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Morrissey

lunes, marzo 09, 2009

El poder raído de la retórica



No me gustaría decir nombres, aunque es innecesario el ocultamiento de la evidencia. Tenemos 14 candidatos a alcalde, la mayoría absolutamente desconocidos. Y los que nos suenan pues entrarían dentro del oscuro pasaje de la gestión pública nunca transparentada. Las relaciones públicas, la promoción y la exposición mediática sirven nada más que para construir seres-muñeco. Una caricatura de bordes dibujados sin error posible, en donde no entra la minuciosidad del detalle inasible de la vida. Y por ese mismo motivo, por lo inasible de la vida diaria, es que somos incapaces de discernir dentro de la única herramienta que la opinión pública y los mass media nos han dado: el maniqueísmo. En estos momentos, ya ni siquiera sabemos quién es la víctima y quien el victimario. Si son ellos –los políticos- o nosotros mismos por impertérritos.

Por eso, fulano es bueno, fulano es malo, sutano sí sirve, mengano no sirve. Así de fácil nos llega la vida virtualmente masticada. No logramos desestimularnos del espacio mediático falsamente construido como espacio ciudadano. No hay ciudadanía porque no existe el acuerdo común, el consenso. Vivimos en una ciudad –quizás todas funcionen así, al menos en los países cercanos- en la que queremos todo sin poner nada. Creemos que nuestro trabajo particular (el que nos da de comer) o nuestra misma presencia dentro de la estructura y la escala social es suficiente. Pero no lo es. Queremos una ciudad de mierda que se acomode a nuestro egoísmo, una ciudad imposible. Quizás habrá que inventarse la manera de extendernos bajo la tierra (a más de los metros subterráneos, o los túneles que atraviesan debajo del estadio Olímpico) o inventarnos la sur-metrópoli (empezando por el metro elevado, los puentes elevados, los egos elevados). Queremos una ciudad de velocidad extrema (Tren ligero TRAQ), que no nos detenga ni un segundo y que se lleva rápido al pueblo, al que ya no queremos ver ocupando grotescos buses contaminantes ni trolebuses apestosos. Porque eso sí, no queremos transportarnos en esa cochinada de transporte público, en el que vamos “peor que papas” como diría un candidato. Eso es para los otros, para mí, mi carrito.

Queremos una ciudad imposible, que nos deje comprar autos nuevos cada año, los cuales inundarán las calles y a la vez, querremos que fluya el tráfico. Que saquen los semáforos para que ningún transeúnte pueda circular (no valen la pena ¿no?) y así los autos no pierdan tiempo en esta ciudad de mierda que no da abasto por la inoperancia de los alcaldes. ¿No les suena familiar esto? Esa ciudad fantásticamente imposible en la que miles de tallarines de concreto conviertan a cada calle a nivel del suelo en suburbios marginales, guarida de delincuentes y de ratas. Un facismo pacifista por lo menos. Eso queremos, sin ceder un centímetro de nuestra comodidad y exigiendo a los candidatos a que se adapten a ello, aunque viéndolo bien, la mayoría son representantes de ese estatus quo que se intenta mantener por sobre todas las cosas. Aún por encima del sentido común. Quito es una ciudad que por su geomorfología no da más, simplemente. No es la total culpa de los alcaldes la congestión, es una suma de factores: la modernidad, el natural crecimiento de la densidad poblacional y claro, por supuesto: nuestra idiosincrasia. O nuestra indiosincracia, como diría un personaje entrevistado en el documental de mi amigo Mauricio Velasco.

Así como en África (y aquí también), cada día el uso del celular se expande (no tendrán qué comer pero sí tendrán con quien hablar), en nuestra ciudad ese síntoma social que es la adquisición de un auto, va en avance irrefrenable. Somos violentos en defender nuestro derecho a rodar sobre cuatro llantas. “Nadie nos puede quitar el derecho a circular como queramos”, dijo un candidato a Alcalde en una entrevista, aquel que dice ser el único en tener la solución definitiva para el tránsito y la vialidad en Quito. “Soy el único constructor, dice”. He entrevistado a algunos, a los más opcionados, y es verdaderamente terrorífico lo que piensan hacer con la ciudad. Y ojo, lo peor no es siquiera lo que van a hacer, sino aquello que no harán, por falta de rigor y suficiencia en su discurso de campaña. He comprobado con decepción (aunque a estas alturas ya no debería decepcionarme de eso) que pocos (dos) son los que tienen un plan de trabajo concreto. E incluso, dentro de esa concreción hay retórica vacía. El resto vive de soñar, como diría otro candidato que sueña con un Quito lindo en su programa de radio.

Los candidatos de rosado y verde son los únicos que manejan un discurso esquematizado y “propio” para su plan de trabajo. Pero todo aquello aún huele a imposibilidad. Todos dicen ¿De dónde se va a sacar la plata? Concesión privada. Nos huele entonces a negociado, aeropuerto bajo la niebla eterna y sobreprecio. Estamos en un callejón sin salida. Un metrito como cualquier otro (¡Auxilo!, ¿qué nos pasa?, dicen, el metro de Buenos Aires tiene cien años y nosotros ¡nada!) cuesta alrededor de mil millones de dólares. Un silvestre TRAC o un metro elevado, 800 millones. ¿Cuestión de dinero, mentalidad o imposibilidad geográfica? Usted decida.

Perlas como aquella lanzada por un/a aspirante a la alcaldía: ¿Qué es eso de ir en 4x4 al Supermaxi? me conmovieron. Claro, seguramente el ochenta por ciento de la población tiene una Ford Explorer y va al Supermaxi a hacer compras. Importante granito de arena de el/la aspirante: “ahora tengo un Peugot pequeño y soy la persona más feliz del mundo”. Ahh… el problema se ha sabido resolver cambiando a un carro más chico, ya entendí. Porque ningún problema se resuelve dejando mi burbuja metálica y mezclándome con el pueblo apestoso (sí, es innegable, los buses apestan). “No estoy de acuerdo con el pico y placa”, es la nueva y peligrosa consigna. Casi todos los candidatos la apoyan. Un día, quienes promovían esta medida municipal, se dieron cuenta de que a menos que tengan mucha plata para comprarse varios autos, tendrían que dejar su cómodo automóvil y viajar en el hediondo transporte público. Entonces reflexionaron y no permitieron que esa medida se aplique, la cual lleva siendo “analizada” como cinco años. Pura argucia. Entonces con argumentos falsetes, de ingenio chapulinesco, vienen a querer meternos gato por libre. Ahora nos salen con que “Quito no necesita un pico y placa, no es tan grande como para que esto se justifique”. O los más sinceros: “Todos tenemos derecho a circular, comprar, vender, importar autos”. Claro que tenemos el derecho, pero también tenemos un deber para con la ciudad. No seamos hipócritas. Nos aterra dejar nuestro carrito. Y por supuesto, a los candidatos y a los municipales también. Por eso se inventan medidas fantasmas, análisis de última hora, manipuladores puntos de vista “renovados” que corren el peligro (es más que seguro) de colarse intencionalmente en la opinión pública, en la esfera mediática y convertirse en la voz de la gente. La población, por supuesto, se adherirá a esta postura y no querrá restricción vehicular. Si no se trata de hacerlo por el tamaño de la ciudad, sino porque es una urbe cada vez menos circulable. Que siga la creciente hostilidad entonces. De una vez eliminemos las veredas, el aire libre, y vivamos en la ciudad container, circulando de una caja a otra.

Att. Un transeúnte.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jajaja gestión pública nunca pública.