Tengo mucha suerte, después de todo, de no ser una gorda infeliz. Yo estoy convencida de que no existen los gordos felices, pueden haber gordos contentos pero nunca felices. No es lo mismo.
Yo tenía un amiga en el colegio, era gorda y sufría mucho. Para compensar se acostaba con todo el mundo que le ofreciera una sonrisa y entonces, el que le mostraba los dientes poco tiempo después se arrepentiría porque empezaría a ser acosado telefónicamente día y noche. Ella se enamoraba a cada rato y ninguna de las mil dietas funcionaron como ella y todos habrían querido. El mundo la quería flaca y por eso estaba segregada, en la línea de al frente: la línea de los gordos. Aunque pensemos que están junto a nosotros ellos van por la otra vereda, siempre cautos, siempre sintiéndose observados, creyendo ser juzgados a cada paso. Y el desprecio colectivo contribuye sobremanera a su destrucción. Sí, la gente, más en concreto los jóvenes y más claramente los adolescentes pueden ser devastadores. Pueden crear huellas profundas imborrables. La vida está llena de acomplejados. Todos lo somos. Bastó una sola mirada esquiva para que nuestro interior se derrumbara y para siempre nos sintamos rechazados... hasta que la magia del alcohol o ciertas drogas nos devuelvan la fuerza de la seducción. El poder que nos da el erotismo ebrio.
Yo misma cuántas veces me he sentido frustrada de no atraer a quien quisiera y otras tantas, en cambio me he sentido la reina del amor. Venus. Venérea. Vestal. A punto para servir al placer, para obtener de él la felicidad, los espasmos, la resonancia que produce el choque de la carne. Sí, el choque físico como golpes de picapedrero, el choque terrible con muertos y heridos, porque no hay placer que sobreviva a la pasión sin sangrar. Hemos tenido miles y miles de oportunidades de purificarnos con la sangre, pero siempre elegimos la carne. Al menos yo. Porque carne y sangre no son lo mismo. Es terriblemente interesante separar dos elementos corpóreos de tal manera que resulten antagónicos. La sangre al ser vida y muerte al mismo tiempo se contrapone a la carne que es agonía nada más. La sangre es extremista. La carne es vagabunda, duda, desconfía. La sangre tiene un halo sagrado, sacro, espiritual, espirituoso como el vino que ablanda la carne que tragamos y ayuda a digerirla.
Somos partícipes directos de la sangre y de la carne en la concepción. Carne = Hedonismo puro, cero finalidad. Carne y sangre = Fin altruista, reproductivo. Y aunque suene a clase de educación sexual... En fin, la sangre es purificadora y a la vez venenosa si no está limpia. Todas las toxinas de nuestra carne pecadora son arrastradas por este líquido que “purificará” nuestro cuerpo oxigenándolo. Entonces, el aire es el límite, es el borde, el margen y el lindero entre la carne y la sangre. Por lo tanto, vivimos en el límite ¿Por qué? Simple: Porque si no nos ahogaríamos, estaríamos cianóticos, luego fríos y con el rictus del rigor mortis. Conclusión: El que decida vivir de la carne o de la sangre sin aire, está muerto. Límite o extremos...
El problema de la gordura entonces, es la falta de levedad. Cómo podríamos acompañar en paz al aire y ser tan volátiles como él pesando casi trescientas libras. Cómo. Imposible. Por eso los gordos viven ahogándose y si no me cree siéntese usted junto a un obeso y vea cuánto le cuesta respirar. Porque de eso se trata, de respirar para vivir más, y si no me cree, pregúntele a su profesor de yoga. Respire bien y vivirá más y mejor... Ja.
Yo tenía un amiga en el colegio, era gorda y sufría mucho. Para compensar se acostaba con todo el mundo que le ofreciera una sonrisa y entonces, el que le mostraba los dientes poco tiempo después se arrepentiría porque empezaría a ser acosado telefónicamente día y noche. Ella se enamoraba a cada rato y ninguna de las mil dietas funcionaron como ella y todos habrían querido. El mundo la quería flaca y por eso estaba segregada, en la línea de al frente: la línea de los gordos. Aunque pensemos que están junto a nosotros ellos van por la otra vereda, siempre cautos, siempre sintiéndose observados, creyendo ser juzgados a cada paso. Y el desprecio colectivo contribuye sobremanera a su destrucción. Sí, la gente, más en concreto los jóvenes y más claramente los adolescentes pueden ser devastadores. Pueden crear huellas profundas imborrables. La vida está llena de acomplejados. Todos lo somos. Bastó una sola mirada esquiva para que nuestro interior se derrumbara y para siempre nos sintamos rechazados... hasta que la magia del alcohol o ciertas drogas nos devuelvan la fuerza de la seducción. El poder que nos da el erotismo ebrio.
Yo misma cuántas veces me he sentido frustrada de no atraer a quien quisiera y otras tantas, en cambio me he sentido la reina del amor. Venus. Venérea. Vestal. A punto para servir al placer, para obtener de él la felicidad, los espasmos, la resonancia que produce el choque de la carne. Sí, el choque físico como golpes de picapedrero, el choque terrible con muertos y heridos, porque no hay placer que sobreviva a la pasión sin sangrar. Hemos tenido miles y miles de oportunidades de purificarnos con la sangre, pero siempre elegimos la carne. Al menos yo. Porque carne y sangre no son lo mismo. Es terriblemente interesante separar dos elementos corpóreos de tal manera que resulten antagónicos. La sangre al ser vida y muerte al mismo tiempo se contrapone a la carne que es agonía nada más. La sangre es extremista. La carne es vagabunda, duda, desconfía. La sangre tiene un halo sagrado, sacro, espiritual, espirituoso como el vino que ablanda la carne que tragamos y ayuda a digerirla.
Somos partícipes directos de la sangre y de la carne en la concepción. Carne = Hedonismo puro, cero finalidad. Carne y sangre = Fin altruista, reproductivo. Y aunque suene a clase de educación sexual... En fin, la sangre es purificadora y a la vez venenosa si no está limpia. Todas las toxinas de nuestra carne pecadora son arrastradas por este líquido que “purificará” nuestro cuerpo oxigenándolo. Entonces, el aire es el límite, es el borde, el margen y el lindero entre la carne y la sangre. Por lo tanto, vivimos en el límite ¿Por qué? Simple: Porque si no nos ahogaríamos, estaríamos cianóticos, luego fríos y con el rictus del rigor mortis. Conclusión: El que decida vivir de la carne o de la sangre sin aire, está muerto. Límite o extremos...
El problema de la gordura entonces, es la falta de levedad. Cómo podríamos acompañar en paz al aire y ser tan volátiles como él pesando casi trescientas libras. Cómo. Imposible. Por eso los gordos viven ahogándose y si no me cree siéntese usted junto a un obeso y vea cuánto le cuesta respirar. Porque de eso se trata, de respirar para vivir más, y si no me cree, pregúntele a su profesor de yoga. Respire bien y vivirá más y mejor... Ja.
4 comentarios:
Delirante Dalila, delirante
simón
Por eso hay que conservarse flacas...el problema de los huesos también puede convertirse en una obsesión erótica, muy cerca de la muerte, muy cerca de la muerte podría ser mejor...
Vivo en un mundo de gordos! el mundo es una bola acuosa!!
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