, y bueno… decidimos irnos de farra. A bailar. La chica acosadora se había desparramado antes de que llegue el streaper y así se quedó hasta que nos fuimos. Inmóvil.


Hoy escucho Jarvis Cocker, Pulp, Travis, Manic Street Preachers, Franz Ferdinand, Suede y algunos más, y me río de la inconsistencia entre música y palabras. Porque nada tiene que ver con nada. Y aún trato de sostener una imagen, una idea, que proviene de otra banda sonora. Un audio sordo. Y me impulso. Suena I’m just came to tell you that i’m going, de Jarvis. Maravilloso.