El consumió otra vez. Al día siguiente durmió conmigo y yo me pasé de ácida. Había luna llena y no dormí durante toda la noche. Yo me daba vueltas y vueltas en la cama que nos quedaba enana, y él, dormía. Al día siguiente me volvió a llamar, por hastío, y vino a la casa de mis padres- que se habían ido de viaje- para ver películas. A los diez minutos, la inconsistencia del momento nos embargaba, y la película aquella nos llevaba cada vez más a la inconformidad geográfica, incluso racial. Él no era tan bello, yo no era tan bella, él no era tan feliz, yo no era tan feliz. No hacíamos fiesta nunca, ni la vida para nosotros era una fiesta. Quiero volver, nunca fui feliz en otro lugar como allí, entre ese mix insalvable de blancos, mulatos y negros, todos sabrosos, todos contentos, todos desesperanzados pero felices al extremo de celebrar constantemente sus cuerpos. Mil revolcones, ¡y yo! ¡Pero si tú también eres como yo! Eso jamás. No lo acepto. Sabes - y me miraba con ojos de investigador paranoico- hay algo en tí que no es sincero, finges demasiado. ¿Viste demasiadas novelas de pequeña? No, pero tienes razón. Estoy fingiendo, pero no porque lo quiera, es que no sé cómo actuar cuando tú me has descosido la espalda y has metido tu mano por el hueco. No me muevas más.
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