Ídolo

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Morrissey

miércoles, abril 29, 2009

El poder astringente de la tragedia o lo que vendría a ser lo mismo, el poder astringente de la epidemia.


Ya llega, ya viene. La gripe porcina entrará por el aeropuerto, donde todos visten máscaras delicadas de un papel que parece tela pero no es tela. ¿Será que eso les/nos protegerá frente a un virus mutante, de cepas desconocidas mitad humanas, mitad animal? En el Hospital Eugenio Espejo los sospechosos moqueantes entran de dos en dos. En México ha habido veinte casos mortales, entre una población que supera los 103 millones. -Con comentarios-. Me pregunto, ¿Se trata en verdad de una pandemia? ¿Las personas que vengan desde México a Ecuador, por esas casualidades del destino, justo serán las contagiadas?

Todo parecería indicar que la explosión demográfica y el avance tecnológico, por lo tanto, el mejoramiento de la supuesta calidad de vida, van de la mano, y con la reacción de las autoridades mundiales, a primer esbozo se sobreentendería que en los actuales tiempos se valora más la vida humana. Y cuando digo la vida, me refiero a UNA vida, la individual. Por lo tanto, el individuo supuestamente ha adquirido mayor importancia y protagonismo. Todo esto me viene a colación porque recuerdo las pandemias históricas, las pestes bíblicas, en las que no morían veinte, sino cientos y miles. Y claro, estaría redundando en el absurdo y en la incapacidad analógica desde el punto de vista de los alcances humanos frente a la ciencia y la tecnología, pero… ¿Una mascarilla en verdad protege tanto como para frenar un embate perverso de natura? ¿A este artefacto tan simplón se le puede considerar el gran avance tecnológico y de progreso científico? Sé que detrás de las medidas de prevención aparentemente básicas y simples hay (o debería haber) planes de contingencia frente a un brote epidemiológico, que lo que buscan es crear cercos y contener el avance del virus, además de la importación masiva de retrovirales, etc. Pero entre eso y la cuarentena del siglo 17, la cal en las calles e incluso el venenoso DDT usado hasta mediados del siglo 20, sinceramente no veo un gran avance. Quizás la acción de pánico, o la respuesta paranoica, por su rapidez, sirvan de bastante para contener el avance de la epidemia y así evitar la temida pandemia. Veinte muertos es un número suficiente de muertos para que el mundo se sienta amenazado. Una guerra mata 200.000 civiles y su heroica inmolación obedece a otras leyes terrenales. La voluntad del hombre sobre la muerte es un tema verdaderamente retorcido e ilógico. Y en este punto recuerdo las palabras de Ramón Sampedro, el tetrapléjico que sirvió de personaje para la película Mar Adentro de Amenábar. Para él, el ser racional inclina su lógica hacia la dignidad y aborrece el sacrificio inútil, el sufrimiento estéril. Cree que el sufrimiento prolongado es siempre estéril, por lo tanto el heroificar el dolor es una manera de dominación del débil, por parte de las “castas” dominantes, llámese estado, iglesia. En el libro que publicó antes de ejercer su derecho a morir dignamente, él analiza esa contra-lógica del ser humano: el permitir legalmente el asesinato (en el caso de la guerra por ejemplo) y por el otro lado, el aborrecerle por querer acabar con esa no-vida que él le llama “el infierno”. Precisamente su libro se llama “Cartas desde el Infierno” y más que una autobiografía, es un compendio de cartas y poemas que narran su situación, su ideología, su postura frente a la vida y la muerte, y su lucha por hacer prevalecer su voluntad.

Ahora, ¿Qué tiene que ver todo esto con la gripe del chancho? Todo y nada. En apariencia, el hecho fortuito de quedar tetrapléjico está bastante lejos del otro hecho fortuito que significa ser contagiado por una peste. Pero el hilo conductor está precisamente en lo inevitable. La existencia humana se caracteriza por ser un cúmulo de arbitrariedades preconcebidas y otros hechos aleatorios que entran dentro de una lógica paralela, los cuales llegan sin previo aviso y son capaces de cambiarlo todo sin que podamos hacer nada. Ahí está la relación. Nos rompemos la cabeza y armamos esquemas de vida que se acerquen a la perfección, desafiando al azar constantemente, y aún no podemos con él. La casualidad nos supera. Hay que aprender a entender y aceptar lo inevitable como parte de la vida. Como Sampedro, que jamás imaginó que lanzándose un día al mar iba a perder la movilidad de todo su cuerpo, así la vida a veces llega con empujones que te sacan del carril y no hay más remedio. Epidemias han existido desde siempre, la gente ha muerto por cantidades incontables, pero aquí seguimos. Muchas de estas hecatombes han servido para virar el timón de la humanidad, la tragedia tiene su poder después de todo, es capaz de despertarnos del sueño narcótico de la mismidad. El problema que tenemos es que cada día negamos más la muerte y prácticamente la prolongación de la vida se sustenta sobre la artificialidad. Aunque la vida misma es un artificio.

Así que, si llega la peste, no digo que no hay que protegerse, si no que no hay que verla como una amenaza hacia la humanidad, sino como parte de ella. Somos cuerpo y germen en constante pugna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo, si bien he de confesar que no he leído entera ni una sola noticia de la peste porque la aunténtica peste son los medios de comunicación y las personas que manejan sus resortes.

Oye, y con lo rico que está el chancho...