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Morrissey

lunes, abril 13, 2009

La tormenta de mi vida


Hoy cayó la peor tormenta de los últimos tiempos. Los rayos furiosos tronaban unos tras otros y desde el octavo piso en el que me encontraba parecía que en cualquier momento iban a hacer estallar el edificio, mi computadora, o mi cabeza. Tuve terror y apagué todo; y aunque quise alejarme de la ventana para -según yo- protegerme un poco mejor, me quedé viendo el espectáculo. Temblando la ventana, temblando yo.



Pensé en Benjamin Franklin, para variar.



Una alcantarilla colapsó en un segundo, en la avenida Eloy Alfaro. Lo pude ver desde mi ventana, era como el brote de lava de un volcán el agua que salía. La gente se aloca cuando llueve y la ciudad se vuelve tarada -aún más de lo que ya es-. Todos quieren avanzar a empujones en sus autos y quieren matar al de adelante, al alcalde, a Dios, o a quien sea el responsable de semejante barbarie. Los semáforos de algunas calles dejaron de funcionar y la menospreciada ley del más fuerte, o del más arrojado, o del más grosero, se impuso.



No quedaba otra, debía esperar a que pare un poco de llover para salir del cubil. Cuando lo logré, tenía media hora para llegar al aeropuerto y llevaba una hora atascada en el tráfico. Necesitaba comer algo primero porque antes no había podido por la tormenta. Lo hice y regresé al infierno lluvioso y viciado de las calles de mi linda ciudad. Metrobus o un remedo de bus rápido. Un bus que para en cada semáforo no puede llevar el prefijo metro. Era la única solución para llegar a tiempo, ya que tiene carril exclusivo y en efecto termina siendo más rápido que cualquier otro transporte.



Mi desesperación era porque había estado buscando esa entrevista desde hace dos semanas. Había ido una vez antes en vano. Tras mil llamadas por fin se concretó lo que sobre todo era difícil por la ineptitud e imposibilidad de una comunicación sincera, y porque este funcionario a quien debía entrevistar, actualmente se encuentra en el ojo del huracán por el asunto aeropuerto.



Ese día hice todo lo posible por llegar a tiempo y no permitir que el hombre se me vaya a una de sus mil reuniones. Pero, cuando llegué, mojada, jadeante, despeinada, con los ojos abiertísimos, casi empujando a las mil gentes que iban a despedir a sus emigrantes: "El señor no está, no llega todavía, si gusta esperarle". Claro, yo espero.



Hora y media de espera y nadie se mosqueó siquiera. No sé por qué siempre insisto en olvidar la impuntualidad y el incumplimiento que nos caracteriza como sociedad. Alquien me decía que en asuntos laborales si una persona te dice: "apenas sepa algo, o tenga tal cosa, o llegue tal persona, o le consiga la información, yo le llamo", quiere decir en realidad: "vea, no joda, no quiero hacer lo que usted me pide, es imposible, es inútil intentarlo, o me da pereza". Pero yo siempre caigo en el juego de los "yo le llamo", y eso, a la par me hace sentir más cojuda y más humana. Cojuda porque es tonto creer que la gente acá va a cumplir con su palabra, y más humana porque me hace pensar que no he perdido la fe en la gente. O en la palabra de la gente. Porque para mí, sí o sí, todo lo que se dice es una verdad o contiene una.



Lo único bueno de todo este juego de tonteos, hueveos y confianzas truncas, ha sido el encontrarme con gente que me ha asegurado que me va a devolver la llamada y sí lo ha hecho. Y cuando la he recibido, ha sido una gran sorpresa y he expresado mi desmedida gratitud al cumplido y corecto ser. Lo cual no tendría por qué ser así, ya que eso debería ser lo más común en el trato social o laboral. Por citar un ejemplo emparentado de cerquísima con este post. La señora de comunicación de esta entidad aeroportuaria -a la que estuve hostigando amablemente para que me consiguiera la entrevista- me decía todo el tiempo: "no está pero voy a hablar con él". Un día por fín me dio la cita de una forma tan simple que dudé en abundancia. Le pregunté y le repregunté varias veces mientras ella me decía: "sí, no se preocupe, ya está todo arreglado, mañana a las diez".



Yo, confiada en sus palabras de aseguramiento, llegué al día siguiente a las diez en punto. Oh sorpresa siempre esperada. No estaba el jefe, no estaba ella. No había nadie que me diera razón. "No sabemos a qué horas llega", fue la única respuesta que obtuve y unos inquisidores: "¿pero está segura de que le confirmaron la cita?". Sí, la señora tal me lo aseguró...



Regresé a mi oficina a intentar comunicarme con la señora tal y para mi sopresa me salió con un: "Ay, ¿usted fue hoy? no me diga, es que tuve que salir". Pero usted me aseguró la cita. "Ay es que el señor Kgjdfgdf tuvo reunión y recién nos enteramos ayer". Pero yo le llamé ayer. "Sí pero fue luego". ¿Y por qué no me avisó? "Porque usted no volvió a llamar". No tenía por qué hacerlo, usted me había confirmado la cita. "Es que no tenía su número". Se lo dí ayer. "Ay, creo que lo perdí".



Luego me dijo que no me preocupara, que en media hora el señor saldría de su reunión, que está muy interesado en esta entrevista y que me conseguiría para el día siguiente sin falta la cita. Porque se venía el feriado y el jueves era el único día posible. Una hora más tarde yo volvía a llamar, pero el señor no salía aún de su reunión. Aquí es en donde entró mi cojudez y mi tonta confianza. "Mire, déme sus números, yo le prometo que apenas salga el señor Kkgfkjg, le concerto una cita y le llamo". ¿Seguro me va a llamar o mejor le llamo yo? No, le aseguro que le llamo en una hora. La llamada nunca llegó. Vino el feriado. Ya nada.



Hoy, para completar el colmo de los colmos, vuelvo a llamar a la señora y le digo: llamo a molestarle otra vez. "Pero qué pasó, estuvimos esperándole el jueves y nunca vino". ¡Qué! P-p-pero... usted quedó en llama... "No, yo le dije que la cita era en la tarde, ya estaba confirmada". Usted nunca me dijo eso, dijo que me llam... "No, yo ya le había confirmado y usted no vino". ¡No, yo esperé su llamada en vano!... "No, yo le dije que..." Y así casi al infinito.



Exijo una explicación.




P.S: Finalmente logré la bendita entrevista después de dos horas de espera. Paciencia, oh paciencia...



3 comentarios:

Anónimo dijo...

En gran parte toda la ciudad funciona de esa forma, se podría decir que son defectos culturales de las sociedad....
es casi imposible encontrar algun "desesperadito".. que cumpla con la simple normativa de ser sincero con el resto.. y decir.. no puedo, no tengo, no hay, no viene, no hay como.. etc...
me da risa lo de.. 'es que no volvio a llamar "....
Estúpido pueblo miserable.. desde ese tipo de situaciones parte la pobreza de este corralito.... es igual.. una mancha mas al tigre.. claro que este tigre parece.. ya una sola mancha de tantas que tiene..
en fin.. u buen día..

Mr. H3rv45 dijo...

Jajajaja, fuiste muy tolerante con ella de cualquier forma. Aquí hay gato encerrado.

Anónimo dijo...

jajaja....