Ídolo

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Morrissey

martes, agosto 01, 2006

Beso noruego

La Dana llegó a un punto en que cada vez que alguien quería besarla ella respondía con un altisonante: Para qué. Y esque sí, le tocaba gritarlo, porque cada vez que alguien quería besarla, la música no le dejaba ser escuchada por aquel palurdo troglodita que ella siempre creía tener enfrente. Y siempre en el mismo lugar, siempre en la misma discoteca reeditada, casi siempre a la misma hora e igualmente siempre en el mismo nivel de borrachera. De él, no de ella, porque ella jamás bebía, y no por responsable sino por débil, y no por débil de ánimos sino de cuerpo, y no por cuerpo extremadamente calentón sino por cuerpo con escalofríos. Así era la Dana. Hubo un tiempo en que sí se besaba con esos sonsos, pero luego ya no. Los lerdos creían que aquel para qué era un coqueteo camuflado, pensando que era momento ejemplar para poner en práctica la infalible frase que reza así: Cuando una mujer dice que no en realidad quiere decir que sí. Pero lo que estos infames no sabían era que la Dana jamás pronunciaba la palabra no, y que peor aún, lo que ella decía era una ¡pregunta! Nunca nadie se dio cuenta de eso, salvo un tipo que un día le arrancó un beso noruego, peninsular. Olvidaba decir que todos intentaban arrancarle besos al mejor estilo cine mexicano de la época dorada, pero no lo conseguían, porque ella siempre parecía adivinar que los labios hediondos de whisky se acercaban, incluso mucho antes de que hicieran el ademán venidero.
El tipo este quemaba, le quemó la boca de hecho, y ella se la dejó quemar. Luego se la llevó a su hotel, y entonces ahí sí ella volvió a su usual para qué, pero él solo hablaba en inglés y ella intimidada por que en la traducción su frase perdiera sentido, se quedó callada cuando él le dijo ¿what? Al día siguiente la Dana tuvo que salir tapándose la cara de aquel hotel, pues pensaba que todos le iban a ver. Y no era paranoia, en realidad ella trabajaba al frente y, aunque claro que lo notó la noche anterior, se había sentido aliviada pues esa mañana tenía libre. Así que no tuvo más que cubrir su rostro con el pañuelo, caminar tres cuadras hasta llegar a la ecovía y pensar en la puteada de su madre, que nunca dejaba de putearle aunque ya sabía que a su hija los besos que le quemaban le dejaban una cicatriz junto al ombligo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

eso que escribes...¿para qué?

Dalila dijo...

para quemarme

Anónimo dijo...

pirocéntrica

Dalila dijo...

No, tan sólo abrasiva

Anónimo dijo...

abraza la brasa, braza la abrasa