Ídolo

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Morrissey

miércoles, marzo 02, 2011

La memoria me traiciona- Mal Timing


Así perdono todo. Hoy chateaba con alguien que fue mi novio, amante… o algo. Había olvidado casi por completo los pormenores de una relación que habría durado a lo máximo unos dos meses. No habíamos hablado en por lo menos tres años. Él ahora vive en otro país y yo sigo aquí –eterna mea culpa-. En mi cabeza no habían más recuerdos que su vehemencia al hablar –violencia verbal le dije- y una escena sexual algo torpe entre dos personas que querían controlar sus instintos por motivos dogmáticos. Sí, como lo leen: dogmáticos. Ni antes ni después había actuado de tal forma en mi vida, como él mismo decía: llegó en el momento menos adecuado… Menos adecuado para tener sexo conmigo. Porque por esos días un camión había arrollado mi cabeza y yo había quedado repitiendo letanías. No, soy injusta. La verdad fue un tiempo necesario para mí, de mucho aprendizaje, pero no quiero predicar, ni más ni menos. Por eso me quedo en el encuentro sexual torpe, con un muchacho de 26 años, que –hoy acabo de re-enterarme- me tenía como la segunda mujer con la que había estado. ¡Wow! ¿Cómo pude haber olvidado algo así? Me dije. ¿Cómo pude haber olvidado que él era un cuasi-virgen, semi-monaguillo y que nuestro mayor suplicio era la continencia sexual?


Pues así fue. Y hoy lo recordé. “Sólo sé que peleábamos, pero no sé por qué”. Por cierto, ¿Por qué peleábamos?, le pregunté… Pues por eso mismo, por mi entonces vocación puritana –sí, aunque no lo crean-. Y por la suya, también. Se trataba de qué se yo, limpiarse, purificar el cuerpo, el alma, y cuántas batraciadas más que se me ocurrieron en un momento de delirium tremens, que por supuesto, él también alimentaba. Porque sí, ahora lo recuerdo… creo que hasta estuvo cinco años en una casa del Opus Dei, listo para ser numerario o cura… Y yo estaba allí, en la edad del suicidio (Janis, Jimmi, Kurt) con un muchacho de ojos verdes y un volkswagen rojo, que llegaba al cuartucho que yo alquilaba junto a una iglesia y que dice –hoy me cuenta porque yo no lo recuerdo- que habremos tenido sexo unas dos veces y que el resto de tiempo nos pasábamos frotándonos de lindo, en la más delicada de las torturas: el sexo sin sexo.


Lo había conocido después de misa. Yo me acercaba para tocar una estatua de una virgen y cuando regresaba para salir de la iglesia, un muchacho mezcla de niño y hombre me miraba insistentemente, junto a una chica –su hermana- con una pierna enyesada y muletas. La imagen me pareció tan bizarra que no la olvido. Él sólo sonreía irónicamente, mientras yo pensaba que seguramente él pensaría que yo era una niña tonta que creía en estatuas de madera. Luego tengo sólo nubarrones y una escena en la que, mientras el cura dictaba “la paz esté con todos vosotros”, él me besaba casi en la comisura de la boca y me dejaba la alarma prendida. Luego, sólo besos en el portal de mi casa, una enfermedad –paperas- y un final borroso que él aduce al temor de su enamoramiento… ¿De quién te enamoraste? “De ti pues”.


Así que hoy, años más tarde, y después de darme cuenta de que esta era una historia entrelazada en tres historias más -como una película- empiezo a recoger los pedazos de memoria desde la ligereza de los años, el perdón por simple olvido, y como recogiendo los pasos, añorado aquello que no pasó porque como me diría el muchacho de ojos verdes y volkswagen rojo: falló el timing…

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