Ídolo

Ídolo
Morrissey

lunes, junio 30, 2008

Vestigios recientes

Estoy contenida en una novela. Eso me dice él mientras busca un beso oblicuo. Tendré que reconocerme para parafrasearme. He abandonado un poco este blog pero regreso hoy, verano falso, para decir que sigo encontrando poco agradable el cuadriculado, sin embargo, me ha servido para enterrar olvidos capitales.

He descubierto o más bien, redescubierto, mi antigua pasión por la ambigüedad. Me hallo frente a dos que tres Drags, los miro y quiero ser como ellos. Pero no me dejan. Tengo que ser un hombre. Y ahora, más que nunca, en el justo instante en el que deseo desbordar el absurdo femenino, sangrar mis hormonas, y destilar los llamados de natura hasta aspirar la pura esencia. Ese perfume inútil. Pero debo ser drag king. Y aún resulta atractivo.

Dos hombres besándose no está mal. Dos fuerzas iguales. El equilibrio homeostático y la pureza del deseo. Plumas de colores y collares gigantes, un hipérbaton de cuerpos, de muslos, caderas, pechos… la visión que descolora. Hay que desteñir el deseo, travestirlo de silencio.

Lo que hay que fingir y exacerbar es lo que no se tiene, pero también se puede redundar, y esa es otra forma de disfraz. Me repito cien veces al revés y soy un macho afeminado, algo marica, que quiere penetrar a otro. Débil y parco. Otro travestido de nada. Alimentando espíritus de policarbonato. Porque la vida está afuera, sin miedo al exotismo. Al autoexotismo.

Entonces me levanto desde la vereda sucia e importunada, y regalo un par de besos a ese silencio de rotas miradas. Y me río de mi suerte, y de la belleza nunca tan vulnerada. Sé que seré bello, porque mis pantalones siempre delatan pero mi pecho no. Decido desgajarme entonces y escucho a Sibelius dulce, violento, solemne, y pienso en el violín de larga agonía, de larga vida, de larga muerte. Como un alegretto infinito sonrío a los presentes y regreso a seguir fingiendo que miento…

martes, junio 10, 2008

Dicen

Quizás no sea bueno oír demasiada música nostálgica. La voz de Jarvis Cocker, Nick Drake y Cat Power son casi criminales. Abusan de mí.
Bar Italia- Jarvis
The greatest- Cat
At the chime of a city clock- Nick
Y eso es todo, porque hay sobras en el refrigerador. Y llueve. Y tengo ensayo.
Decía Miguel de Unamuno que lo único que valía de la retórica de Juan Montalvo era el insulto. La indignación lo salvaba de la mera imitación... De vez en cuando hay que insultar y echar escupitajos a lo evidentemente vil. Y decía Unamuno también, qué sería de la prosa de Montalvo y su genio sin un Ignacio de Veintimilla o un García Moreno. Sin un zátrapa o un tirano no hay indignación. Sin el absurdo tratando de etiquetar tu vida no existiría la rebeldía. Ni la razón encontrada. Ni el panfleto o el clamor. Hay una fuerza secreta en el vivir dentro de la convencionalidad aún detestándola. Reconociendo el mundo de los imbéciles cada día, pero respirando fuego. Aún respirando fuego.
Y retorno a Jarvis -sobre todo- porque su voz no es débil, su nostalgia no es un estado dulce y calmo. También hay indignación y reclamo. Ese canto es como golpearse contra las paredes... pero derribándolas. Jarvis.
Yo, por otro lado, estoy cocinado una nueva vida. Ridícula y fantochesca. Hay que coser un nuevo títere con cara de sonso. A ver qué sale.

jueves, junio 05, 2008

Frío sin sorpresas





Ayer fui a ver Indiana Jones con un amigo y resultó una experiencia peligrosa. El ataque invasivo de un aire acondicionado helado, nos paralizó el espíritu. Ni las aventadas piruetas de un casi octogenario Harrison Ford pudieron sacarnos del estado de semi-hibernación criogénica al que estuvimos sometidos.

Indiana Jones y la calavera de cristal (o como se llame) es una tristemente agitada repetición de fórmulas que terminan divirtiendo a patadas. Y entiéndase literalmente, a patadas y golpes, pues un gran 70 por ciento del filme transcurre entre porrazos y dobles ganando el pan con el sudor de su frente. La agilidad casi chapulinesca de Indiana pone en evidencia, una vez más, los embates de la vejez. Y es triste nuevamente.

Sin embargo, se va al cine sabiendo a lo que se va. A muchos nos atrae Indiana Jones porque nos remite a un aire de infancia, cuando aquellas proezas del héroe arqueólogo nos hicieron soñar en entierros, tesoros, calaveras, ciudades perdidas, y a no pocos nos sembró el bichito de la antropología y la arqueología, que claro, tiene poco de fantástica y osada como el celuloide nos la presentó. La atmósfera de epopeya que la saga Indiana Jones nos dejó quizás grabó en nuestro imaginario ochentero una figura heroica masculina hoy por hoy inexistente. Los Mac Givers puédelo todo casi ya no están presentes en el cine. Hoy se apuesta por la “humanización” del héroe. Por la supuesta, porque en muchos casos terminan siendo un fiasco, léase Spider Man.


Cambiando de perspectiva, la nueva entrega de Indiana Jones, es una película que calca la fórmula original hasta desgastarla, pero trata de adherirle un plus que pretende ser sorpresivo e innovador (dentro de la trama clásica) aunque no lo logra. Y no lo consigue porque se siente lo forzado del guión, el cual en un intento de acercamiento al género de ciencia ficción, termina por enterrar tanto la aventura como la ciencia. De ahí, todo lo mismo: la clásica lucha entre el bien y el mal (encarnado por los rusos, antagonistas desenterrados), y el leit motiv que siempre será la búsqueda de algún tesoro, el cual finalmente, deberá ser dejado donde pertenece.
Por otro lado, están las aterradoras imprecisiones históricas y las concesiones libres y altamente arbitrarias, tanto en la dirección de arte, como en el vestuario, la música no incidental, el casting y la escenografía. Para un gringo -quien piensa que México y la Patagonia son exactamente lo mismo- es una película como cualquier otra. Pero ojo, era obvio que gran cantidad de público latino iba a distinguir los errores antes mencionados. Que pongan folklore mejicano en una escena ambientada en Nazca-Perú, no tiene perdón, peor aún que el vestuario sea un híbrido vomitado de la imaginación de algún vestuarista ignorante. Se puede ver una mezcla burda de trajes de mexicano campesino con indígena de algúna extraña etnia... Además, ni se hable de la fisionomía elegida para los extras, se nota demasiado que no tiene nada que ver con los indígenas del Perú. Y por no hablar de las misteriosas pirámides Mayas que asoman en la Selva del vecino del sur... Pero, a quién le importa si es sólo sudamérica. Si es sólo latinoamérica...

Sin embargo, el filme divierte hasta donde puede y gracias al efectismo logra mantener la atención, aunque el ritmo es aún dudoso a mi criterio ya que no se distingue un clímax real, si no que abusa de la espectacularidad a cada momento , lo cual termina por saturar. Y si algo es rescatable -como decía mi amigo- es la hermosa villana convertida en rusa, Kate Blanchet, en uno de sus papeles más fofos, más sobreactuados, pero sin duda, uno de los que más han redibujado su belleza. No hay por dónde irse, la caricaturización plana le sienta bien. Y el cabello negro. Y el corte de pelo.


La hermosa Kate Blanchet


Nada nuevo, más que la resucitación de viejas emociones. Como perritos de Pavlov al oír la ya clásica melodía tan épica y emotiva. Pero ya no es lo mismo. Afuera el frio era otro, quizás peor, pero nosotros ya estábamos ateridos...