Ídolo

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Morrissey

miércoles, noviembre 11, 2009

Con el apagón


Ayer se fue la luz, otra vez, a la misma hora en mi casa. Así que, huyendo de la oscuridad fui a buscar la vida en otra parte. Llegué entre semáforos y cruces imposibles a un bar donde había una exposición de fotos, pero oh sorpresa, al llegar, tampoco había luz. Así que a media luz, entre velas, empezamos los revoloteos. Yo llegaba ya ebria de azúcar así que me dediqué a endulzar y empalagar la vida de los otros. Primero letargo, luego euforia, bajón y subida de glucosa. Hablaba primero en la barra, luego en una mesa. A hablar de cerca y tocar, tocarse como para asegurar que las palabras no se vayan corriendo a otra parte. Entonces, alguien con más vehemencia que yo empezaba a acaparar la conversación, cosa que con él –mi amigo al que había invitado a debatir en mi programa en la tarde- es una experiencia siempre agradable. Luego de tanto tocarle los brazos, llegó única pregunta posible: ¿Sí comes? Él tiene un cuerpo tan delgado que es difícil creerlo vivo. Sabes, tengo problemas con la comida, me olvido de comer y como muy mal. Eres anoréxico. Pues creo que sí. Y luego, empezamos mutuamente a contarnos el menú diario y a espeluznarnos mutuamente. Yo no soy anoréxica porque me encanta comer, pero padezco de malos hábitos alimenticios. Puedo almorzar un pastel de chocolate y cenar un helado de chocolate. Puedo pasar semanas sin desayunar y si desayuno, perder el apetito en el almuerzo. Como mi amigo, me olvido de comer, se me pasan las horas, pero al llegar el hambre, puedo tragarme un asqueroso combo de la chatarrería más cercana. O simplemente, una semana puedo sobrevivir de lechugas y zanahorias, lo cual a mis compañeros de trabajo les hace perder todo rastro de patrón alguno. Mmmm… así que haces dieta y comes sano…. Otro día: ¡cómo puedes comer esas porquerías! Y otro: ¿Y tú no comes? No me enorgullezco de esto, por supuesto, lo ideal para mí sería irme a mi casa a cocinar, como hacía antes, pero ahora no tengo tiempo y me demoro demasiado en bajar y subir del monte. En fin, el caso de mi amigo es peor, él sí que es anoréxico, a más de tener un metabolismo hiper rápido que le impide engordar. Fin de la historia. Él se despidió y yo pasé a otro círculo. La luz seguía sin venir. El alcohol empezó a circular. Yo no bebo, pero un champagne barato me llegó de inmediato a las neuronas. Luego, un par de cervezas remadas y todo era un circo. La falta de luz hace que se aviven los sentidos, creo. El ambiente estaba efervescente. Empezaban a revolotear las polillas en la luz de las velas. De repente todos empezamos a fijarnos –y cuando digo todos, me refiero a hombres y mujeres- en un hombre sentado en medio del barullo que leía Slavoj Zizek y lucía tan concentrado, tan atractivo, que todos caímos rendidos a sus pies. Era extranjero, alemán dijeron por ahí. Pronto todos saltábamos como grillos tontos a su alrededor, varios se le acercaron -hombres, mujeres- a preguntarle quién era, qué hacía, qué leía y por qué coño no nos daba un poco de sí a los que lo reclamábamos. Bueno, en realidad fueron unas cuatro personas que le abordaron, entre mesera coqueta, mujer ingeniosa, amigo mío picado y alguna otra chica con ganas de su cuerpo. Yo caí en cuenta de su presencia, cuando una chica de la primera mesa en la que estuvo, se relamió los labios y nos dijo: miren esa belleza. Mi amigo anoréxico dijo sí, qué belleza, está rico, etc. Quizás fue algo más elegante pero igual de erótico. Luego, mientras conversaba con mi amigo picado, entre coqueteos, manos por la cintura, acercamientos del primer tipo, jugueteos, me atreví a decirle: mira a ese hombre, lee y tiene un buen torso. Él respondió: ¿te gusta? Me le voy a acercar. Y lo hizo. Y yo no podía creerlo. Regresó a la barra con todos los datos, que era antropólogo ni se qué, que se llamaba Christofer o algo así, etc. Una chica que estaba en el grupo improvisado de pronto empezó a fruncir el ceño y a repetir: a mí no me gusta eso. Llega alguien a Pelotillehue (la tierra de los pelotas o pelotudos) y todos se alocan. Claro, qué podías esperar querida –le dije- si somos un pueblo y tenemos que actuar como tal. Mientras, preferí seguir erotizando el material local mientras mi amigo picado me dibujaba un bigote y me preguntaba por mi ex novio, quien es algo así como su primo. Él me dibujaba un bigote de Hitler y yo trazaba sobre su labio un lunar de Marilyn. En ese punto todo parecía una película de los hermanos Marx, pero la luz ya estaba regresando. De hecho le mandaron un mensaje a otro amigo diciendo que en mi casa sí había luz. Eso significaba que debía regresar. De hecho lo hice. Y la noche acabó con sabor a champán… grand duval pero champán al fin…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Solo un apunte, no es que a las anorexicas no les encante comer ni que tu no lo seas porque te agrade comer. Hay un libro bacan de Massimo Recalti sobre la anorexia, La ultima cena, una investigacion e interpretacion seria del asunto.