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lunes, marzo 23, 2009

La literatura y las oportunidades (o no saber qué poner de título)

Imagen tomada de fundaciónlafuente.com


Recuerdo las palabras del escritor Juan Carlos Cucalón, una vez que lo entrevisté en un café escondido en la Zona, bastante agradable. Era lunes o martes y hacía frío. Yo tomé un té y él un café con un bolón de verde. Debía escribir una nota sobre un premio literario que él había ganado. Hice las peguntas de rigor y estuve bastante interesada en lo que me decía. Otras veces, con otra gente, confieso, no lo estaba, por eso es importante subrayarlo. Juan Carlos me hablaba de los seres marginales, de las historias paralelas y cronológicas que habitaban sus cuentos. Luego me mandó por correo electrónico su manuscrito y leí un par de historias. Pero con esa memoria esquiva que me persigue, olvidé que tenía el texto y no lo recordé sino hasta hoy. Esa mañana en el café, Juan Carlos me daba una biografía condensada de su vida, me relataba pedazos de sus viajes por Centroamérica y Japón, y de cómo la vida le había llevado a donde estaba ahora. No era nada del otro mundo, visto desde el mundo literario en el que hay muchos escritores nómadas, expatriados, exiliados o autoexiliados, o simples viajeros. No lo era, pero al menos se trataba de un mapa de vida consistente. Y mucha literatura de por medio. No olvidaré las palabras de Juan Carlos, que las pronunció con tanta convicción y asombro: “simplemente la vida me ha mostrado muchas oportunidades y yo las he tomado todas”.

Esas palabras me acompañaron un par de horas, recorrieron algunas fosas de mi cuerpo y mi entendimiento, y luego dormitaron en un sueño vegetativo y viral. Hoy regresan a mí, luego de un fin de semana de reflexión, letras, música, cine y conversaciones con amigas. Sí, una reunión poco frecuente con el desarticulado grupo de amigas del que hablé en un post anterior. Un fin de semana de hiper-historias, más soledad por eliminación y por “qué más da”. Yo, entonces, he distinguido el instante paralelo de la vida como un desfase emocional e intelectual. No tomar las oportunidades ¿ocasiona ese desfase? ¿Cómo reconocer las oportunidades? Es algo difícil de determinar. No todos vivimos en la vida-concurso. En la puerta tres, gana, en la dos, pierde, y en la uno, también gana. A veces no hay puertas. Otras, sí, llegamos tarde a todo, como diría Ceratti. Si la vida se trata de posibilidades, azarosas o no, éstas deberían ser en principio, infinitas… También está el caso de la literatura. ¿Tomarlo todo? ¿Leerlo todo? ¿Qué leer?

Han sido meses de relecturas, en mayor o menor medida. Hoy, luego de los diez años de los Detectives Salvajes de Bolaño, ¿quedan historias por contarse? Las contadas ¿eran verdaderamente importantes? Pienso en el personaje amigo de Watanabe (Tokio Blues de Haruki Murakami) que decía que él prefería leer un libro luego de treinta años de haber fallecido su autor. Sólo así merecería la pena leerlo, si en verdad fue validado por el tiempo. Watanabe prefería, por su parte, leer lo nuevo, lo contemporáneo y casi en boga occidental. Conozco a mucha gente como Watanabe. Yo, por el contrario, durante muchos años tendía hacia lo otro. Leer obras avaladas por el tiempo y la maceración intelectual. Mi padre también cree que leer novelas ligeras que cuentan “nada” es perder el tiempo. Él lee obsesivamente, insomne como yo, pero busca el supuesto condumio en la literatura. Y lo busca con la garantía de la historia o la política. Por eso, los únicos libros que me ha “remado” son por ejemplo De Miércoles y Estiércoles, de Diego Cornejo, Abril Rojo y la Cuarta Espada, de Santiago Roncagliolo y Soy el que Pude, del Pájaro Febres Cordero (de los que me acuerdo ahora).

Desde hace algunos años ya, leo literatura contemporánea, aunque de alguna manera siempre lo hice. Encontré tanta correspondencia con lo de ahora en los greco-latinos, y hoy me pesa haberlos abandonado por lecturas sin derrotero más que ser los best-sellers de la literatura respetada mundialmente. Un Tokio Blues es ejemplo de ello. Murakami era muy famoso en Japón desde los setentas y acá fue un escritor en boom, gracias a esta novela ligera, simple, bella y precisa. Con esa precisión de conocerse, de entender una época desde el alejamiento temporal. Casi como la misma literatura que propone el amigo de Watanabe. La pregunta es ¿la literatura debe tener algún tipo de validación, más allá de las ventas, del tiempo o su permanencia? ¿Se la puede medir desde la pertinencia? No lo creo. Aunque a veces, impulsos viscerales y hasta intelectuales nos pidan algo incomprensible, algo que no existe. Entender el para qué. Y es que no hay sentido alguno en la experiencia misma de la literatura, de la escritura o la lectura. Desde una lógica desnuda, no sirve para nada. Es un divertimento, un pasatiempo, un intento de materializar el pensamiento y las ideas (como lo es la filosofía). La literatura es el reflejo de ese bien preciado tan esquivo que es el mecanismo de articulación de la vida. La literatura es una verdad. Los libros, los cuentos, las novelas, contienen una verdad en cada página. Es el descubrimiento de esa articulación, de esa fórmula, de esa mezcla extraña que es la vida lo que nos maravilla cuando leemos una gran novela. Porque en la cotidianidad nada calza tan perfecto, nada es infalible ni tiene un sentido determinado. Mientras que en una novela, hasta dentro del error y el fracaso, hay una lógica infalible. Hay una explicación del mundo, de las ideas, de las pasiones. En las manos del escritor la sinrazón de la existencia deja de serlo, al ser sobreexpuesta, al llevar la mimesis de la vida a otro nivel. A uno más puro y delineado. La literatura es un exorcismo a la vida. Nada más.

Por eso quizás, y articulándolo con las palabras de Juan Carlos, es que he decidido leer todo libro que llegue a mis manos manera de obsequio, aunque ya lo haya leído previamente. Uno, porque hay vida ahí adentro y el objeto-libro debe vivir para siempre. La única manera de conseguirlo es leyéndolo o releyéndolo, si cabe. Y dos, porque sí, de las oportunidades hay que tomarlas todas. Casi como un sí a todo. Total, qué más hay si no.

Toda la escritura de este texto estuvo acompañada por la música de Stereo Total, cuyas melodías y letras son como una especie de juego de niños con cierta extrañeza a veces un poco perversa. Un poco de electro-clash y electrónica. Una inocencia por decisión sabe un poco amarga pero tiene su encanto. Dos álbumes: Musique Automatique y Do the Bambi.

1 comentario:

Alfonso dijo...

escribes-piensas- con una perspicacia rechula si si leer a traves de la historia de un pensador virtual y porque no eres mexicana