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Morrissey

miércoles, junio 06, 2007

EGOCRACIA

Cuando el discurso se resuelve con un “según lo que yo creo” o un “yo opino”, podemos fácilmente concluir que estamos frente a un callejón sin salida. Hablo del ámbito político, en donde finalmente todo se reduce a una pugna de subjetividades producto del Ego. Y con este término no me refiero a la acepción popular del término, que según el diccionario de la real academia de la lengua, lo define como “exceso de autoestima”. Aludo a esa instancia psíquica, que según Freud es parcialmente conciente y controla la motilidad mediando los instintos del ello, los ideales del superyó y la realidad del mundo exterior.

Día a día escucho y veo programas de opinión, en los que invariablemente alguien termina haciendo valer su derecho de libre expresión a punta de parcializar el mundo en una visión personalista del escenario político o de la realidad nacional. Y esto no significa que llevar una postura considerada como errada o fuera de lugar, hasta las últimas consecuencias, sea algo traído de los cabellos. No lo es, y la respuesta está en el mismo derecho que se defiende. La libre expresión es un arma de doble filo que ha sido más que mal entendida, mal interpretada. La sinceridad y el desparpajo de la honestidad no son valores que se cultiven en sociedades como la nuestra, por lo tanto la responsabilidad está en un nivel de tono y no de ética. ¿A qué me refiero con esto? Por un lado tenemos este derecho que es supuestamente inviolable, pero por otro está el valor venido a menos de la verdad, tema del cual he hablado bastante en este blog.

Bajo la bandera del pluralismo se pueden esconder las canalladas más ruines. Pero, ¿Quién podría comprobar lo contrario, si cada cual tiene su punto y debe ser respetado? Si el presidente maltrata a la prensa y los acusa de mentirosos, tendenciosos y vendidos, ¿No está acaso en su derecho de decir lo que se le pegue la regalada gana? Hasta dónde y desde dónde los límites. Yo puedo salir a gritar a la calle barbaridades, defendiéndome detrás de mi libertad de expresión, y en teoría tendría derecho a hacerlo. Claro, la respuesta más fácil sería aquella que dice “mis derechos terminan donde comienzan los del otro”. Es decir, mientras no haga daño al prójimo, puedo decir lo que se me pegue la regalada gana (con guatita y todo). Qué postura tan ingenua, por favor, cada palabra es un dardo, cada verbo una esquirla de bomba, más aún en la política. Cuánta verborrea politiquera nos ha hecho daño como país, y los mismos medios que tanto se quejan ahora han dejado que pasen esos torrentes de demagogia, a veces sin filtro alguno. ¿Quién dice que la libertad de expresión no hace daño?

Es increíble como unos pocos (esos súper Yo que muchas veces sí le hacen honor al significado popular de la palabra Ego) manejan la estructura de pensamiento social, absolutamente maniqueísta. Siempre buscando nuevas polarizaciones que se ajusten al modelo mundial, pero que gracias al componente autóctono criollo parecerían salidos de aquí mismo. Cuando la división entre la izquierda y la derecha va mostrando líneas tenues e indefinidas, cuando los partidos tradicionales se van ahogando ven su agonía en la falta de líderes y el anacronismo de sus postulados, entonces nace una nueva pugna de poderes. Ego oficial versus ego mediático. Y ojo, que viéndolo así no sonaría tan complicado. Al bautizado “autócrata”, más se le escuchan sus palabras como berrinches de quién quiere tener la razón a patadas que como autoritarismos que vayan en a derivar en el tan temido régimen totalitario. Que no cunda el pánico (o que no panda el cúnico), ya que eso no va a pasar. Para aplicar medidas extremas es necesario llevar el contexto al borde. Si se quisiera eventualmente botar a Correa (lo cual dudo mucho), sería necesario dentro de esta lógica macabra, alentar el extremismo y el radicalismo Correísta, para justificar acciones de semejante peso. Ya lo vivimos con los botados anteriores, para qué explicar más.

Volviendo al tema, la verdadera complicación está en ese mismo pluralismo. En la heterogeneidad de pensamientos, ideales, intereses, necesidades, etc, que cada uno de los actores políticos y la sociedad en general, poseen. Cierto es que hay hilos conductores e intereses comunes, pero el universo del Yo imposibilita casi por naturaleza el consenso nacional. Es frustrante saber que en las esferas de poder el altruismo no existe. Que resulta más que obvio que, quien quiere gobernar un país algún tipo de ego desbordado tendrá para querer fajarse semejante responsabilidad. Que no necesariamente el político es aquel que se metió en el ruedo por plata, sino que, como el memorable Cuentero de Muisne, hay aquellos que lo hacen por la simple necesidad de alimentar un ego desnutrido por la falta de reconocimiento… Y muchos lo han logrado…

1 comentario:

Yanka dijo...

Buena reflexión. Gracias por compartir...