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jueves, abril 30, 2009

Y el ganador es...

Leyendo el veredicto en el Minsiterio de Cultura


Es extraño, o quizás digno. La gente odia perder y estar frente a la evidencia de la derrota. Pero a muchos les mueve más la posibilidad, o la esperanza de ganar y por eso asisten a las entregas de premios. O quizás en muchos casos es una actitud “polite”. Hoy en la mañana se dieron a conocer los nombres de los ganadores del Sistema Nacional de Premios, patrocinado por el Ministerio de Cultura. Hubo asistencia, no tanta como uno podría imaginarse, la mayoría de implicados o concursantes talvez no se enteraron del evento y por eso no asistieron, quién sabe. Muchos de los ganadores ni siquiera estaban presentes, sobre todo los del premio César Dávila Andrade, el cual consistía en una beca de 2mil dólares durante un año, para la creación literaria. Los seis nombres que se escucharon, en su gran mayoría, son sinónimo de una larga trayectoria en las letras. Jorge Dávila Vázquez, Juan Valdano, Gabriela Alemán, Jorge Martillo, Huilo Ruales y Carlos Vallejo (no tan conocido como los anteriores, pero con su recorrido en poesía) fueron los beneficiados. No hay nada que juzgar ni criticar en este aspecto, las bases eran claras. Se buscaban escritores de reconocimiento, trayectoria y obra publicada. La elección me parece justa dentro de esos términos. El problema viene por otro lado, pero dejémoslo para luego.

Esta fue la primera categoría leída de las once convocadas. Había bastante incredulidad en el ambiente. Como que los artistas, escritores y creadores concursantes aún no podían creer que por primera vez en la historia de este país se premiara “porque sí” la obra artística que tradicionalmente ha sido considerada inservible. Y digo “porque sí” debido a la postura oficial tradicional frente a la cultura, en la que hasta hace poco, era impensable y absurdo “regalar” plata al artista. Por ese motivo, creo que este es un gran avance y un buen momento para el arte y las letras nacionales, pese a no estar totalmente de acuerdo con el escogitamiento de las categorías convocadas, las cuales tenían más de un error en sus bases y concepción, no obstante, vale por demás la pena la existencia de un sistema de premios de este tipo.

Estos errores de los que hablo se hicieron evidentes hoy, cuando los convocantes anunciaron que se declaró desierto el concurso Música de los Andes, el cual iba a premiar una categoría sin mucha acogida, una especie de música folklórica que además curiosamente tenía como cinco subcategorías con varios premios cada una, las cuales desde un principio me parecieron fuera de foco. Este era extrañamente el apartado más extenso, pues los otros constaban máximo de tres premios por categoría o de premio único. Hay que decir las cosas como son: Pueblo Nuevo. No diré más. No obstante, al exministro le salió el tiro por la culata pues se vio que no tenía sentido esta categoría y sus subdivisiones. No hubo ganador porque, al parecer, nadie participó. Me pregunto ¿A qué obedeció la tontería de poner tantos premios en un género al que ni siquiera a sus creadores les interesa participar? No tengo respuesta.

Ahora, más allá de estos tropiezos, insisto en la buena voluntad del premio, si bien es cierto, muchas categorías que podrían ser importantes quedaron fuera. Me refiero, por ejemplo, al arte contemporáneo. Hubo premios para teatro, literatura, novela, ensayo, danza, pintura, fotografía, música popular y música contemporánea, pero ¿qué pasó con el resto de manifestaciones artísticas que pueden tener cabida? ¿Porqué, por ejemplo, en vez de poner un apartado absurdo como el de música de los andes –que nunca se entendió qué mismo era- no se puso una categoría más popular y abundante como la música urbana, en donde entrarían diversos géneros como el pop, el rock (y todas sus variantes), el jazz, el metal y demás fusiones?

En fin, lo bueno de todo esto es que se hizo un mea culpa y se reconoció que las bases tenían falencias, que los jueces habían hecho observaciones y que en futuras ediciones se tratará de pulir errores. Esperemos que así sea.

Ahora, frente a la incredulidad de casi todos los ganadores, a lo inédito y maravilloso de ganarse 30mil dólares –que vienen del estado- por una obra terminada, como es el caso de Peky Andino en la sección Dramaturgia, Lucho Pelucho Enríquez, en Música Contemporánea y Juan Caguana en Pintura, queda la decepcionante reflexión de lo mal que estamos como germinadores de cultura. Y con esto no descalifico a los premios que ganaron, por cierto, varios amigos míos y que me alegro inmensamente, si no que retorno a esa incredulidad para entendernos como sociedad básica. Sospecho y huelo un aire de paternalismo y premio consuelo. De lado y lado. Sí, en parte es un “ya era hora” pero, por otro lado -y es el decepcionante- está la poca naturalidad y la absoluta impostación que se percibe en la entrega de estos premios, que en cualquier sociedad respetuosa del arte y la cultura, apenas serían normales y comunes. Nada de subsidios, ni de qué-más-quieren-que-les-estemos-dando-plata. Tal vez peque y me equivoque al discernir el talante de los dadores, no obstante, los recibidores también actúan de esa manera. Muchos, los grandes, los que tienen nombre, no asistieron porque sí (o tendrían mejores cosas que hacer). Parecería que aún piensan que el pastel siempre va a ser para unos pocos. Pero en realidad no fue así y eso aún es lo más alarmante.

Tengo las estadísticas de los premios. Cuántos concursantes por categoría, cuántos por provincia. Y analizando eso, las probabilidades de ganar eran realmente altísimas porque -y es triste decirlo- la participación fue bajísima en todas las categorías. En unas más que en otras. Esto nos remite a un problema más profundo y a una pregunta simple: ¿Por qué no participó más gente? Posibles respuestas: por incredulidad, por desinformación, por pereza, vagancia o esclavitud laboral, o porque simplemente es un país de pocos creadores. El puntos substancial es que se trata de un país que no ha desarrollado las humanidades y las artes, es lamentable decirlo pero es un hecho. Y hay que confrontarlo con otro suceso para entenderlo en su verdadera dimensión. En las primeras convocatorias que lanzó el Ministerio de Cultura en el 2007 participaron cientos, y ganaron 300 proyectos de cualquier cosa. De esos, pocos son los que han visto la luz o tenemos conocimiento. ¿Por qué la participación masiva en esa convocatoria y la pobre de ahora? Simple, por algo que se conoce como rigor. En esa convocatoria las bases eran simples, no debían presentar nada hecho, todo estaba por hacerse. Era el perfecto escenario para el soñador. Ahora las cosas cambiaron, mal o bien, hubo bases claras y la mayoría de premios pedían obra terminada, trayectoria, calidad… Ups, ahí entramos en un problema. ¿Cuántos son los escritores, artistas, intelectuales, creadores a nivel nacional que cumplen con ese requisito? Pues ya se ve, son tan pocos que las dos manos bastan.

Podría pasarme horas argumentando las causas de este problema social que nos aqueja (sí, lo es aunque no lo crean), los motivos de nuestra desazón frente a la cultura, las letras, las artes y el pensamiento, pero creo que no es momento para llorar sobre la leche derramada sino para tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos todos como sociedad. Es nuestro deber ser partícipes activos de la cultura, no sólo del estado. Sin público el teatro muere, sin lectores, la literatura agoniza. Es una responsabilidad de lado y lado, y creo que ahora es el momento de ser generadores de cultura. Aprovechando el apoyo estatal, que espero sinceramente que dure para siempre, y proponiendo y poniendo en práctica verdaderas reformas curriculares que refuercen las artes y las humanidades desde la escuela. Hay que generar creadores y públicos como política de estado, y desde políticas públicas y privadas. Es menester hacerlo.

Del mismo lado, el otro punto que preocupa es la escasa participación de provincia. Quizás se deba también a un problema de difusión (incluso en Quito), pero creo que el punto central es que en el resto del país la escasez de producción cultural es vergonzosa. Recientemente estuve de visita en una ciudad del norte, en donde desde hace años no existen cines (¡!) y los eventos culturales existentes (por celebraciones cívicas) se llevan a cabo con artistas quiteños contratados. Esto es un modelo que se repite en mayor o menor medida en varias ciudades y se ve reflejado en la lánguida participación de provincias en esta convocatoria.


Según las estadísticas, en el premio de pintura, 34 fueron participantes de Quito. El resto de provincias (8) tuvieron entre uno y cuatro participantes, salvo Imbabura con nueve. Nótese que este fue el premio con mayor número de aplicantes y con más provincias inscritas.

En el caso, por ejemplo, de la beca a la creación literaria, participaron apenas 16 personas de las cuales, 7 son de Pichincha, 3 de Guayas, 2 de Loja, y de Bolívar, Cañar, Cotopaxi e Imbabura, apenas una cada una.

En general, en todas las categorías los concursantes van de 20 a 25 +/-. Y en la de dramaturgia, sorprendió (aunque poco) el hecho anunciado de que hubo un solo participante, quien, según se dio lectura en el veredicto de los jurados, fue premiado porque su obra era de calidad y básicamente se lo merecía. En producción teatral hubo 25 participantes, lo cual me deja nuevamente pensando. Hay tantos grupos de teatro -sobre todo en esta ciudad- pero una escasez de dramaturgos. ¿A qué nos estamos enfrentando, entonces? ¿Facilismo? (Es mejor y más fácil montar obras de dramaturgos internacionales, hacer monólogos o la famosa creación colectiva, que trabajar textos propios con el rigor de la dramaturgia). Las bases prohibían claramente los monólogos (extrañamente abundantes por estos lares) y solicitaban obras con por lo menos tres personajes trabajados. Con este dato podemos tener una pequeña idea de la situación de la creación artística en nuestro país, creo que no necesito decir mucho más.


Es muy generoso e incentivador contar con un sistema de premios de este calibre. Es realmente una gran oportunidad para la cultura del país. No obstante, es responsabilidad de todos estar a la altura de las oportunidades y no hacer de este incentivo un subsidio paternalista “de cualquier cosa”. Hay que pugnar por generar más y mejor producción artística o intelectual. Hay que apuntar a la calidad, al respeto al público y a la contribución sólida y real a la construcción cultural del país. Con esto no descalifico lo que ya se ha hecho y se está haciendo, para nada, pero aún falta más…

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