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Morrissey

jueves, octubre 19, 2006

La empresaria taurina

La empresaria taurina llegó tarde y vestida de blanco. Era distinguida, de mediana edad pero muy bien cuidada, y como si esto fuera poco, era encantadora. Sí, ella es la excelente empresaria, mezcla de relacionadora pública con reina de belleza. Me recibió tan cálidamente que yo me quedé fría al lado de su abrasiva sonrisa. Mis manos heladas, las suyas perfectas. Su piel era de un bronce fino en el que yo clavaba mis ojos cada segundo, para descubrir alguna falla en la tonalidad. No había fallas. Solo había arrugas que curiosamente no opacaban en demasía su belleza. Es extraño pero en algunas mujeres de razgos caucásico-mediterráneo (cara fina y ovalada, nariz respingada y larga, pómulos huesudos) las arrugas no llegan a destemplar sus razgos. Ella era el perfecto ejemplo de eso. Aunque quizás se deba en parte a la bien estudiada posición de su cabello, un rubio mate alisado meticulosamente y peinado con volumen.
La empresaria taurina no me conocía pero me trató como si fuera su amiga de años. Yo perdí el habla coherente y me porté como un infante con libreta de periodista. No sabía por qué me pasaba eso, pero tampoco llegaba a sentirme mal por mi postura recién nacida frente a ella. No. No era eso. Era más bien como una sensación que se volvía la réplica interior de una señal -hasta el momento idescifrable- que ella me enviaba. En fin, decidí ser débil y novata, no por elección propia. Ella me vió así y yo me convertí en eso el mismo instante en el que me miró con sus ojos delineados de azul dentro de unas cuencas prominentes. Prominente. Eso era ella. El ser más polite que he conocido en mi vida. Solo que lo polite de su ser sería acaso su mismo ser, pues jamás he hallado a alguien más natural en el trato social políticamente correcto. Claro, cero protocolo, cero formalidades, pero a la vez cero guachafería, cero falta de estética y roce. "Oh, he hallado el equilibrio perfecto". Qué correcto ser humano encontré hoy, qué fluir, qué manejo escénico. No tengo quejas. No tengo quejas y es increíble que una yuppie aniñada me haya caído tan bien. Porque ella pertenece a "las familias" quiteñas de alcurnia...
Bueno, para acortar la historia, me dio toda la info que necesitaba y lo hizo, pues, de una manera perfecta. Y mientras me daba toda la atención, cerraba todas las llamadas que recibía y yo seguía mirando su bronceado, su pelo, sus ojos y la blusa blanca que llevaba. Pulcritud. Yo no necesitaba casi preguntar nada porque ella parecía conocer todas las preguntas y me daba las respuestas antes de que yo pudiese terminar la frase tartamuda y llena de muletillas.
-Cómo te explico, al toro le sacan el semen después de muerto con un aparato que es como una ventosa...
-Una succio...
-Bueno, vos todavía estás muy niña para eso, pero cuando tengas hijos los médicos te aconsejarán sacarte la leche con un aparatito que tiene una ventosa y lo bombeas.-
-Ahhh....
Muy niña. Ahí estaba la clave que más tarde se reveló por completo. Al pasar los minutos la conversación se fue volviendo personal, me contó cosas de su vida y hasta me aconsejó que ahorre plata para ponerme tetas. Sí, así lo dijo, literal. Ella ya lo había hecho hace dos años y me contó que luego de un año se costumbró a los bultos. Todo esto vino a colación porque ella decía que las mujeres guayacas son más exhuberantes y guapas que nosotras, y que todas tienen puesto tetas. Mmmm.... Ja ja. ¿Será de no quedarse atrás? Ja ja. Yo por supuesto, en un vano gesto polite, le dije que no lo haría porque tengo miedo a las cirugías, a lo que ella me respondió mostrándome su oreja: ¿Ves este corte? Pues ésto me dolió, la cirugía no. El hueco de la oreja se le había razgado por usar aretes demasiado pesados...
Entonces llegó la hora de la verdad y en serio que no me acuerdo cómo llegamos a este punto, aunque no es muy difícil de imaginarse. Me dijo que tenía cuarenta y cuatro años, a lo cual yo respondí: -política y verdaderamente- ¡No aparentas! Plin. Diez puntos. Pero lo siento, era la verdad. Siento mucho no poder ser más demagógica en la vida real. Luego ella, para volverlo más aún de Rippley, me dijo que tenía hijos de mi edad. Yo pues le miré girando mi cabeza de izquierda a derecha. No lo creo.
-¿Cuántos años tienes tú?
-Veinte y siete
-¡Quéee!
-Sí.
-Pero si eres un bebé. Yo pensé que tenías a lo sumo diecinueve.
Y bla bla bla. Hasta me apostó que vaya a comprar cigarrillos o trago en algún lugar decente y de seguro me pedirían identificación ¡Para saber si soy mayor de edad! ¿Deberé sentirme halagada por esto? Qué paradójico es mi rostro. Yo incluso le conté que me han dicho señora cuando estoy con mi sobrino, pero para ella, pues yo era eso: Un infante novato.

Bueno, no tengo conclusión. No sé qué más decir. Eso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Dal, esta crónica de la entrevista con la empresaria me remite al tema que obsesiona a las mujeres, ese de ocultar la edad, por ejemplo. Yo creo que tengo un problema. Siempre he querido ser y verme más vieja y creo que es por la falta de credibilidad que te imputan cuando dices tu edad. Yo tengo 32 años y cada vez que tomo un trabajo me dicen : "uy, pero si eres una niña". Puta madre, creo que tendré 50 y seguirán diciéndome la misma huevada! Oye, pero cuando describes a esta mujer es cierto, es impresionante como algunas mujeres son casi perfectas, en ese sentido de cuidadas y de no aparentar el paso de los años. Es sorprendente de verdad.
Y sobre las tetas, pues yo no sé por qué hay esa obsesión por tenerlas grandes. Yo las tengo grandes y preferiría no tenerlas. Es extraño.

Anita dijo...

buen testimonio Dal

Dalila dijo...

Mirabella,

Pues yo también las prefiero chiquitas. Aunque en mi caso no llegan ni a pequeño, pero bueno, ya ni modo. Je je.

¡¡¡Jajaja Miguel Antonio!!! Qué buena te salió esa. Me has hecho reir bastante. Gracias porque el gárgamel amargado estaba queriendo instalarse por más días en el hotel de mi cerebro.

Gracias Anita y por la visita también.

Saludos,

Dal.