Ídolo
jueves, agosto 17, 2006
Ayer erupcionó el volcán. La peor emisión piroclástica y de ceniza desde que empezó la actividad hace como un mes o más. Yo en la noche no supe nada, aunque estuve dentro de la coyuntura social -en casa de unos músicos bien informados- al parecer mi instinto de supervivencia gregaria no fue suficiente para despertarme hoy temprano, con las noticias del día. Como a las once de la mañana, con la radio encendida y una olla constante con agua hirviendo, escuché la noticia. No me quise levantar aún, no me importó la rutina a cumplir. Escuché entre bocinas y escapes furiosos, que había al rededor de sesenta desaparecidos. Yo pensé inmediatamente en el Vesubio y esos cuerpos calcinados sorprendidos antes de desmoronarse. Puro polvo, centímetros de carbono uterino. Entre un hombre y su ganado, entre una mujer y sus asadones, una choza gris, polvorieta. Siempre hay polvo, da igual. Tragamos tierra todo el día, tenemos cuicas en el estómago. Un poco de polvo más no va a cambiar en nada lo que mis ojos ven cada día.
Sesenta desaparecidos, un cuerpo momificado... Pudo más la tecnología, claro, es obvio, sin la TV cómo iba a enterarse aquel pobre hombre de que su terruño estaba devastado por ese escupitajo seco. Sorprendido en plena fuga. Fuga mediática.
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