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Morrissey

viernes, noviembre 24, 2006

Tan simple como una granadilla

¿Cuál es el remedio al temor de la descontextualización? Empezando por la nuestra y luego, la de los otros. "Es incómodo ver a la gente fuera de su contexto" dice Ariel acerca de aquella secretaria a quién no sabe cómo tratar fuera de la oficina de su padre. Ariel es una especie de narrador omnisciente de su propia vida, es una extra conciencia de sí mismo. La última película de Daniel Burman (Derecho de Familia) forma parte de la "sin querer queriendo" trilogía sobre Buenos Aires, y lo que es ser judío apropiado de un contexto urbano. En este caso, el guión es propio, pero sigue mucho la línea del Abrazo partido, basado en un guión del escritor argentino Marcelo Birmajer, un muy buen narrador del cual sólo he leído “Historias de Hombres Casados”. Esperando al Mesías junto con El Abrazo Partido son los anteriores filmes que, en un mismo estilo y lenguaje, retratan esos personajes sin esfuerzo, aquellos que salen del imaginario urbano y son tan fluyentes que parecerían haber sido creados espontáneamente. Como si su génesis fuera el film mismo, como si asistiéramos a un parto celuloide. No hay background que no veamos en estos seres, lo que son es lo que vemos y lo que nos cuentan de sí mismos.

Ariel Perelman lleva la batuta de la narración a la vez que es la voz narradora, cuyo inicio me pareció una genialidad. Empieza a describir el día a día de su padre, un abogado de juzgados a quién no imitó. Ariel prefirió la asepsia de un cargo público, con sueldo fijo, casos concretos y cero litigios. Su padre por el contrario, es el viajante citadino, el pies calientes, hiperkinético, de una sutil viveza criolla que le permite saltar reglas sociales y jamás hacer fila en ningún lado. Ariel, por el contrario respeta, es adusto y austero en sus maneras. Podría decirse que son tesis y antítesis, y así parecería que se resolvió de la manera más simplona la siempre polarizada relación entre padres e hijos. Pero no, no es así. Ni el viejo Perelman, ni su hijo son el perfecto contrario del otro, son simples derivaciones de lo que el otro no es. Tienen una relación afable, y aunque Ariel en su narración da signos de querer tomar distancia de lo que es su padre, al final estudió lo mismo y tiene un nivel de complicidad notorio con él. Su padre tampoco es el descomplicado y anarco que debería ser la antítesis de un hombre que cree en las reglas y las instituciones, simplemente es, como diría su hijo: Un Zelig de las ocasiones. Alguien que se mimetiza con el entorno y el sujeto que le toque tratar. “Adopta los modos, la sintaxis, la concordancia y la semántica de sus clientes. Pero no lo hace de adrede. Simplemente le sale así” dice Ariel, en una genial descripción de lo que realmente es el proceso social de la alteridad.

Es cierto que no puede hablarse de un cine sin pretensiones. Todas las películas pretenden algo. Sin embargo, el cine de Burman adopta esta estética de lo no pretencioso, para no hablar de guiones y fondo. Su cine es visualmente austero, lo cual claro está, no tiene nada que ver con una falta de presupuesto sino con una decisión ideológica. Sí, ideológica, como lo leyó bien. El desprender al cine de sus maquillajes y artificios, es una postura ideal (me refiero al sustantivo, no al adjetivo) frente al arte y la vida. Por otro lado tenemos que sus personajes son una proyección sutil del espejo que se halla al otro lado de la pantalla. Sutil por ser un compendio elíptico de lo humano. En Derecho de Familia no asistimos al quiebre interior de ningún personaje, ni somos testigos de sus monólogos interiores ni de su fluir de conciencia. Como dije anteriormente, el narrador/personaje sabe lo suficiente de sí mismo en un acto de escritor de su propia novela. Llega a ser omnisciente más por una clara separación y una conciencia entre espectador-película, que por ser -per se- él mismo un personaje narrador dentro de la historia. Por ello que importe tan poco cierta información que ha sido condensada u omitida gracias a elipsis narrativas orales directas, amparadas claro, en la imagen que le sigue a la par. Así tenemos que, ya que no había nada de extraordinario (para Ariel) en enamorarse, casarse y tener un hijo, pues se pasa por alto la efusividad del enamoramiento y se detiene más en detalles que demuestran la personalidad categórica de Ariel. La consecución de un objetivo (tener a Sandra en su vida), no es muestra de un tipo luchador y tenaz, sino de alguien que cree en la consecución de los actos, y en la definitiva ley de la vida y sus reglas sociales. Sin embargo, pese a que esto suena a un hombre encerrado en camisas de fuerza sociales, Burman no cae en posturas fundamentales y hace de aquel personaje, un tipo perfilado dentro sus cánones pero a la vez apologiza esas estructuras mostrando que pueden funcionar si se llega a reducirlo todo a su mínima expresión. No sé si me explico. Y por supuesto que son necesarios los puntos de fuga, ya que nada puede tener tantas esquinas angulosas. Sin embargo hasta aquellas licencias de vida, son menos rimbombantes de lo que nos imaginaríamos. La muerte. Ahí está la desontextualización. La muerte desmitificada no tiene nada de rimbombancia, simplemente pasa. Y sí, el hueco afectivo que produce es una ruptura dentro de las estructuras sociales/efectivas, pero no tiene por qué ser nada más. Por ello la muerte de Perelman padre, es sí, un sacudón, pero no termina por romper nada. La vida sigue su curso. Y eso es lo que me encanta del cine de Burman, que nos muestra el libre y espontáneo fluir de esa vida que también puede ser infinitamente menos complicada de lo que a veces pensamos. Siempre va haber un mañana. Porque aunque muramos, el día siguiente quedará para los otros…

4 comentarios:

Eduardo Varas C dijo...

Hacer que todo se reduzca a su mínima expresión es el germen de la descontextualización, Dal. Y quizás la posibilidad de una vida tan ordinaria como maravillosa...

La minúscula, la pequeña, la vívida...

No es lo mismo que vivir despreocupado, porque suceden las cosas inevitables, producto de la rotación de la tierra, y las enfrentas...

Esa descontextualización te deja ver mejor, sin duda.

Voy a buscar la peli y te diré qué tal...

Un beso

Dalila dijo...

Pues si, la descontextualización es una mudanza, un traspaso, una transfusión.

Mírala y ahi veremos qué me dices.

Otro para tí.

Anónimo dijo...

interesante,
saludos

Hiscariotte dijo...

Vi las dos primeras partes de la trilogía (bueno, en realidad recién me entero que eran del mismo director, pero como que sí se me hacía carita conocida el actor principal) y por ratos se me hicieron tediosas, pero en el balance final me parecieron chévere; no lo máximo, pero sí chéveres. Si hallo la última también imagino que la veré.

Un abrazo Dal.