Ídolo

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Morrissey

viernes, septiembre 15, 2006

Estultolitos




Tengo una piedra en el estómago. Pesa cinco kilos y me hace caminar más lento. No la puedo vomitar, no la puedo digerir, no la puedo evacuar. La piedra se rehusa, se cree frágil por eso cuando me provoco arcadas para que salga -sabiendo que está cerca- se adhiere a mis tejidos y sólo logro devolver sangre. A veces asciende un poco a través de mi esófago y quiere convertirse en nudo. Entonces si lo logra, lloro por la piedra pero a ella le da igual. No puede escucharme.


La piedra habita en mi estómago desde hace cinco años. Yo la dejé entrar, no es culpa de ella. Un día me comí un libro de minerología y para tragarlo, bebí agua de manantial. Agua volcánica. A los tres días tenía una piedra dando vueltas en mi estómago. En un principio me asusté, pensé que había crecido en mí un tumor y que iba a morir. Casi no podía comer así que bajé cinco kilos, los cinco kilos que la piedra repuso al compactarse totalmente.



Entonces fui al médico. A uno, a dos, a quinientos. Y cada uno me daba distintos diagnósticos. Algunos no me daban ninguno y aseguraban que la piedra no estaba en mi estómago sino en mi cabeza. Si eso era cierto, yo también habría querido practicarme una trepanación y sacar dinero del hoyo. Pero no fue así. Me hicieron una radiografía y no había tal piedra, solo masa encefálica y dos que tres neuronas disidentes. Nada más. . Entonces me quedé pobre, perdí todo mi dinero en consultas médicas y exámenes, para por fin recibir la noticia de que No se puede hacer nada, tienes que aprender a vivir con la piedra. Quizás no mueras de eso, quizás sí con el tiempo, pero en tal caso, toma acetaminofén para los dolores. Nadie se atrevió a sacármela, todos le tenían miedo a la piedra.
Y así con el desahucio y la falta de credibilidad me fui a mi casa, en donde todos creen que inventé la historia de la piedra y no les interesa ver la ecosonografía donde sale ella en mi estómago, sonriente. Entonces me toca fingir que estoy bien y levantarme a las siete de la mañana a vomitar sin que nadie me vea. Porque la piedra me produce vómito, pero ella nunca sale con lo que devuelvo. Ahora piensan que soy bulímica y que estoy obsesionada con mi peso. Lo que no saben es que esos cinco kilos demás, no son míos, son de la piedra.

Un día desperté con dolores. Retortijones que me sacudían entre escalofríos y sudores. Algo le pasaba a la piedra, algo que ni ella sabía y solo yo podía sentir. Luego de tener espasmos que se localizaban en el bajo vientre, logré comprender que la piedra estaba pariendo. ¿Cómo podía parir la piedra, con quién se había apareado? Nunca lo supe, solo sé que desde ese día llevo una piedra en cada órgano. Una en los pulmones, una en el corazón, una en cada riñón, una en el páncreas, una en el hígado, una en el útero, una en cada ovario, una en los intestinos, y quizás, ahora sí tenga una en la cabeza...

4 comentarios:

Hiscariotte dijo...

Lo más probable es que la piedra se haya apareado con una de tus costillas, una de esas a las que llaman flotantes.

Anónimo dijo...

no hay ningun artefacto que sea visionario

Galo Roldós Arosemena dijo...

Buena metáfora de la arquitectura del dolor.
Espero sea solo una metáfora... Si no ¡A-ya-yai-sito!

Galo

Dalila dijo...

Esperemos que sea solo una metáfora