Ídolo

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Morrissey

jueves, diciembre 11, 2008

De soles y rosas (happy birthday)







Hoy es mi cumpleaños. No tengo mucho que decir. No hay casa para botarla por la ventana. Pero ¡S-alud! ¡Salud! Brindis sin alcohol.


Por ahora, en un spa en el Caribe, o en un sauna de la Marín. Una fila de periódicos en el gran ventanal nos protegen del sol infame. Sí, todo muy bonito pero trabajar con el peso del astro rey sobre la cabeza es una experiencia, nuevamente, narcótica. Las palabras se evaporan por la sequía. Y más temprano que tarde el sudor entumece las ideas.


Por eso hay que salir, salir, salir. Comprar una botella de champagne sin alcohol (no existe) y embriagarse hasta peder las palabras. Luego ir a recoger los pasos en los lugares por los que se pasó, levantar las sílabas derramadas y armar nuevas palabras. Vivir como si nada. Así, con una serenidad perfilada ante el peligro. Evitando los zapatos altos para no quedarse atrapado en las zanjas minúsculas de las veredas. Botando a la basura las medias resbaladizas, esas que no le dejan a uno caminar en paz porque se van enrollando en los dedos. Sin talón.


Protegerse el talón de las flechas mortales con botas militares, y caminar con esa seguridad de piel transparente. De venas azules y sobresaltadas. Y siempre el sol. El sol de esta ciudad que no deja pensar en qué es lo que hay detrás de Cruz Loma. Las montañas aquí no son insignes. Nadie está orgulloso de ser hijo de la montaña, no es así, no lo confundan. No es como en otras ciudades en donde la relación con las protuberancias esas es filial. Nosotros tenemos una seguridad geográfica asumida como verdad paisajística. “Así deben ser las ciudades”. Odiamos lo plano y los horizontes lejanos. Las hileras homogéneas. Así mismo ha de ser. No entender el contexto geográfico sino simplemente vivir desapegados de la comunión conciente. No, la montaña no es majestuosa. Es solo una protuberancia y si no brama nadie la nota. Podría tranquilamente no estar ahí, pero esa ya sería otra historia. Como la del Guayaquil sumergido.


Prominentes citadinos caminando siempre de izquierda a derecha. Una línea infinita. Un trolebús atestado de choros. El desaseo. El sol que quiere solucionar la opacidad de las miradas. Pieles desgastadas por todas partes. Somos de un cubismo rabioso. Las formas están peleadas entre sí, y huyen del instante cromático. Hay que pintar las rosas de azul. ¿Ustedes producen muchas rosas?, decía Pedro y cantaba Sombras.


En la penumbra vaga
De la pequeña alcoba
Donde una tibia tarde
Te acariciaba toda…


Te buscarán mis brazos
Te besará mi boca
Y aspiraré en el aire
Aquel olor a rosas…


Y luego de esa estrofa, reía. Las rosas otra vez, rosas por todos lados. Ahora sí, una petición. He recibido unas rosas de misteriosa proveniencia y necesito saber quién me las mandó. No tienen remitente ni firma de nadie, solo un pequeño poemita –o algo así-:


“Para aquella rosa desde el pequeño planeta donde todavía se persigue al ocaso”.


Más rosas y soles moribundos, totalmente comprensible. Hay que buscar el ocaso y protegerse de la ferocidad de los rayos solares.


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una rosa es una locura de belleza.
Clarice Lispector

Javier López Narváez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mr. H3rv45 dijo...

No hay mejor rosa que la que no se regala.

Anónimo dijo...

una rosa es mas q solo eso significa amor puro , amistad y bretodo amor verdadero