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Morrissey

miércoles, septiembre 13, 2006

Capítulo dos (Del cubo rubik de Jorge Ortiz)



Diez años después, continúo con el indescifrable cubo rubik de Jorge Ortiz que no tiene que ver con nada, pero me pregunto a cada momento -cuando veo Este Lunes- en dónde lo compraron si ya no lo venden ni es popular como en los ochentas. Este solitario cubito me trajo más reflexiones idealistas que la espada de Alfaro que cuelga sobre la chimenea de Marcelo Larrea, candidato presidencial...


Lo zalamero es tan gipsy.




UNO.

Y retomando aquel día en el que me fui a ver Qué tal lejos de Tania Hermida (Respondo: lejiiiiiisimos) cuando acabó la función sin aplausos, me encontré en la cafetería del cine con mi amigo Carlitos (perdón por usarte otra vez). Tenía una historia que contarme, la cual reproduzco a continuación.
¿Acaso se iba a suicidar o es que se iba con los raelianos?
Hoy tuve un encuentro de lo más inusual. Recibí una llamada de alguien que quería pedirme perdón. Casi nadie le llama a uno a pedir perdón, peor cuando han pasado casi veinte años desde la ofensa en cuestión. Ella era Z, una chica que cuando yo era adolescente me hizo el desplante más humillante de mi vida, realmente se portó mala. Yo estaba enamorado y ella pues, me rechazó de la manera más fea imaginable -No dio detalles de esto-. Ayer me llamó y grande fue mi sorpresa al enterarme de quien se trataba.
-Hola... ¿Carlos?
-Si...
-Soy Z. Zeta Equis. No sé si te acordarás de mí, yooo...
-Claro que me acuerdo de tí Zeta. ¿Cómo hiciste para localizarme? ¡Qué loco!
Y bueno, grandes cualidades de investigadora demostró la chica, pues luego de tantos años logró dar con mi paradero atando cabos y siguiendo pistas, hasta porfin llegar a mi número telefónico. Quería una cita para hablar un rato pero explícitamente para disculparse pues según dijo: Tenía que hacerlo. Quedamos en topar al día siguiente en la cafetería de un centro comercial. Al llegar al sitio escogido, encontré a una Zeta inconfundible, la pude reconocer dentro de todo esa humanidad extra que había crecido sobre ella. Y no estoy hablando de gordura ni de vejez. Era otra, obvio, a los quince se es tan nuevo que ni qué decir a los treinta y tres. Pero aparte de su pose de señora y su traje sastre uniformado, cargaba un desapego a la vida tan grande que si no se agarraba se caía al primer piso. No, no estaba allí para que yo le sostuviera, estaba ahí para resolver errores del pasado, cerrar círculos e historias y quizás de esta manera borrar la amargura de sus ojos. Decía no tener más razones para vivir que su apabullante rutina diaria: casa trabajo, trabajo casa. No tenía amigos, nunca se veía con nadie y no tenía ningún pasatiempo, tan solo un desafortunado perro que cargaba con todo su cariño contenido y sus frustraciones.
-Quería pedirte perdón por lo estúpida que me porté hace años. Necesito tu perdón.
-No tengo nada que perdonarte. Eso ya está en el olvido Zeta, no te preocupes.
-No, en serio, necesito tu perdón. Dime que me perdonas.
-... Ok. Te perdono Zeta.
-Gracias.
-Bueno y... que más te cuentas...
-La verdad Carlos, no tengo mucho tiempo.
-¿Tienes algo que hacer?
-Mmm... Sí. Tengo una lista de gente a quienes he citado... para pedirles perdón...
DOS
Yo cambié la historia
Luego de las conjeturas apocalípticas concernientes al caso, me dirigí hacia mi hogar tomando el bus hacia el infinito. Estuve dos horas dentro de él y no porque yo viva tan lejos, sino por que, por una razón desconocida hasta el momento, algunas calles estaban cerradas. Vueltas y vueltas, quejas conjuntas y ojos torciéndose en cada retorno, empezaron a crear una cofradía entre los pasajeros. Si me quedaba media hora más, me enamoraba de uno de ellos.
Al fin el chofer tuvo que despedirnos con pena, y quién sabe por qué extraño compañerismo, nos devolvió el pasaje ¡a todos! Sin duda una variante del síndrome de Estocolmo o en realidad nos temía como posible turba. Al fin nos bajamos todos juntos y formamos un grupo que avanzaba uniforme en medio de un inusitado tránsito y bullicio. Sábado a las diez de la noche. Cuando caminábamos hacia el occidente en busca de un bus, una hilera de personas apostadas en la avenida Amazonas nos detuvo. Todos aplaudían y daban gritos de aliento a cientos de corredores que vencían al frio más que a sus contrincantes. Estábamos varados, sin duda, era tarea bastante difícil cruzar a través de ese río de brazos y piernas y sudores conjuntos. Eran tantos que casi corrían hombro con hombro. Así que me atrevería a decir que contábamos más de cien personas tratando de franquear aquella avenida, la cual era imprescindible sobrepasar para llegar a nuestro destino. No había manera alguna de ir por otro lado, la carrera estaba trazada a lo largo de esta calle que atraviesa la ciudad de norte a sur.
Al rededor de veinte minutos -no lo sé en realidad- estuve obligada a camuflar mis gritos de desesperación entre los vitoreos del público. Yo, por supuesto aproveché que no era mal visto en ese momento mostrar cierta efusividad y empecé a maldecir y soltar palabrotas perdiendo la paciencia. Quería largarme ya. Cada segundo estudiaba la posibilidad matemática y cronométrica que tenía para cruzar aquel río humano. No lo lograba. Y Nadie se atrevía tampoco a hacerlo. Un hombre a mi lado quiso hallar complicidad conmigo y me hablaba pensando que mis comentarios eran para el común. De hecho, fue él quien me dio el aliento para aprovechar dos metros de separación entre un bloque y otro, y... Zaz. Crucé. Y él atrás mío. Y la señora junto, también. Y los abuelitos igual, y sus nietos también. Y todos los demás que iban en el bus. Y aún otros que estaban esperando desde antes que nosotros llegáramos. Y en fin, que la turba comparable con la multitud de los atletas, cruzó en masa. Muchos chocaron entre sí, alguien cayó al suelo, a mí me pisaron el pie. En fin, hicimos perder valiosos segundos a los corredores. Quién los repondrá... Quizás Perico de los Palotes retrasó su marca por chocar con el abuelito y Juan Perez pisó mi pie y perdió el chance de superar el tiempo record...
TRES
Para ya no cansar más, éste sí es bien corto y es una queja. Una queja para el aire porque ya no se puede hacer nada.
Traje sastre a la medida
Hoy me mutilaron. Hoy me reinterpretaron. Hoy me tergiversaron. Hoy me disfrazaron y me pintarrajearon. Hoy deformaron a mi hijo. No, hoy me entregaron a otro con cara de nada. Hoy editaron mi reportaje. Hoy tijeretearon mi reportaje. Y ya no se puede hacer nada porque ya está publicado. Hoy quería abofetear a mi editora y patear al consejo editorial. Hoy les sonreí y me quedé en la reunión cafeinada. Hoy me fui a tomar un helado de chocolate y abandoné mi traje sastre en plena calle, para que venga un camión de la basura y destroce lo poco de forma que llegó a tener.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿"Yo cambié la historia" ??? ¿Cómo así?

Anónimo dijo...

Por ventura es tu editora Mariana Andrade???

Eduardo Varas C dijo...

Yo recuerdo esas épocas de ediciones periodísticas y siempre pensaba en eso del traje de sastre y me animaba con la canción de Los Tres, tarareándola hasta el cansancio: " Traje desastre/ traje alegría/ traje alambre/ bajé en subida/ subo de nuevo/ dejo la tierra/ un remordimiento inflama las venas..."

Bueno, no era la mejor manera de animarme, pero al menos la melodía es buena...

Lo de tu amigo Carlos me pasó y solo tengo una explicación: "Iglesia Evangélica".

-Eduardo, ¿te llamo para pedirte disculpas?
-¿De qué hablas? No tengo nada que disculparte.
-Discúlpame, por favor...
-Está bien, te disculpo.
....
-Gracias.... ¿Tienes entre tus cosas el número de Roberto V?
-Creo, ¿cómo así?
-También debo pedirle disculpas...

Estos juegos de redenciones (como el de devolver el dinero del bus) me resultan tan graciosos.

Dalila dijo...

Kabogana:
Todos interferimos en el trascurso de la historia, aunque sea en segundos.

La historia no es la historia que aprendes en primaria. Es la de todos los días, y hay varias, te encuentras con una de ellas en cada esquina. Aveces unas son más interesantes que otras. Je je

Dalila dijo...

Crack:
Por desventura no.

Dalila dijo...

Eduardo,

Gracias por la canción. La verdad la edición me cogió por sorpresa, ya me lo habían dicho, pero no me imaginé que llegaría a tales niveles. Obvio, debí haberlo pensado antes, era sobre política, el ambiente en donde todo se deforma.

Quise ser objetiva -dentro de lo que se puede- y para ellos soné adulona. Así que lo que querían era un crítica mordaz y hasta burlesca del candidato que les caía mal. Porque hoy me enteré que al director de la revista le caía pésimo el candidato sobre el que escribí.

Es una revista de lo más seria, la leen puros señores enternados. No es un pasquín... Mmm... sin comentarios.