Ayer fui a cuidar a alguien a su casa. Estaba enfermo, con amigdalitis, y yo estaba aburrida así que era mejor eso a nada. Su departamento -el cual que acababa de conocer- era lindo y moderno. Dos pisos, blanco, con decoración austera pero de buen gusto y bastante luz. Un tipo que se trataba bien. Yo con tanto prejuicio yuppie no sabía cómo moverme, ni dónde sentarme. Todo era demasiado blanco y perfecto como para mimetizarse al entorno. Y yo llegué despeinada y sin bañarme, luego de un día entero de escribir sin cesar. No importa, hoy no es un día de belleza, me dijo. Por supuesto que no, aunque el estaba más bello de lo que imaginé. Llevaba un buzo negro al cuerpo, con mucho estilo, y su figura esbelta era una excelente decoración. Decoración, eso pensé hasta ese momento, el de la primera identificación del hábitat.
No podía creer que me hallara intimidada frente a aquella simpleza tan decodificable. No sabía qué decir, de qué hablar. Qué tema de conversación proponer, así que me refugié en un álbum de fotos. Autos. Podios. Premios. Amigos. Familia. Por fin pude recuperar el habla perdida tras frases eco: ¿Y éste quién es? ¿Y esto dónde es? Gente que no conocía y que no me interesaba. Entonces el momento se acercó, el álbum estaba por terminar y yo ya no podía agarrarme más a sus páginas plastificadas. Algo debía idearme. Él estaba enfermo y febril, debíamos necesariamente acostarnos a ver tele o alguna película. Y yo fungir de enfermera casi sin licencia por mala práctica médica (enfermera de hospital público).
De repente, cuando yo empezaba a acostumbrarme a sus ojos entrecerrados que me observaban con aplomo, él soltó la grandiosa idea de jugar ajedrez. Yo no tuve miedo, sabía que era mala, que no he jugado en veinte años y que mi pésima retentiva me había hecho olvidar los movimientos de cada pieza. Sin embargo, por mi pedantería imaginé que él no sería un gran jugador. No importa, este es un juego demasiado intelectual para mí, pero igual, juguemos. Está bien, acepté. Pero al segundo en el que empezamos a poner las piezas en el tablero, comencé a sentirme ofuscada puesto que no sabía cómo iniciar el juego. No tenía idea de tácticas, ni movimientos, ni de nada. Tuve vergüenza y una espantosa vacilación, sí. Mientras, él parecía dominar el tablero y conocer previamente lo que iba a hacer, con una gran seguridad. Y sí, fue eso, su seguridad me espantó. Empezamos el partido y su primer movimiento parecía tan definitorio que supe inmediatamente que iba a perder de la forma más guasa. Entonces empezó la retahíla de justificaciones y frases sufridoras de mi parte. Pero él no me hacía caso y quería seguir jugando para demostrarme cómo me hacía jaque mate en pocos minutos. Yo sudaba y cada vez me sentía más perdida frente al tablero infame que era una de las versiones esas para turista: Indios contra españoles. Y adivinen quién era los indios: Yo.
Yo y mi tipo de sangre O+ perdimos aparatosamente frente a él y su sangre B-. No es ninguna ventaja tener este tipo de sangre. Estuve a punto de morir en un accidente porque necesitaba dos pintas y nadie tiene esa sangre en este país. Ok, Jaque mate por K.O en tres minutos creo. Y no está mal, es bueno de vez en cuando que le den a uno pataditas que nos hagan practicar la tan temible humildad
No podía creer que me hallara intimidada frente a aquella simpleza tan decodificable. No sabía qué decir, de qué hablar. Qué tema de conversación proponer, así que me refugié en un álbum de fotos. Autos. Podios. Premios. Amigos. Familia. Por fin pude recuperar el habla perdida tras frases eco: ¿Y éste quién es? ¿Y esto dónde es? Gente que no conocía y que no me interesaba. Entonces el momento se acercó, el álbum estaba por terminar y yo ya no podía agarrarme más a sus páginas plastificadas. Algo debía idearme. Él estaba enfermo y febril, debíamos necesariamente acostarnos a ver tele o alguna película. Y yo fungir de enfermera casi sin licencia por mala práctica médica (enfermera de hospital público).
De repente, cuando yo empezaba a acostumbrarme a sus ojos entrecerrados que me observaban con aplomo, él soltó la grandiosa idea de jugar ajedrez. Yo no tuve miedo, sabía que era mala, que no he jugado en veinte años y que mi pésima retentiva me había hecho olvidar los movimientos de cada pieza. Sin embargo, por mi pedantería imaginé que él no sería un gran jugador. No importa, este es un juego demasiado intelectual para mí, pero igual, juguemos. Está bien, acepté. Pero al segundo en el que empezamos a poner las piezas en el tablero, comencé a sentirme ofuscada puesto que no sabía cómo iniciar el juego. No tenía idea de tácticas, ni movimientos, ni de nada. Tuve vergüenza y una espantosa vacilación, sí. Mientras, él parecía dominar el tablero y conocer previamente lo que iba a hacer, con una gran seguridad. Y sí, fue eso, su seguridad me espantó. Empezamos el partido y su primer movimiento parecía tan definitorio que supe inmediatamente que iba a perder de la forma más guasa. Entonces empezó la retahíla de justificaciones y frases sufridoras de mi parte. Pero él no me hacía caso y quería seguir jugando para demostrarme cómo me hacía jaque mate en pocos minutos. Yo sudaba y cada vez me sentía más perdida frente al tablero infame que era una de las versiones esas para turista: Indios contra españoles. Y adivinen quién era los indios: Yo.
Yo y mi tipo de sangre O+ perdimos aparatosamente frente a él y su sangre B-. No es ninguna ventaja tener este tipo de sangre. Estuve a punto de morir en un accidente porque necesitaba dos pintas y nadie tiene esa sangre en este país. Ok, Jaque mate por K.O en tres minutos creo. Y no está mal, es bueno de vez en cuando que le den a uno pataditas que nos hagan practicar la tan temible humildad
7 comentarios:
Si, no? a veces toca sacarse la máscara de sabelotodo, pero es chévere cuando la otra persona te sigue mirando igual, te das cuenta de que no fue tan malo quitarse la careta.
Abrazo querida.
********
ja ja .. me reí mucho con tu post... a lo mejor perdiste por un asunto de karma de las piezas.. si hubieses sido los españoles a lo mejor hubieses ganado aunque sea haciendo trampa...
Saludos! y guelcom bac
Sí, definitivamente Micifús, ahora prefiero eso. Es más relajante y no se tiene que demostrar nada. me siento cada día más como Zelig.
F: a los siglos, dónde andabas. Bueno, en realidad no creo que haya sido Karmazo. Soy definitivamente una ignorante completa en ajedrez.
Saludos.
Y pensar que todavia hay gente que siente lastima por mi porque no soy AB como toda la familia, sino un simple y solitaria B.
Buena metafora la del tablero.
Aprendí a jugar ajedrez antes de cumplir los diez años, de ahí con un amigo nos enviciamos con el temita a eso de los dieciseis con tardes enteras de combates, y ahí quedó. No se qué tal me iría si ahorita me pongo frente al tablero; a lo mejor juguemos un día, ¿qué crees?
Un abrazo Dal.
Fernada. ¡Perteneces a la tan mitificada raza aria! Ja ja ja.
Hiscariotte: Si quieres levantarte, el ego, el ánimo, el ingenio perdido y todo aquello que una partida de ajedrez pueda contener en sus misterios cuadriculados, pues juega conmigo. De ley me ganas.
Sin duda algún día jugaremos. Eso u otra cosa. Damas, parchís, bacgamon o el fonfin.
Otro abrazo para tí.
No....ni digas...soy el producto del mestizaje entre la burra de la Cinderella y Rigoberta Menchu....
Publicar un comentario