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miércoles, marzo 09, 2011

No quiero ser carishina


Respecto a lo dicho por Michelle Bachelet: “Las mujeres no volveremos a la cocina”, tengo que decir, o mejor dicho, confesar que: me encanta cocinar, pero no siempre me sale bien. A veces me salen unos menjurjes incomibles que me los tengo que tragar sin chistar porque no tengo a quién más reclamar. Otra cosa envidiable también es cocinar para alguien más, porque no hay placer culinario más exquisito que ver gozar a otro con lo que hemos preparado. Y pese a todo, pues sí, entiendo en sentido figurado a la señora Bachelet, porque luego de lo que le costó a su generación ganarse espacios reservados a los caballeros, sería un contrasentido volver a nuestra trinchera original: la cocina. Lo cierto que es que la doña ex presidenta no se puso a pensar en la generación contigua, la cual ya nació con el membrete de: “no puedes ser ama de casa, no seas vaga”.


Yo nací en esa generación, la de mujeres a las cuales la liberación les llegó por añadidura, sin haber luchado ni peleado por nada. Ni por votar, ni por estudiar la universidad, ni por conseguir un trabajo fuera de casa. Y lo soy tanto así, que cuando me di cuenta, ya estaba metida hasta las patas. Me convertí en una feminista sin querer serlo. Una para-feminista que se queja tanto de tener que cocinar como de tener que trabajar. Porque damas y caballeros, lo que molesta al ser humano no es la estigmatización de los roles (hombre trae el pan, mujer a la cocina) sino los roles por obligación. Y hoy señoras, las mujeres tenemos que trabajar por obligación, sí, así como cualquier otro ser humano (llámese hombre) y de la tal liberación femenina pues a veces parecería que en una sociedad como la nuestra, lo único que conseguimos fue cargarnos de más deberes y de casi ningún derecho. Nuestro deber es ser independientes económicamente hablando, pero todavía salimos a la calle y somos violentadas con piropos grotescos. Por no decir, “aún somos asesinadas” por maridos desquiciados y machistas que fríamente aducen “tratamientos psiquiátricos” para justificar su terrible crimen. Hay una gruesa línea roja entre el respeto que un hombre le puede tener a otro hombre, y el que un hombre le tiene a una mujer… si es que lo tiene.


Quizás por eso es que fui criada para ser una carishina y hoy me esfuerzo por no serlo. Pues luego de años de analizar las escondidas motivaciones por las que mi madre –una mujer tradicional a más no poder- no me enseñó a ser mujercita, comprendí que uno de esos motivos era no ser ella: cuidar hijos por montones, cocinar siempre rico y limpiar infinitamente la casa. De mi madre no aprendí nada de lo que una mujer debe ser, pero tampoco de lo que una mujer no debe ser. Por eso soy una dama en construcción, pues me ha tocado reaprender, reenseñarme, reconstruirme. Y sospecho que no soy la única. Y también sospecho que a los hombres les ha pasado lo mismo. Han tenido que reacomodarse a esto de los nuevos roles tergiversados, y la verdad, para nadie ha sido fácil. De ahí los contrasentidos. Algunas quieren ser libres e independientes económicamente pero todavía quieren un hombre macho protector. Pero el hombre macho protector querrá una mujer dócil y sometida, lo cual muchas veces no concuerda con esa mujer que sale a la calle a ganarse el pan. Y así hay miles de combinaciones indescifrables. Esperemos que la vida nos vaya enseñando a acomodarnos.


Señora Bachelet: yo por lo pronto sigo cocinando más por necesidad vital que por otra cosa. Literalmente me cocino diariamente para no comer cucarachas… si no, pregúntenles a mis compañeros de trabajo…

1 comentario:

Unknown dijo...

muy sabio. un hombre ex-carishino se da cuenta de ello