Alexa tiene cáncer y me lo dijo ayer, sin más, en las empanadas de la Carvajal. Yo al verla, no pude evitar que mis ojos resbalasen hacia la cicatriz de su cuello. Línea roja abusivamente trazada en su cuello blanco. En primera instancia, al verla algo ajada y extrañamente amable, pensé: Ésta loca buscó la manera más difícil de suicidarse o qué. Luego pude percibir, en segundos, una depresión de años que la había empujado a intentar desbocarse en su auto. Nada de eso. Era cáncer a la tiroides, enfermedad que hace un año había padecido mi madre, de la cual ya estaba bastante recuperada. Sin embargo, no sé porqué sentí que lo de Alexa era más grave, o quizás ella quiso ponérmelo así, a mí y al resto de gente que estaban en el lugar, puesto que hablaba casi gritando y mientras me contaba su tragedia se desplazaba a lo largo de todo el lugar, como para que nadie quedara sin escucharla. Lastimosamente éramos sólo tres, el vendedor, mi amigo con su perro y yo. Poco quórum para semejante dolor. Ni modo, nos quedó demasiado grande a los tres, o a los cuatro, ya que el perro pasó a ser protagonista cuando Alexa nos presentó su pequeño chihuahua, elegido como terapia anti depresión. Buena elección, veinte manejables centímetros de post angustia.
Yo también quise ser cordial y condescendiente hasta donde pude, puesto que no lograba sacar de mi cabeza, por más consejos de salud y esperanzas que trataba de darle, aquel día paralelo en el que nos encontramos en similares circunstancias, en una panadería. Ese día ella me saludó con tedio y no le emocionó para nada haberme visto después de diez años. Mi amigo -el mismo amigo de ésta vez- lo notó e incluso reparó en la incomodidad de aquel encuentro. Ahora ella era otra, más dulce y totalmente desnuda: Me dijo que siempre triste, siempre depresiva y siempre perezosa había ido a descubrir donde el médico por qué era así, y el resultado fue pues, el que ya conocemos.
Yo sabía que yo era una doña nadie en su vida, y que poco importaba que yo lo supiera, simplemente alguien ajeno debía saberlo, alguien que pudiera compadecerla lo suficiente como para quedar golpeado y llevarse aquella congoja de la que quería deshacerse. No eligió mal. Su yodo radioactivo me persiguió toda la noche.
Yo también quise ser cordial y condescendiente hasta donde pude, puesto que no lograba sacar de mi cabeza, por más consejos de salud y esperanzas que trataba de darle, aquel día paralelo en el que nos encontramos en similares circunstancias, en una panadería. Ese día ella me saludó con tedio y no le emocionó para nada haberme visto después de diez años. Mi amigo -el mismo amigo de ésta vez- lo notó e incluso reparó en la incomodidad de aquel encuentro. Ahora ella era otra, más dulce y totalmente desnuda: Me dijo que siempre triste, siempre depresiva y siempre perezosa había ido a descubrir donde el médico por qué era así, y el resultado fue pues, el que ya conocemos.
Yo sabía que yo era una doña nadie en su vida, y que poco importaba que yo lo supiera, simplemente alguien ajeno debía saberlo, alguien que pudiera compadecerla lo suficiente como para quedar golpeado y llevarse aquella congoja de la que quería deshacerse. No eligió mal. Su yodo radioactivo me persiguió toda la noche.
5 comentarios:
¿Alexa es la de la foto?
No
si no es alexa cual es exa?
Quien es alexa.Chío por dios me haces asustar
Tranquila Amaranta, no soy ni yo ni la Edic, ni la Rubena. Es tal cual, una ex compañera del colegio.
Yo tan me friquié!!!
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