Ídolo

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Morrissey

lunes, enero 26, 2009

Por fin

Un inciso: El otro día entrevisté a alguien que me dijo: por sus entrevistas yo le daba unos 45 años. ¿? Una muy cuestionable apreciación. Mientras más joven más idiota, diría el adagio. Porque la vida debería ser un proceso para desasnarse, según quien cree que hay que saber menos o expresarse de una manera más básica mientras más joven se es. Y eso que yo considero que la premura del periodismo de prensa escrita es padre de la mediocridad. Y mis entrevistas y todo lo que escribo en el diario no escapan de eso. La última entrevista que hice al filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría –por la que fui considerada una señora adusta de 45 años- la hice casi al apuro, sin saber para qué sección iba, ni qué espacio iba a tener. Finalmente decidieron sacarla a doble página y se hizo lo que se pudo, al apuro como siempre. Así que, saque sus propias conclusiones.





Otro error más que se suma al cúmulo de errores vitales, sólo que en este caso se lo puede abordar desde varias perspectivas que ya no van al caso porque de lo que quiero hablar hoy, es de una de las prometidas en el post anterior: el cine b ecuatoriano. Permiso, voy a cambiar de estilo.





La bendita posibilidad del error queer





Malva tiene un traje dorado medio chino que le favorece. Todos entramos apretujados al cine, vemos a Wilman Chicha haciendo de jefe de piso o de director del programa. Un aparataje símil de un set de televisión se ha construido sobre el escenario del Ocho y Medio. Seguimos entrando infinitamente, ya no hay puesto. Nos miramos las caras ¿qué es esto? No por favor, se oye por ahí. ¿Y qué será lo que se le ocurrió ahora al Miguel Alvear? ¡Mami qué será lo que quiere el Wilman! Hay escepticismo entre los que me rodean, y entre mis ojos y mi hígado también. Malva sigue moviéndose neuróticamente de un lado para otro, preguntando cualquier cosa, tratando de parecerse a la señorita Maritere. Con tal de que no se parezca a la señorita Laura… No hay naturalidad, el falseado es evidente, pero de eso se trata y nos damos cuenta cuando se da la señal de ¡Al Aire! y sale maravillosamente segura, Malva Malabar, brillante Malva, la hipermujer Malva. Entendemos entonces que la farsa es la TV y que la burbuja televisiva es una hiperrealidad, absurda y sobre-maquillada, y que de eso se trata. Eso es lo que nos gusta. Vivirlo a tiempo real y sobre todo, asistir en vivo a una realidad imitada que de por sí ya imita a otra, es una experiencia estupenda.





Malva se pasea por el escenario, saluda, bromea y presenta a sus invitados. Pero antes, un pequeño entremés a cargo de la cantante de techno-chicha o techno música nacional o cualesquier género que este fuere: Hipatia Balseca. Ella, más bonita que nunca y con un cuerpo digno de ser silbado, encendió a los presentes con su repertorio de baile –de la música no me acuerdo-. Hasta ese momento la impostación era superior a la seducción de la mimesis hiperbolizada. Hipatia tenía un gesto que decía sin posibilidad de escondite: ¡en dónde me vine a meter! El público tal cual mono entrenado, sabía que debía aplaudir, como en cualquier espectáculo, porque el ecuatoriano es bien aplaudidor, bien ovacionador, sino pregúnteles a los toreros españoles. El baile de saltitos, maromas y brazadas terminó, y Malva volvió al poder. Sí, al poder. Lo que bajo la dirección dramática de alguien con menos temple podía fácilmente convertirse en un bodrio, de la mano de Malva se convirtió en una pieza inédita del teatro de la farsa (por ponerle una categoría). Y ahora –que me disculpe el actor que me ha pedido en mis artículos periodísticos que no lo nombre- lo siento, pero voy a revelar la misteriosa identidad de Malva Malabar para poder continuar mi narración. León Sierra.





Entra en escena, como a Chispazos (nótese los colores del mobiliario, se ven fucsias, rayas de tigres y cebras, o talvez mi memoria lo recuerda así), el primero de los cineastas. William León de Riobamba, originario de la comunidad indígena de Cacha, es aplaudido a rabiar. Ha hecho cinco películas –pregúntenle a Camilo Luzuriaga, o a Tania Hermida, dice Malva- con presupuestos más bajos que lo bajo. Se pasa un fragmento de una de sus películas cuyo nombre no recuerdo, pero que en un principio fueron rodadas con la cámara casera de su mamá. A modo de trailer, se puede entrever un thriller de misterio, otro género que William y su equipo, hoy productora Sinchi Samay, han tocado. Antes, el melodrama. -El melodrama es la tergiversación del drama-. La saga Pollito, el sufrido niño indígena que tiene que pasar mil vicisitudes tristísimas para encontrar a su papá borracho, es la herencia más pura de la escuela Marco. (Cante aquí por favor) “No te vayas mamááá, no te alejes de míííí”. No he visto las películas (son dos) pero según el mismo William la una es más trágica que la otra. “Casi me matan por el final de la primera, todo el mundo me reclamó”, me dijo el otro día que lo entrevisté por teléfono. Por eso, la segunda parte decidió cerrar con un final feliz. Ahora, regresando al show “A la cama con Malva Malabar”, el plató, de sufrimientos, nada, porque las preguntas de Malva –siempre ingeniosas y pertinentes- dejaron ver el mejor lado de esta gente que en un principio nos hacía sufrir por pensar que se iban a hallar perdidos frente a esa sarta de esnobistas quiteños que éramos todos los presentes. Es inevitable pensar que podíamos haber asistido con el ánimo decimonónico circense. Léase “Freaks” de Todd Browning.





Pero no, porque las cosas fluyeron y el show debía continuar. Llegó entonces Fernando Cedeño de Chone, del grupo de cineastas de esa ciudad-pueblo, qua han hecho como siete películas y al momento se hallan rodando otra. ¿Cómo lo hacen? Con plata del bolsillo de todos y aprendiendo en la marcha, aunque casi maten a sus compañeros. “Si no, pregúntenle a Brandon Lee”, dice Malva. Una balita se le escapa a cualquiera, “pero por suerte Carlos Quinto se lanzó unos segundos antes, y la bala real no lo llegó”, relata Cedeño, sobre aquel día en que las balas de salva fallaron… Sicarios Manabitas, Avaricia, Barahunda en la Montaña son algunos títulos que exhiben los piratas de la Bahía de Guayaquil. Ahí los encontraron a todos. La pata manaba que llegó a Quito, sin entender bien a qué venían, pero que encantaron al público por su naturalidad, por ese potente y evidente talante de ser manabitas de cepa, sin las mañas y pretensiones del citadino dizque culto, dizque artista. Los cineastas chonenses podrían ser sicarios chonenses y su trabajo sería tomado con la misma naturalidad y pasión, tanto en lo uno como en lo otro. “El Tarantino ecuatoriano”, le dice Malva a Cedeño, y la comedia sigue entre carcajada y carcajada. En sus películas hay persecuciones, balaceras, muertos y sangre por montones. “Es la realidad de nuestro pueblo, en donde una cabeza vale $50, aunque a veces es gratis… por honor”. Tierra de varones, sin duda.




Inciso: Esta crónica debía terminar hace una semana o dos, pero no he tenido tiempo. Disculpen el anacronismo. Por eso, la voy a concluir más rápido y fugaz de lo que estaba pensado.





Aplausos y confetis sonoros. Comerciales. Regresa Malva con su vestido dorado y su cabellera dorada. Presenta al “Kubrik ecuatoriano”. Nelson Palacios, de Los Ríos, ha hecho todos los géneros, dice. Sus películas, como muchas, como todas las de los cineastas presentados ese día, son sobre pobres y hechas por pobres (tomando en cuenta los estándares internacionales de pobreza). Son una especie de crónicas vivenciales, azucaradas con el amargo jarabe de la falta de plata, la migración, la delincuencia, el abandono y sazonadas con un poco de la ley de la selva. Palacios es el más asustado de todos, quizás es menos expresivo. Mientras los demás se movían como pez en el agua, a él le cuesta. Pero Malva salvavidas, flotador con tacones, lo sacó a la superficie y no le permitió ahogarse. Él también ha hecho varias películas, con la particularidad de que sus actores pagan la producción y el rodaje. Nunca gozaron más los cineastas presentes entre el público… sintieron que se les hizo justicia silenciosamente. (Risas). El último invitado fue uno de los súper investigadores –en realidad toda la parodia es un proyecto de investigación del Ocho y Medio- entiéndase, estábamos en un laboratorio de conejos o conejillos- el último invitado, decía, fue Andrés Crespo, presentado como cineasta aficionado guayaco. Él nunca entendió de qué tanto se reía la gente. El por qué, cada dos palabras suyas, todos reventábamos en risas atroces. Y es que el humor guayaco es otro, cuando ellos hablan en serio, nosotros nos reímos, porque ese mundo-surreal-guayaco es una melo-comedia para nosotros, así como nuestro ánimo-yaraví-andino, lo es para ellos. Crespo contó que actuó en un filme sobre bisexualidad de Elio Peláez, cineasta subterráneo de la Perla, llamado “Versátiles”. Sin comentarios, sólo jajajas. Parecíamos un programa de risas pregrabadas. “Se trata de un cine fetichista guayaco”. Más jajajas. El pobre Crespo desconcertado, ¿De qué se ríen estos serranos de mierda?, debe haber pensado. Parecía una puesta en escena parte de todo el argumento televisivo: minutos antes Cristian León, el investigador estrella, había sido golpeado como en lucha libre por Crespo, por un malentendido armado en el set, con la finalidad de apelar a la estética puñetera de un talk show. Por eso es que Elio Peláez y los cineastas conceptuales gogoteros –dicho literalmente- parecían salidos de un libreto de Wilman Chicha. Pero no, a la salida le pregunté al incomprendido guayaquileño si todo aquello que contó era verdad y él más sorprendido, me dijo: ¡Pero claro! Si yo no sé de qué tanto se reían…





Si quiere la aburrida versión periodística seria, léala en el Telégrafo del 26 de enero y del 14 de enero.

7 comentarios:

León Sierra dijo...

Qué delicia de pluma!

siempre lo he creido, no es por ser presumida (presumida que es una!!!)

Anónimo dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Querida Rocío, nos presentó León en el Incine. Te tengo linkada hace tiempo en mi blog, tienes una lucidez exquisita y un gran sentido de la autocrítica que -deja que te confiese- te distingue gratamente entre la fauna altocultural de ese valle...

Lobocom dijo...

Malva Malavar qué maravilla, jejeje. La fama de ahoga entonces, quiero hacerte rica y famosa

Dalila dijo...

Queridos todos, gracias por su comentario. Malva, soy tu fan.

Anónimo dijo...

Estoy anonadada con ese estilo exquisito de escritura , cuando crezca quiero escribir como usted.
saludos cordiales

Alicia Dadá y Asesina sin sueldo dijo...

Te piden que edites un reportaje de tres minutos en dos horas. Si quieres hacer algo medianamente decente necesitas mas tiempo pero prima la inmediatez.

Se supone que es una virtud.