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Morrissey

viernes, abril 01, 2011

El Cigala o el ritual del absurdo


Para no repetir el “me vi llegando tarde a todo”, ayer llegué corriendo al concierto del Cigala, con lo que me quedaba de vida por ayer. Al llegar a la fila fue como tropezarme en una carrera de obstáculos: me encontré con una particular colección de personas que me pararon en seco. Al ver a la elegante asistencia, me pregunté: ¿es acaso un cóctel de gala?


Pero claro, debí suponerlo, con precios que estaban entre los 50 y los 140 dólares, no podía ser de otra manera. Todos llegaban con sus mejores galas grises y negras, como para no olvidar un pasado colonial en el que vestirse de colores muertos era sinónimo de elegancia, sensatez y pundonor. Yo, claro, no era la excepción a la regla: Abrigo negro, vestido negro, lista para velorio. Por eso, ante el avance del circunspecto guardarropa oscuro, hay que ingeniarse otras formas para colorearse. La risa exagerada, por ejemplo, el poco tino, o la escasa prudencia pueden convertirse en los mejores amigos de un alma atormentada por la monocromía.


En esas me hallaba yo, haciendo fila un jueves a las ocho y veinticinco de la noche (el concierto empezaba a las ocho y media), rodeada de paisanos altos, blancos y rubios, de sonrisas perfectas y saludos cordiales. Gente que jamás había visto en mi puñetera vida y que no sabía de dónde habían salido. Por un lado, feliz de ser la exultante desconocida, por otro, intrigada por el ritual social que estaba presenciando y que iba a presenciar.


Recuerdo que el día que iba a comprar la entrada, hice un par de llamadas y consultas, no muchas la verdad, averiguando si alguien quería ir al concierto del Cigala. La falta de firmeza en las decisiones, o la extrema dubitación de las amistades me hicieron tomar la mejor opción: no depender de nadie, ir sola. No es mayor problema, siempre lo hago. Cuando me disponía a adquirir mi entrada, el que estaba al lado mío esperando comprar, sin el mayor reparo decide tomarse la atribución de cuestionarme: ¿te vas a ir solita al concierto??? Sí. ¿En serio? Sí. ¿Por qué? Porque sí. ¡Qué raro!


Raro. Sí. La verdad es que por momentos sentí ser la única descolada del infinito círculo social que se había dado cita simplemente para decir: “yo sí fui al concierto, sí tengo plata para pagarlo, me da estatus”. Aunque suene a resentido social, esa era la verdad. Había un no se qué en el ambiente que hacía que toda la impostación del hecho se evidenciara en la simple sonrisa de una señora rubia que saludaba muy polite a todo aquel que se encontraba; en un escueto movimiento de brazos de un novio perfumado que tomaba de la mano a su perfumada novia, en el gesto del padre haciendo sentar a sus hijos, a quienes les valía un huevo el Cigala y que fueron a parar en ese aburrido concierto de un gitanillo por obligación.


En resumen: No había emoción. No había pasión. Sólo se escuchaban dos que tres gritos al final de cada canción. El resto, muy formales y sosos aplausos. La música, el cajón, el guitarreo, el contrabajo, el violín reinterpretando un bandoneón, un piano tropicalón, y un Cigala dando todo en su cante jondo, merecían más. Yo estaba absolutamente desconectada y seguramente era el lunar de la silla 49, fila M que se movía como canguil, mientras los vecinos aclaraban sus gargantas y apenas cruzaban las piernas. No me importó. Igual grité, igual bailé a mi modo. Sospeché que la muchacha de al lado y su amiga se molestaban cada vez que yo cantaba una canción, porque no dejaban de mirarme. Lo siento, por momentos caí en la adustez de la formalidad inútil y callé. No había en quién ampararse. Hasta que el Cigala, tan potente él, se despidió y entonces, yo bajé las gradas corriendo para acercarme y darle un aplauso y unos cuantos vítores. Los únicos que se agolparon al borde del escenario fueron unos cuantos fotógrafos que cuando consiguieron su foto, se esfumaron, y una dama elegante y rubia que le entregó un ramo de flores. Luego, el regreso concerniente a escena y dos canciones más. Para ese entonces, encontré ya a un amigo fotógrafo que se hallaba pensando exactamente lo mismo que yo y que sospechaba que durante el concierto, los concretos señores de las primeras filas le odiaron por no haber pagado los 140 dólares y sin embargo, haber logrado estar todo el concierto frente al Cigala. “Vi bostezar a varios, la gente se aburría”. Claro, claro que la gente se aburría, pero no por el Cigala, sino por ellos mismos, que no lograban hallar el son de la cuestión.


El concierto termina, la gente se va. Unos cuantos insisten en entrar a saludarlo. Se trata de los mismos especimenes que buscan un pedazo de cartón, el de la tapa de los CD. Yo entro gracias a mi amigo al camerino, espero y espero, sentada, sola, con santa paciencia. Mientras, la gente, unas treinta personas merodean esperando que el Cigala haga el favor de mirarles. El Cigala no sale a la salita donde estamos todos tonteando. Hay que ir a buscarlo al camerino. Hay una larga montonera de gente que quiere tomarse una foto con él. Mi amigo es el único que tiene cámara en esos momentos. Se convierte inmediatamente en el fotógrafo de las sociales. La gente saca sus celulares pero le pide al fotógrafo la foto formal. La foto formal en realidad no le importa a nadie, todos posan, le abrazan, hablan cualquier mierda con él, y se van. Nadie se preocupa siquiera por pedirle al fotógrafo aunque sea su número telefónico para retirar luego su foto. Nadie. Todos acuden como vacas en camal a tomarse una foto fantasma que nunca van a ver. El pretexto es tocarlo torpemente y ya. Nadie quiere conversar con él. Nadie conversa con él. Él quiere sostener una conversación delirante, errática y desorbitada sobre su cuello adolorido. Le cuenta a todos y a nadie que estuvo con tortícolis, que nada le alivió más que un delicioso masaje en el spa del hotel. Sospecho que es el Swiss Hotel. Alguien esa tarde me había contado que farreó con él hace algunos años y que su hermana terminó enamorada del hombre. Por supuesto, hay que darle el chance. No hablo de mí, hablo de todos. El abraza a la gente, hombres y mujeres, los agradece, hay gente que parece conocer de antes, pero es falso, serán los organizadores. Será nadie. Es cálido, es cercano, es profuso, es exuberante como sus pulseras y anillos de oro. Es moreno, delgado, narizón, con pinta de pimp. Es gitano. Hay que darle el chance. Pero nadie quiere, nadie deja. Hay que tomarse la foto, sí, hay que tocarle y darle un beso, no queda más. Todos se largan, se llevan al Cigala. Queda la foto.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hay que darle una oportunidad.

Alfonso dijo...

no se quien es aquel pasmoso español en la foto pero eres tú a la derecha?